No me obedezcas, razona conmigo
Si ofrecemos a nuestros hijos un modelo de coherencia, de confianza, de honestidad y de integridad, la autoridad llega sola
El otro d¨ªa recib¨ª una amable invitaci¨®n para asistir a una charla para padres con el pretendidamente simp¨¢tico nombre: La obediencia: esa gran desconocida. Seguramente la mente ¡°preclara¡± de quien le puso ese t¨ªtulo pens¨® que a los padres nos iba a hacer una gracia enorme porque nos sentir¨ªamos r¨¢pidamente identificados con la falta de obediencia de nuestros hijos, porque a fin de cuentas, partimos de una premisa incuestionable: los hijos deben obedecer a sus padres.
?Por qu¨¦? Porque son sus padres; tautolog¨ªa absurda que nuestra cultura ha heredado b¨¢sicamente de la religi¨®n cristiana y que tiene como fundamento el agradecimiento a quien nos dio la vida. El resto de la creencia se sostiene en la otra premisa incuestionable: por tu propio bien. Sin embargo, yo afirmo lo contrario: los hijos no deben obedecer ni a sus padres ni a nadie. Las personas no deben obedecer. Y por tanto no deben ser entrenadas para hacerlo, ni educadas en la obediencia.
El Diccionario de la Real Academia Espa?ola, define obedecer de la siguiente manera: ¡°Cumplir la voluntad de quien manda¡±. Y buceando en el significado etimol¨®gico del t¨¦rmino encuentro sin sorpresa que ¡°obedecer¡± viene del lat¨ªn oboedescere der. De oboedire: cumplir la voluntad de quien manda. Ambos significados implican hacer lo que el otro (padre, madres, jefes, profesores, etc.) te digan, ser lo que otros pretendan que seas. Obedecer significa no cuestionar, implica la forma de ceguera m¨¢s peligrosa y humillante: tu no existes, tu criterio no importa, tu sentir no importa.
Si yo quiero educar a mis hijos para que sean seres humanos con criterio propio, s¨®lida autoestima, capacidad de elecci¨®n y decisi¨®n, en definitiva, LIBRES, no puedo educar en la obediencia, es una contradicci¨®n pura. Y no puedo tampoco enviar el mensaje de ¡°obedece a tus padres, pero no a los dem¨¢s¡±: es esquizofr¨¦nico.
Y no digo que sea f¨¢cil educar en la no obediencia, digo que es imprescindible. Digo que es su derecho, digo que los otros caminos son atajos que nos llevan al cortoplacismo que nos facilita la vida, pero no les favorece. Digo que cuando queremos que nuestros hijos hagan algo que es necesario que hagan, el camino corto es la obediencia, porque arroja resultados inmediatos, pero en cada acto de obediencia, cortamos unos mil¨ªmetros su s¨ª mismo. Su capacidad para ser.
Inmersos en la cultura bul¨ªmica y cortoplacista, donde nos damos atracones de est¨ªmulos que no podemos procesar y donde solo perseguimos aquello que da resultados inmediatos, la forma en que educamos a nuestros hijos tambi¨¦n queda impregnada de ella. Propongo elegir rutas que favorezcan su capacidad para elegir y para decidir. La alternativa que construye nos habla de usar el di¨¢logo, la negociaci¨®n, la explicaci¨®n razonada, la motivaci¨®n, la educaci¨®n.
Hag¨¢monos la pregunta de c¨®mo pedir¨ªamos algo a otro adulto y seguro que aparecen r¨¢pidamente las razones por las que lo pido y una forma educada de hacerlo. Cuando yo dialogo, cuando yo explico, cuando yo negocio, cuando yo escucho, cuando pido las cosas de forma amable, estoy entregando todas esas herramientas de comunicaci¨®n y de crecimiento a mi hijo. Solo se puede educar a trav¨¦s del ejemplo y desde el respeto al otro. Sino, el mensaje no llega, no permanece y no sirve.
?Y si, a pesar de hacerlo de todas esas maneras, sigue sin hacer lo que es necesario hacer? Entonces, adulto civilizado, tendr¨¢s que aprender a respetarlo. Cambiar un paradigma que tenemos interiorizado, implica un ejercicio de aprendizaje por nuestra parte tambi¨¦n. No vale solo con predicar, hay que dar trigo.
Sin embargo, si ofrecemos a nuestros hijos un modelo de coherencia (donde cumplo lo que digo), de confianza (nunca miento), de honestidad (conmigo mismo, con ¨¦l y con los dem¨¢s) y de integridad (lo que hago, digo y siento est¨¢n alineados), entonces la autoridad llega sola. No la autoridad impuesta, sino la percibida: creer¨¢n en nosotros, nuestra opini¨®n ser¨¢ tenida en cuenta, podremos influir y convencer. Sin imponer.
Habr¨¢ quien quiera hacer una lectura plana de este planteamiento y aduzca que no se puede convivir sin normas. Esa no es la idea: en un sistema familiar donde se van a sentar las bases de los primeros y m¨¢s determinantes aprendizajes, hay normas. Pero son para todos, todos deber¨¢n respetarlas de igual manera. Si necesitamos crear nuevas f¨®rmulas para el manejo de los conflictos, lo haremos de forma consensuada, buscando aquella con la que todos se sientan c¨®modos y part¨ªcipes. Los hijos no son los subalternos que vienen a un sistema ya estructurado y deben amoldarse a ¨¦l.
Son parte en igualdad de derechos y de obligaciones de un sistema que se construye d¨ªa a d¨ªa en funci¨®n de las necesidades que el propio desarrollo va generando. Esta forma de vivir, de educar, de amar, va modelando herramientas tan imprescindibles como el sentido de la autocompetencia, la creatividad, la responsabilidad, la empat¨ªa, el compromiso, la resoluci¨®n de problemas, la pertenencia a un grupo, la comunicaci¨®n: son ra¨ªces y a la vez son alas.
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