La (mala) costumbre de leer con un solo ojo
Cada vez es m¨¢s dif¨ªcil entablar una discusi¨®n con argumentos para convencer al otro. El pescado ya est¨¢ vendido
Hay lectores de un solo ojo. Guillermo Cabrera Infante contaba la historia de un pariente que, al tener que decir qu¨¦ hab¨ªa le¨ªdo Guerra y paz, la imponente novela de Tolstoi, confesaba: ¡°Solo me he le¨ªdo los cap¨ªtulos de paz¡±. Claro, hab¨ªa acabado pronto, y en paz. Woody Allen resumi¨® esa lectura de la misma novela con m¨¢s desparpajo: ¡°?Guerra y paz? S¨¦ que va de Rusia¡±.
?Para qu¨¦ razonar, en un sentido o en otro, si ya est¨¢ el pescado vendido, o podrido? ?Si ya nadie se convence con un argumento o su contrario?
Y hay lectores de dos ojos: leen un lado y otro de la trama, se hacen una idea global, no se quedan solo con Paz o con Guerra, o con Rusia. Ven los dos espectros del suceso, y salen del libro habiendo discutido. Con los peri¨®dicos deber¨ªa pasar lo mismo: lo lees, discutes con ¨¦l, y te vas a seguir buscando tus propios argumentos. Si siempre estuvieras de acuerdo con lo que lees vete al oculista. Es posible que est¨¦s leyendo con un ojo solo.
Como consecuencia de la intromisi¨®n de las redes sociales en el gusto e incluso en las ideas o en las ideolog¨ªas, ahora se levanta el dedo muy pronto, para decir s¨ª o para decir no. Y si es que no, o cae el libro o cae el peri¨®dico. Como en el circo romano. ?Qu¨¦ ha dicho X? ?Condenado! ?Qu¨¦ ha dicho Y? ?Es de los nuestros!
Las redes sociales, lo advert¨ªa Nicholas Carr en su imprescindible libro Qu¨¦ est¨¢ haciendo Internet con nuestras mentes, nos han acostumbrado a recibir por un solo ojo, por un solo o¨ªdo y por un ¨²nico gusto lo m¨¢s sobresaliente de lo que pasa, de lo que se cuenta o de lo que se opina. Leer con una idea fija y preconcebida, qu¨¦ placer para el entendimiento¡ del ojo ¨²nico.
Ahora las ovejas o son blancas, o rojas, o azules, o no hay nada que hacer. Para dormir, mejor ovejas iguales
Dec¨ªa Arthur Miller (y lo recuerda con frecuencia Javier Moreno, exdirector de este peri¨®dico) que un diario es una naci¨®n discutiendo consigo misma. El autor de Las brujas de Salem hablaba de otros tiempos: a juzgar por lo que sucede ahora, un peri¨®dico, cualquier medio, tendr¨ªa que ser una naci¨®n de acuerdo consigo misma. O eso es lo que parecen haber sido conducidos los oyentes, los televidentes, los lectores de peri¨®dicos.
No parece estar ahora el terreno para jugar mirando a los lados. Por la propia configuraci¨®n de la red, e incluso por su nomenclatura m¨¢s habitual, desde los emoticonos a la propia fraseolog¨ªa, se est¨¢ de acuerdo o en desacuerdo como principio y fin de la discusi¨®n. Es decir, no hay discusi¨®n: o dices lo que el otro espera escuchar, o leer, o cierra el pico. Estamos para el aplauso; la oveja negra vive, durmiendo, en una novela de Monterroso. Ahora las ovejas o son blancas, o rojas, o azules, o no hay nada que hacer. Para dormir, mejor ovejas iguales.
Eso tiene un efecto en el que escribe, periodista o comentarista, arrojado a la necesidad de enfrentarse a una comunidad que no discute sino que repudia o jalea. Que te repudia o que te jalea. Aqu¨ª Bertrand Russell o Miguel de Unamuno estar¨ªan en el infierno, comidos por los leones del circo. En un lado est¨¢ el disgusto y en el otro est¨¢ el enfrentamiento, o la melancol¨ªa del esfuerzo in¨²til. ?Para qu¨¦ razonar, en un sentido o en otro, si ya est¨¢ el pescado vendido, o podrido? ?Si ya nadie se convence con un argumento o su contrario? ?Si ya sabemos c¨®mo sigue la historia, para qu¨¦ argumentar sobre la historia?
Ocurre en la opini¨®n, sobre todo; el razonamiento, o la exigencia del razonamiento, pasa a mejor vida a manos de la exigencia m¨¢s habitual: que solo se jalee a favor, que se construya, en torno al pensamiento ¨²nico, la apariencia de la discusi¨®n, pero que esta no exista. Ocurre con la relaci¨®n que se ha establecido, en esta era de dedos que van a favor o en contra, sin t¨¦rminos medios, con los medios. Esta es mi emisora, este es mi peri¨®dico, este es mi programa. Donde se dice lo que quiero escuchar, lo que quiero leer. Lo que quiero querer, lo que prefiero odiar.
Rafael Azcona contaba en sus charlas del tiempo antes de Twitter lo que le pasaba a un amigo suyo que acompa?aba a su hermano, un muchacho, a las sobremesas bohemias de la posguerra. De pronto hab¨ªa silencio. Y el muchacho gritaba: ¡°?Discutan, que me estoy aburriendo!¡± Ahora se discute para que el otro deje de exponer su razonamiento. Y el silencio que sigue, un d¨ªa nos pasar¨¢ factura. Alguien gritar¨¢ que se est¨¢ aburriendo. Yo ya empiezo a gritarlo.
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