Sud¨¢n del Sur: el derecho a curar y ser curado
En el sexto aniversario de su nacimiento, el pa¨ªs africano sigue sumido en un conflicto que lo afecta todo, incluido su sistema de salud. El autor describe la situaci¨®n de un hospital de referencia, el de Bor
Estoy en el Hospital de Bor, en Sud¨¢n del Sur, para realizar una breve misi¨®n exploratoria de la situaci¨®n del centro. Lo que me encuentro es un ambiente de calma que no es normal trat¨¢ndose este del ¨²nico hospital en toda una provincia, de referencia al menos para las m¨¢s de 300.000 personas que viven en las zonas m¨¢s accesibles y cercanas. Donde deber¨ªa haber bullicio, solo escucho silencio y veo montones de camas vac¨ªas, lo que me indica que algo no va bien. As¨ª es.
A pesar de que este hospital p¨²blico ha recibido un fuerte apoyo de M¨¦dicos Sin Fronteras hasta principios de 2017 ¨Cahora presta asistencia de urgencia en otras zonas donde el conflicto se ha reavivado¨C y actualmente cuenta con algo de ayuda de la OMS y Save the Children, los problemas son numerosos. La inflaci¨®n del ¨²ltimo a?o y la depreciaci¨®n de la libra sursudanesa han convertido las n¨®minas del personal en papel mojado y, desde hace ya casi seis meses, ni siquiera las reciben. Adem¨¢s, debido a la falta de constancia en la provisi¨®n de medicamentos y suministros, ya empiezan a faltar varios productos, como tubos de recogida de muestras o antibi¨®ticos. Por no haber, no hay ni combustible para poner en marcha el generador o reparar las bater¨ªas de las placas solares, con lo que en la maternidad los partos se atienden a oscuras y el material quir¨²rgico no se puede esterilizar bien. La mayor¨ªa de profesionales del centro ha abandonado su puesto de trabajo para cuidar de sus familias, huir a otras zonas m¨¢s seguras o simplemente buscar otra fuente de ingresos, la que sea, que les permita seguir adelante.
En Bor, escenario de hist¨®ricas masacres, naci¨® tambi¨¦n el actual partido del Gobierno. El momento m¨¢s recordado es el ¨²ltimo gran enfrentamiento de 2014, por el que m¨¢s de 70.000 personas huyeron y buscaron refugio fuera de la provincia, pero en realidad la violencia y la crisis no cesan. Simplemente, Bor no es excepci¨®n en este joven pa¨ªs, en guerra civil desde 2013, tan solo dos a?os despu¨¦s de lograr su independencia.
En la maternidad los partos se atienden a oscuras y el material quir¨²rgico no se puede esterilizar bien
En la actualidad, lejos del an¨¢lisis simplista y reduccionista de buenos y malos, ya no podemos hablar de un ¨²nico conflicto, sino de varios. Se trata de la guerra abierta entre el Gobierno y una mir¨ªada de grupos opositores, y de los conflictos entre grupos armados de j¨®venes de distintas etnias en un bucle infinito de robo masivo de ganado y venganzas. Se trata tambi¨¦n del aumento de criminalidad com¨²n y organizada. Cuando los hombres de la guerra dejan de pagar los salarios de sus soldados, ¨¦stos se lo cobran de la poblaci¨®n civil a base de saqueos y violaciones. En medio del caos, una persona con un arma siempre encuentra a alguien de quien abusar.
En Sud¨¢n del Sur, una de cada cinco personas ha abandonado su hogar huyendo de la violencia, convirti¨¦ndose as¨ª en refugiada o desplazada interna. Aqu¨ª, los pastores caminan por su aldea con un Kalashnikov a hombros y no dudan en disparar a matar si otro ej¨¦rcito se lanza al robo de ganado. Hablamos de un pa¨ªs en el que una persona que cobrara el equivalente a mil d¨®lares hace un a?o hoy recibe trece, y en donde siete de cada diez mujeres refugiadas en campamentos de Naciones Unidas para protecci¨®n de civiles afirman haber sido violadas desde que el conflicto comenz¨®.
Por eso, parece f¨¢cil pensar en v¨ªctimas indefensas en vez de en supervivientes. Pero no es as¨ª.
Cuando los hombres de la guerra dejan de pagar los salarios de sus soldados, ¨¦stos se lo cobran de la poblaci¨®n civil a base de saqueos y violaciones
Durante la visita al hospital, como parte del equipo de M¨¦dicos del Mundo, para identificar necesidades y trazar con los datos obtenidos un proyecto de acci¨®n humanitaria, tengo la oportunidad de charlar con quienes a¨²n no han huido del centro: las matronas y personal de medicina, enfermer¨ªa o limpieza que trabajan con todas sus fuerzas en medio de todas las dificultades. Me cuentan que ahora son menos de un tercio de la plantilla oficial, que no cobran desde hace meses y que cuando les ingresen su salario, si es que eso sucede, ¨¦ste no alcanzar¨¢ para dar de comer a su familia. Sin embargo, siguen haciendo lo que mejor saben hacer: cuidar de sus pacientes.
