La Rusia de Occidente
El mito de la revoluci¨®n de octubre sigue vivo; las haza?as de Lenin y Trotski a¨²n despiertan simpat¨ªas entre algunos izquierdistas espa?oles. Las alusiones a 1917 no son inocentes; sus consecuencias, que marcaron el siglo XX, todav¨ªa nos interpelan
El revolucionario ruso Le¨®n Trotski pas¨® en Espa?a los ¨²ltimos meses de 1916, tan solo un a?o antes de tomar el poder en Petrogrado. Fue un viaje azaroso: expulsado de Francia, anduvo por Madrid, donde disfrut¨® del Museo del Prado, hasta que la polic¨ªa lo encarcel¨® y lo mand¨® a C¨¢diz, a la espera de un barco que lo sacase del pa¨ªs. Apenas logr¨® manejar unas cuantas palabras en castellano, pero capt¨® algunos rasgos de la vida espa?ola, como la mala fama de los pol¨ªticos, las desigualdades sociales o el poder de la Iglesia. Le impresionaron la indolencia, la amabilidad y el calor. Desde su siguiente destino, Nueva York, escribi¨® que el problema agrario y el car¨¢cter violento de sus habitantes hac¨ªan de Espa?a, despu¨¦s de Rusia, el lugar donde resultaba m¨¢s probable una revoluci¨®n.
Otros art¨ªculos del autor
Aquel paralelismo entre los dos extremos de Europa ten¨ªa antecedentes tan ilustres como el de Miguel de Unamuno, quien hab¨ªa afirmado que ambos pueblos compart¨ªan una misma religiosidad m¨ªstica y un fondo comunal campesino. Los estereotipos hablaban de seculares atrasos y exotismos orientales, de gentes un tanto salvajes. Hasta el ancho de v¨ªa de sus respectivos ferrocarriles era mayor que el usual en el continente. El rey Alfonso?XIII cre¨ªa que la primera de las revoluciones rusas de 1917, la que hizo abdicar al zar, pod¨ªa repetirse en Espa?a, sobre todo si entraba en la guerra europea como hab¨ªa hecho Rusia.
Durante unos meses, los acontecimientos dieron la raz¨®n a los augures. Ese mismo verano se encadenaron varios conatos revolucionarios en Espa?a: el de las juntas militares, que expresaban agravios corporativos; el de catalanistas y republicanos, que convocaron una asamblea de parlamentarios para exigir la reforma de la Constituci¨®n; y el de los sindicatos obreros, lanzados a la huelga general. Hubo quien pens¨® en una r¨¦plica de la experiencia rusa, con un proceso constituyente custodiado por s¨®viets de obreros y soldados. Pero Espa?a no era Rusia: a la hora de la verdad, las clases medias catalanas no se aliaron con los huelguistas y los militares reprimieron la insurrecci¨®n sindical. La monarqu¨ªa espa?ola, m¨¢s parecida a la italiana que al imperio de los zares, resisti¨® el embate.
En el centenario de la revoluci¨®n rusa, nadie podr¨ªa imaginar una Espa?a sovietizada
La verdadera fe que lleg¨® a Espa?a desde Rusia en 1917 no fue la del febrero democr¨¢tico, sino la del octubre rojo, un potente mito pol¨ªtico que cambi¨® el paisaje mundial, dividi¨® a las izquierdas y atemoriz¨® a las derechas. El campo andaluz vivi¨® un trienio bolchevique en el que los jornaleros aspiraban al reparto de las tierras que hab¨ªan conseguido los rusos; mientras los sectores conservadores alertaban del peligro sovi¨¦tico para imponer soluciones autoritarias. Aunque la escasa informaci¨®n jugara a veces malas pasadas. Los anarcosindicalistas de la CNT acogieron con entusiasmo aquel trastorno radical y los socialistas decidieron tantear su adhesi¨®n a la nueva Internacional. Pero sendos viajes a Mosc¨² les quitaron las ganas, pues aquellos aguerridos h¨¦roes persegu¨ªan a los ¨¢cratas, exig¨ªan disciplina y despreciaban los derechos ciudadanos. Vlad¨ªmir Lenin se lo dej¨® claro en 1920 a un at¨®nito Fernando de los R¨ªos, enviado del PSOE: ¡°Libertad, ?para qu¨¦?¡±. Por entonces se organizaban ya los comunistas espa?oles.
