Los tatuajes de la madre
ALI ALI siempre estuvo fascinado por los tatuajes de su madre. Tambi¨¦n de sus t¨ªas. Eran visibles los de las manos y la cara. Pero, por ese acuerdo secreto entre madres e hijos, Ali Ali sab¨ªa que hab¨ªa un fascinante oasis de signos y formas cubierto por las ropas. Se los hac¨ªan las mujeres entre ellas. Herv¨ªan ceniza en una olla y esa pasta se mezclaba con una tinta esencial, el hilo de leche de una hembra que ven¨ªa de alumbrar, y la sangre que emanaba del pinchazo de la aguja. Eran dibujos que proteg¨ªan como conjuros los ¨®rganos vitales. Enmarcando el ombligo, el signo del infinito. En cada trazo, una voluntad de sentido y belleza. Y erotismo. Una sutil simetr¨ªa de alas y hojas elev¨¢ndose por piernas y muslos. La magia de dos escorpiones custodiando la vulva, el origen del mundo.
Cuando Ali Ali tuvo que hacer su trabajo de doctorado en Bellas Artes de Damasco, pens¨® en esa obra de arte que lo hab¨ªa engendrado. El cuerpo de la madre. Fue un acontecimiento que fascin¨® a la directora de tesis. Amina, la madre de Ali Ali, era portadora de una tradici¨®n est¨¦tica que se revelaba como una misteriosa vanguardia que atravesaba los siglos al margen de cualquier canon o comercio.
He visto a Amina, su retrato. Ella estaba a miles de kil¨®metros, en una aldea llamada Khatounie, en la provincia de Al Hassake, en la Mesopotamia siria. No vive, pero nos mira desde uno de los cuadros de su hijo Ali Ali. Nos mira de una forma especial, como apoyada en el muro de una frontera, la que separa el pa¨ªs de los escombros y el pa¨ªs de los colores. En realidad viv¨ªa hasta hace muy poco, hasta hace nada. As¨ª que es comprensible que nos siga mirando. Nos mira antes de morir de pena y despu¨¦s de morir de pena.
En los a?os ochenta, empezaron a multiplicarse las mezquitas. Grandes templos. Llegaron imames. Hab¨ªa mucho dinero. Gracias al petr¨®leo.
Porque Amina se muri¨® de pena el otro d¨ªa. Cuando supo que su hijo menor, Jaiz¨¢n, de 17 a?os, hab¨ªa muerto por la explosi¨®n de una mina. Y poco antes un ob¨²s destroz¨® a un sobrino de 16 a?os. Y una de sus hijas acababa de descubrir que el marido, profesor de filosof¨ªa, a quien cre¨ªan preso en la c¨¢rcel por sus ideas, hab¨ªa sido ejecutado por el r¨¦gimen fascista de Bachar el Asad hace ya tres a?os. Tres a?os convencida de que viv¨ªa, tres a?os envi¨¢ndole cartas de amor y ¨¢nimo. No puedo seguir, lo siento, Amina. En tu casa, con Soleim¨¢n, el marido, se han criado 22 chicos y chicas. Todos, y los millones de refugiados, est¨¢n en tu mirada, antes y despu¨¦s de morir de pena. Es una mirada que no deja de mirar. Que no toca fondo. Que va m¨¢s all¨¢ del fondo.
Creo que est¨¢s preocupada por el vac¨ªo.
Ali Ali me cuenta que, cuando tej¨ªas las alfombras y los tapices, no dejabas ni un espacio vac¨ªo. T¨², y las otras mujeres, no dejabais ni una pared, ni un mueble, ni una ventana o puerta sin dibujos ni colores. En Al Hassake estaba el lago. Exist¨ªa el oasis. Y la tarea, cada d¨ªa, era vivir con esa voluntad de oasis. T¨² te tatuabas. Las muchachas vest¨ªan de colores. Nadie ocultaba el rostro. En la escuela conviv¨ªan musulmanes, cristianos, jud¨ªos, y drusos, kurdos, y otras muchas etnias del crisol mesopot¨¢mico. Era un tiempo feliz, el trabajo transformado en fiesta, cuando todo el pueblo colaboraba para preparar las casas cada a?o, la mezcla de arcilla y paja, para resistir la inclemencia. Y la gente menuda hac¨ªa mu?ecas, esculturas y carritos. No hab¨ªa mezquita. Eras creyente, musulmana, pero nadie te impon¨ªa ni impon¨ªas.
Algo ocurri¨®. En los a?os ochenta, empezaron a multiplicarse las mezquitas. Grandes templos. Llegaron imames. Hab¨ªa mucho dinero. Gracias al petr¨®leo. ?La religi¨®n del petr¨®leo!, dec¨ªa Ali en broma. Empezaron a desaparecer los colores de las vestimentas. Hab¨ªa que ocultar todos los tatuajes. A una de tus hijas le qued¨® da?ada la cara por esa imposici¨®n. Luego, hubo que poner velos y vestirse de negro. No estaba bien visto compartir amistad con los otros. ?Los otros? Para ti, eran vecinos.
La mayor¨ªa de los j¨®venes se cansaron. Hubo una revoluci¨®n democr¨¢tica, pac¨ªfica, en 2011. Una primavera. La represi¨®n fue feroz. Empezaron a aparecer armas pesadas. Grandes todoterrenos. Destrozaron la naturaleza como una alfombra. Y t¨² dec¨ªas: ¡°Ahora todo eso se va a llenar de cosas malas¡±. Y lleg¨® un momento que s¨®lo hab¨ªa dos opciones: coger el chaleco de guerra o el chaleco de n¨¢ufrago.
Estoy con tu hijo, Amina. All¨ª donde ve un vac¨ªo, pinta un oasis.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.