La aventura como forma de vida: hablamos con gente que elige su propio camino
Atila Madrona, Diego Leir¨®s e Inma Varandela son ejemplos muy diversos de la aventura como modo de vida y de que uno puede renunciar a muchas cosas
Si el concepto algo esponjoso de ¡°tener personalidad¡± es lo que define un carisma aut¨¦ntico, el hacer las cosas regidos por un estilo propio, viviendo a eso que podr¨ªamos llamar como ¡°nuestro aire¡±, es la receta ganadora para dormir en paz con nuestros anhelos e incluso nuestras esperanzas. Hoy en TENTACIONES hablamos con gente que se fabric¨® un destino; gente dispuesta a cambiar, a desafiarse a s¨ª misma, a abrirse paso a machetazos firmes por la manigua de la vida y de la crisis y de todo.
Atila Madrona, apodado Chino, es un fot¨®grafo alicantino que cumpli¨® el sue?o de todo esp¨ªritu libre con temor a necrosarse entre las paredes con gotel¨¦ de una oficina. Tras dos a?os trabajando para una empresa multinacional inform¨¢tica, decidi¨® que aquello no era lo suyo y se fue a recorrer Nueva Zelanda en bicicleta. ¡°Mis pasiones son la bici, el surf y la fotograf¨ªa, as¨ª que le propuse a la empresa dejar el trabajo y que me financiaran la experiencia, d¨¢ndome la tecnolog¨ªa y el dinero para cubrir todo el viaje por redes sociales. As¨ª que busqu¨¦ el sitio m¨¢s rec¨®ndito del mundo, con buenas olas y posibilidad de recorrerlo en bici. Dise?¨¦ un buen plan de marketing y aceptaron.¡±
Imponi¨¦ndose a la l¨®gica m¨¢s conservadora, a la seguridad del trabajo fijo, a la opini¨®n de sus compa?eros de trabajo y de su madre, que le dec¨ªan que estaba loco, materializ¨® una fantas¨ªa con la que muchos coquetean, pero que muy pocos se atreven a cumplir. S¨ª, ese ideal rom¨¢ntico de dejarlo todo, de pirarse, de vivir un sue?o. Los seguidores en sus redes sociales iban aumentando. La gente quer¨ªa conocer su historia, y al fin y al cabo ¨¦l es un comunicador nato.
Durante su aventura, Chino no se limit¨® a recorrer los lugares paradis¨ªacos convirtiendo su vida en una suerte de docu-reality, sino que se mezcl¨® con la gente, con los vecinos, con los nativos, con los maor¨ªs, explotando una sociabilidad que le viene de natural. ¡°Agradezco un mont¨®n a los kiwis [top¨®nimo no oficial de los neozelandeses] la manera en que me trataron. El viaje se hizo f¨¢cil gracias a ellos. Te ven con la bici y la tabla de surf empujada por un carrito y aprecian el esfuerzo que est¨¢s haciendo, ?sabes? Me convert¨ª en una especie de im¨¢n: la gente se acercaba, me preguntaba qu¨¦ estaba haciendo y hasta me ofrec¨ªan sus casas para dormir. Fue alucinante.¡±
La experiencia, resumida en 6 vibrantes minutos
Diego Leir¨®s trabajaba como becario Icex en Senegal. A diferencia de Atila, su trabajo no era rutinario (m¨¢s bien al contrario); sin embargo, ¨¦l sinti¨® que hab¨ªa quemado una etapa y decidi¨® recorrerse Asia. ¡°Siempre hab¨ªa tenido esa ilusi¨®n, as¨ª que, como sab¨ªa que iba a dejar el trabajo, cog¨ª un mapa y, un poco inocentemente, dije: ¡®Bueno, voy a empezar en Ir¨¢n y a terminar en Vietnam¡¯. Lo hice sin calcular nada, cogiendo billete solo de ida¡±. La experiencia, que luego detall¨® en un blog, dur¨® ocho meses y medio.