La vieja Rusia medieval se hab¨ªa convertido, de golpe, en el faro que alumbraba el futuro de la humanidad. En Espa?a se publicaron decenas de libros sobre el experimento y numerosos viajeros confirmaron sus excelencias. Sin embargo, sus partidarios no salieron de los m¨¢rgenes hasta la Segunda Rep¨²blica, cuando el camarada I¨®sif Stalin hab¨ªa heredado ya las herramientas dictatoriales de Lenin y lanzado al exilio a Trotski, disidente en nombre del ideal leninista. Mediados los a?os treinta, el r¨¦gimen staliniano se sum¨® a las coaliciones contra el fascismo que avanzaba en Europa y sus peones espa?oles hicieron lo propio con el Frente Popular que gan¨® las elecciones de 1936. Entraron en el Parlamento y se hicieron con el control de las juventudes socialistas, aunque la posibilidad de una revoluci¨®n al estilo sovi¨¦tico, un fantasma que agitaron las derechas antirrepublicanas, era m¨¢s bien remota. Al socialista Francisco Largo Caballero le qued¨®, eso s¨ª, el remoquete de Lenin espa?ol.
Espa?a estuvo algo m¨¢s cerca de transformarse en la Rusia de Occidente durante la Guerra Civil. La Uni¨®n Sovi¨¦tica era el ¨²nico apoyo internacional de peso que ten¨ªa la Rep¨²blica y su esfuerzo militar depend¨ªa de la ayuda de Stalin, por lo que los comunistas adquirieron en la zona leal una influencia decisiva. Cabeza de la contrarrevoluci¨®n que acab¨® con las colectivizaciones orquestadas por los anarquistas al estallar el conflicto, aplicaron las t¨¦cnicas ya probadas en la Uni¨®n Sovi¨¦tica, donde no solo hab¨ªan barrido a los trotskistas, sino que tambi¨¦n purgaban a los m¨¢s adictos, en un sistema de terror sin l¨ªmites. Los marxistas antiestalinistas del POUM fueron liquidados. En 1940, el catal¨¢n Ram¨®n Mercader, al servicio de Stalin, asesin¨® a Trotski en su destierro mexicano.
Iglesias rinde homenaje a ¡°aquel calvo¡±, ¡°mente prodigiosa¡± que satisfizo el deseo de los trabajadores
A partir de ah¨ª, el comunismo espa?ol form¨® el tronco principal de la oposici¨®n a la dictadura de Francisco Franco. Tras el fracaso del maquis guerrillero, adopt¨® una l¨ªnea conciliadora que aspiraba a traer a Espa?a la democracia pluralista y no un r¨¦gimen autocr¨¢tico al estilo sovi¨¦tico. Esa distancia se ensanch¨® y la actitud constructiva del PCE protagoniz¨® la Transici¨®n a la muerte del tirano. Poco quedaba ya del sue?o revolucionario, aunque a¨²n subsist¨ªan los m¨¦todos de Lenin, la jerarqu¨ªa implacable y la purga de los discrepantes en el interior del partido. Su progresiva insignificancia acab¨® por diluirlo en Izquierda Unida, donde ha sobrevivido pese al derrumbe de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Hoy, en el centenario de las revoluciones rusas, carecen de sentido las comparaciones de anta?o y nadie podr¨ªa imaginar una Espa?a sovietizada. Pero el mito sigue vivo y las haza?as de Lenin y Trotski, no tanto las de Stalin, a¨²n despiertan simpat¨ªas entre algunos izquierdistas espa?oles. Sobre todo en Podemos, donde sus impulsores, que han hablado de leninismo amable, no ocultan su admiraci¨®n por Octubre, su fuerza y sus procedimientos. Pablo Iglesias Turri¨®n emplea la ret¨®rica revolucionaria y rinde homenajes a ¡°aquel calvo¡±, ¡°mente prodigiosa¡± que satisfizo los deseos de los trabajadores. Las alusiones a 1917 no pueden ser inocentes, pues sus consecuencias, que marcaron el siglo XX, todav¨ªa nos interpelan.
Javier Moreno Luz¨®n es catedr¨¢tico de Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Acaba de publicar, con Xos¨¦ M. N¨²?ez Seixas, Los colores de la patria. S¨ªmbolos nacionales en la Espa?a contempor¨¢nea (Tecnos).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.