El ginec¨®logo, uno de los tres m¨¦dicos que quedan en el centro, me muestra el departamento de ginecolog¨ªa y obstetricia. En un edificio recientemente rehabilitado, dos magn¨ªficas salas de parto permanecen cerradas. ¡°?Por qu¨¦?¡±, pregunto. La respuesta es que no hay dinero para reparar la bater¨ªa de las placas solares y la falta de combustible no permite encender el generador para hacer funcionar la m¨¢quina de ox¨ªgeno, las l¨¢mparas o el aire acondicionado. Para los nacimientos se ha habilitado una sala con tres camas, una al lado de la otra, iluminada de d¨ªa por una ventana abierta y de noche por linternas. En este paseo por las precarias instalaciones, el especialista me explica que ¨¦l atiende los casos complicados, pero que debido a la falta de m¨¢s personal cualificado, la mayor¨ªa de los partos los est¨¢n supervisando matronas tradicionales que no saben leer ni escribir.
La realidad que encuentro en el hospital constata las estad¨ªsticas. En Sud¨¢n del Sur, se estima que el porcentaje de partos atendidos por personal formado es inferior al 5% y tan solo una de cada siete mujeres embarazadas hace las visitas recomendadas de seguimiento prenatal.
En el hospital de Bor no hay pediatra. Los ni?os y ni?as son atendidos por cinco enfermeros y dos nutricionistas
En el departamento de pediatr¨ªa cuento 38 camas, pero no hay pediatra. Los ni?os y ni?as son atendidos por cinco enfermeros y dos nutricionistas. Apenas alcanzan a cubrir los tres turnos de ma?ana, tarde y noche, me dicen. El pabell¨®n est¨¢ visiblemente viejo, con las puertas y ventanas rotas. All¨ª es donde ingresan quienes requieren hospitalizaci¨®n, con una secci¨®n especialmente dedicada a tratar la malnutrici¨®n aguda severa con complicaciones. Patolog¨ªas comunes en la zona como malaria, s¨ªndromes diarreicos y respiratorios y peligrosos brotes de c¨®lera y otras enfermedades infecciosas tienen un gran impacto en la salud infantil. Las ¨²ltimas encuestas indican, adem¨¢s, que un 10% de los y las menores de cinco a?os en esta provincia sufren malnutrici¨®n aguda severa o moderada. En las provincias cercanas esta cifra supera el 15% y hasta el 25%. En la clasificaci¨®n internacional de seguridad alimentaria, Bor est¨¢ actualmente en fase tres (crisis), con riesgo declarado de alcanzar la fase 4 (emergencia) si no se produce una acci¨®n humanitaria inmediata.
Pese a todo, el escaso personal que queda contin¨²a viniendo a trabajar. Al preguntarles por las razones, responden con una sonrisa resignada y encogiendo los hombros. ¡°?Y qu¨¦ vamos a hacer? Alguien tiene que atender a esta gente¡±. As¨ª de sencillo y as¨ª de complejo.
En Bor, no podemos entender el derecho a la salud sin el derecho a curar y cuidar; en definitiva, a protagonizar y liderar las soluciones. Por eso no hablamos de v¨ªctimas o beneficiarios, sino de personas con derechos y responsabilidades. Para este equipo de profesionales con el que nos encontramos mis compa?eros de M¨¦dicos del Mundo y yo, poder venir cada d¨ªa a su centro de trabajo en condiciones dignas y de seguridad en favor de sus familias y su pueblo es tan importante como poder acudir al hospital cuando enfermen. Ante su comunidad son personas relevantes, de referencia.
A¨²n nos falta encontrar la financiaci¨®n para un proyecto que apoye los servicios clave de salud de Bor, pero est¨¢ claro que, de obtenerse, el enfoque de nuestra intervenci¨®n pasar¨¢ por el respaldo t¨¦cnico y econ¨®mico al personal sanitario ya existente. Son personas con ganas y voluntad de mejora que adem¨¢s entienden la lengua, cultura y hasta los conceptos locales de salud y enfermedad mejor que nadie. Son los suyos propios.
El conflicto no cesa en Sud¨¢n del Sur. Las amenazas entre bandos contin¨²an, los enfrentamientos entre grupos ¨¦tnicos y armados no permiten la calma en ninguna provincia, el hambre y la inseguridad alimentaria cada vez alcanzan a m¨¢s personas y la crisis empeora. Sin embargo, en medio de la guerra, muchas personas quieren paz y salud. Y no quieren que se la regalen, desean hacerla posible.
Bruno Abarca trabaja para la ONG M¨¦dicos del Mundo
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