Los rincones de la estupidez
HAY UN rinc¨®n de estupidez hasta en el cerebro del hombre m¨¢s sabio¡±, dijo Arist¨®teles, probablemente tras haberlo experimentado en sus propias carnes. La necedad brilla de manera m¨¢s aparatosa cuando nuestra mente colisiona contra los dos mayores enemigos de la raz¨®n y la convivencia: los prejuicios y los dogmas. Los primeros son esos par¨¢sitos del pensamiento, anteriores al juicio y por lo tanto inconscientes, que todos padecemos (bien es verdad que unos m¨¢s que otros). Por ejemplo, y ci?¨¦ndonos tan s¨®lo al prejuicio machista, que da mucho juego, dir¨¦ que el fil¨®sofo Locke, defensor de la libertad natural del hombre, pensaba que ni los animales ni las mujeres participaban de esta libertad, sino que ten¨ªan que estar subordinados al var¨®n. Rousseau aseguraba que ¡°una mujer sabia es un castigo para su esposo, sus hijos, para todo el mundo¡±. Y el gran Kant, de cuya sabidur¨ªa nadie puede dudar, sosten¨ªa que ¡°el estudio laborioso y las arduas reflexiones, incluso en el caso de que una mujer tenga ¨¦xito al respecto, destrozan los m¨¦ritos propios de su sexo¡±. En fin, ya se sabe que es m¨¢s f¨¢cil desintegrar un ¨¢tomo que un prejuicio, como dec¨ªa Einstein.
Un fan¨¢tico, es alguien con una construcci¨®n personal tan fr¨¢gil, egoc¨¦ntrica, inmadura o enferma que necesita un armaz¨®n de certezas rotundas para tenerse en pie.
En cuanto a los dogmas, son fisuras en el equilibrio emocional que nos pueden llevar directamente al abismo. Un dogm¨¢tico, un fan¨¢tico, es alguien con una construcci¨®n personal tan fr¨¢gil, egoc¨¦ntrica, inmadura o enferma que necesita un armaz¨®n de certezas rotundas para tenerse en pie. Voy a citar de nuevo a Kant (hoy me he levantado muy citona): ¡°La inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar¡±. Muy cierto, si tomamos la palabra inteligencia en su sentido m¨¢s amplio, es decir, no s¨®lo como una aptitud para el razonamiento abstracto, sino tambi¨¦n para la madurez emocional, para la comprensi¨®n de uno mismo y de los dem¨¢s. ?Se puede ser sabio siendo una mala persona? Este es un viejo e interesant¨ªsimo debate a¨²n sin resolver. El fil¨®sofo Heidegger fue partidario de los nazis, y el historiador franc¨¦s Christian Ingrao, en su libro Creer y destruir, los intelectuales en la m¨¢quina de guerra de las SS (Acantilado), demuestra c¨®mo los peores criminales del Tercer Reich, los mandos que dirigieron el Holocausto, fueron hombres de alta capacidad intelectual con doctorados universitarios. Personalmente yo creo que no se puede ser sabio si eres un malvado; puedes ser culto, incluso brillante; pero esa debilidad personal, esa enfermedad moral que te impulsa a arrojarte en brazos del fanatismo, crea un rinc¨®n ciego en tu cerebro que hace que cometas los errores m¨¢s espantosos. Sin empat¨ªa no hay verdadera sabidur¨ªa. En la mente de todo ser humano no s¨®lo hay una dosis de estupidez, sino tambi¨¦n la terrible posibilidad de crear un infierno.
Pero adem¨¢s hay quien sostiene que nuestro intelecto no s¨®lo puede estar infestado por la necedad y por el delirio dogm¨¢tico, sino que ni siquiera rige nuestra vida. El neurocient¨ªfico David Eagleman, en su formidable libro Inc¨®gnito (Anagrama), dice con inquietante elocuencia que ¡°casi todo lo que hacemos, pensamos y sentimos no est¨¢ bajo nuestro control consciente (¡). La conciencia es como un diminuto poliz¨®n en un ?trans?atl¨¢ntico¡±. Es decir, que creemos que dirigimos nuestras existencias, que tomamos decisiones voluntaria y libremente, que apoyamos estas o aquellas ideas porque as¨ª lo queremos, y en realidad, seg¨²n Eagleman, somos poco m¨¢s que un c¨²mulo chisporroteante de c¨¦lulas que campan por s¨ª solas sin m¨¢s sentido que el de seguir siendo.
En fin, no comparto con Eagleman una conclusi¨®n tan radical (aunque debo decir que sus argumentos son dif¨ªciles de rebatir), pero de lo que s¨ª estoy segura es de que los humanos chillamos much¨ªsimo y nos golpeamos el pecho como gorilas para alardear de nuestras opiniones, y en realidad somos peque?os, irresponsables, contradictorios y lerdos (no hay m¨¢s que asomarse al griter¨ªo de las redes para comprobarlo). No somos nada, somos un amasijo parad¨®jico, y el ¨²nico camino hacia una posible sabidur¨ªa es asumirlo. Lo dijo consoladoramente Walt Whitman en sus hermosos versos: ¡°?Me contradigo? Muy bien, pues me contradigo. Soy grande, contengo multitudes¡±.
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