Como Atila, Diego tuvo la oportunidad de compadrear con los nativos de los lugares que visitaba. Dorm¨ªa en sus casas gracias al couchsurfing (llegando a sobreponerse la hospitalidad de la gente a las leyes de algunos pa¨ªses, restrictivas en este aspecto), y hasta acab¨® como invitado no en una, ni en dos, sino en tres bodas. ¡°Una de las familias que me acogi¨® durante un fin de semana en Turkmenist¨¢n me trat¨® como un rey, hasta el punto de que me llevaron all¨ª. Uno de la familia se casaba y yo encantado. La segunda fue en Uzbekist¨¢n. Estaba en un pueblo perdido, cerca de la frontera con Kirguist¨¢n. y daba bastante el cante por la mochila y la pinta que llevaba, con todo el equipaje. La gente me miraba en plan: ?y este t¨ªo¡?, hasta que se me acercaron tres chicas. Empezamos a hablar en ingl¨¦s y a los cinco minutos me invitaron a otra boda, que era por la tarde. Fue tremendo: me vinieron a recoger al hostal las tres chicas y un ch¨®fer, que era el novio de una de ellas, y cuando llegamos al sitio donde era el banquete, el ch¨®fer, se fue porque no estaba invitado. Yo flipaba: ¨¦l, que era pareja de una de ellas, no estaba invitado, y sin embargo a m¨ª, que me acababan de conocer, me sentaron entre su familia.¡± Le pregunto c¨®mo fue la tercera, esperando una nueva an¨¦cdota de acogida espont¨¢nea, pero me confiesa que en ¨¦sa se col¨®. ¡°Fue en Nepal. En cuanto me pillaron me preguntaron si era espa?ol y¡ la verdad, me trataron como un invitado de honor.¡±
Pero no todas las aventuras incluyen sudor, autostop, traves¨ªas kilom¨¦tricas o wedding crashing. A veces, la aventura m¨¢s sencilla de todas es la de aceptar que tu pa¨ªs no te da lo que necesitas y tienes que emigrar. La fot¨®grafa Inma Varandela lleva viviendo en Nueva York desde hace tres a?os y medio. Antes de eso hab¨ªa estado de viaje por Sudam¨¦rica durante casi cinco meses y un a?o en Toronto, trabajando. Se define como viajera, aunque admite que fueron las circunstancias (en concreto, las de la crisis) las que le dieron el empuj¨®n definitivo. ¡°Aqu¨ª, en Estados Unidos, noto que la manera de trabajar es distinta. Suena a mito, pero te valoran m¨¢s. En Espa?a siempre se piensa que el cliente tiene la libertad de hacer contigo lo que quiera, y se crea una situaci¨®n de dependencia. En Nueva York todo es m¨¢s negociable y colaborativo.¡± Otro t¨®pico que da por confirmado es el de la meritocracia. ¡°No se funciona por amiguismos. El que vale, entra.¡±
Inma adora la fotograf¨ªa anal¨®gica, cuya est¨¦tica considera inigualable, pese a que muchas veces tiene que trabajar en digital para sus clientes. Le pregunto si ya se ha americanizado completamente. Admite que ha introducido como parte de su vida el comer con caf¨¦ (¡°de ese americano que no se acaba nunca¡±), dejar siempre propina o picar algo por la calle mientras camina y se va dando codazos con la multitud apresurada. ¡°Mucha gente hace las paces con su situaci¨®n personal y pone en una balanza lo que le compensa y lo que no le compensa de estar en un sitio. A m¨ª eso me cuesta, no lo tengo tan claro, siempre estoy dudando. Estoy bien en Nueva York, s¨¦ que el d¨ªa de ma?ana puedo estar mejor en otro sitio.¡±
Atila, Diego e Inma son ejemplos muy diversos de la aventura como modo de vida. Uno puede renunciar a muchas cosas. Se puede renunciar a una herencia, a un hogar, a las costumbres, al pueblo y tambi¨¦n, claro, a eso que llamamos zona de confort. Este mundo nuestro est¨¢ lleno de senderos bifurcados tanto f¨ªsicos como metaf¨®ricos, de esos que te obligan a elegir un camino cuyas sorpresas deber¨¢s abrazar a sabiendas de que est¨¢s renunciando a otras: las que podr¨ªa contener la ruta alternativa. Madurar es ser consecuente con eso y aprender cu¨¢ndo mirar atr¨¢s es una opci¨®n o no.
Se puede renunciar a muchas cosas. Pero nunca a lo que te llena, nunca a lo que eres.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.