El colegio de los ni?os sin infancia
Con el ¨ªndice de trabajo infantil m¨¢s alto de Am¨¦rica Latina, s¨®lo la educaci¨®n puede cambiar el futuro de los ni?os-lustradores. Un programa educativo pionero en Guatemala apuesta por ello
De cuclillas, sobre el enlosado que a¨²n guarda la humedad y el cansancio de la noche, el mundo se ve distinto. Como lo ven los ciegos, los huidos y los que olvidaron aprender a leer. Diego, 13 a?os de los que multiplican miserias, sabe mirar ese mundo. Porque ¨¦l vive all¨ª. En las noches h¨²medas y las ma?anas cansadas. Esas en las que los otros chicos, los chicos de un mundo que no es el suyo, pasan por delante de sus manos embetunadas sin ni siquiera reparar en ellas. Porque a los ni?os lustreros del centro hist¨®rico de Guatemala, los ni?os que limpian los zapatos de los diputados, les han arrebatado hasta el derecho a ser ni?os.
Los ni?os son ni?os porque sue?an. Porque imaginan. Porque conquistan estrellas y cabalgan unicornios. A Diego no le queda tiempo para eso. ?l solo lustra, come, lustra y vuelve a casa, si hay suerte, con los 100 quetzales (12,6 euros) al d¨ªa. Si no, ni siquiera habr¨¢ cena. Para el mundo, Diego no puede ser un ni?o. Aunque su voz mude en cada gallo. Aunque siga creyendo que un d¨ªa ser¨¢ Messi. Para el mundo, Diego es solo uno m¨¢s, uno de esos cr¨ªos sin suerte a los que la vida les sali¨® cruz. Son pobres, parias y analfabetos. As¨ª que solo les queda una salida: trabajar en lo que nadie m¨¢s quiere hacer. Limpiando los zapatos sucios. Mirando al mundo desde el suelo.
Cada madrugada, cuando la luna a¨²n secuestra las estrellas, el ej¨¦rcito de ni?os lustreros avanza hacia el centro de la ciudad. En su mochila, Diego, Victor, Jos¨¦ Ricardo y los otros chicos de la Santa Compa?a no llevan libros, sino enseres: el cepillo, la pasta amarilla, la negra y la marr¨®n, y el trapo. Todo lo necesario para que los zapatos brillen. Los primeros en llegar ocupan los mejores sitios: las puertas de las oficinas ministeriales y los alrededores del Congreso son los m¨¢s demandados. All¨ª volver¨¢n a la hora de la refacci¨®n, cuando funcionarios y diputados salen en busca del caf¨¦. Entretanto, los lustradores remontan un par de cuadras, hasta el Paseo de la Sexta, el epicentro comercial de la capital. All¨ª seguir¨¢n, en cuclillas, hasta que vuelva la luna a conquistar a las estrellas.
Ni?os sin escuela, combustible para el trabajo infantil
Es viernes, poco antes del mediod¨ªa y el Paseo de la Sexta est¨¢ abarrotado. Los turistas buscan el Parque Central, mientras los locales avanzan sus compras del fin de semana o disfrutan de la primera cerveza. Un enjambre de chicos camina a su alrededor.
¡°Parqueo, parqueo¡±, se escucha una voz aflautada desde la esquina de la 12 calle. A pocos metros, otro joven, no m¨¢s de 13 a?os, vende tarjetas de memoria y auriculares. Otro de sus amigos, ofrece smartphones a mitad de precio. Las chicas vociferan desde el interior de una tienda de ropa. ¡°Pase, pase y pregunte¡±. ¡°Licras a 10 quetzales¡±. En las calles aleda?as, otras j¨®venes de su edad preparan tortillas (uno de los platos tradicionales del pa¨ªs a base de ma¨ªz) para el almuerzo. Ya ni sienten el calor abrasante al sacarlas del comal.
Actualmente, Guatemala registra el mayor ¨ªndice de trabajo infantil de toda Am¨¦rica Latina con m¨¢s de 850.000 menores integrados en el mercado laboral. Sin acceso en la mayor¨ªa de los casos al sistema educativo (este mismo a?o se detect¨® que 141.000 ni?os de entre cinco y siete a?os no acuden a la escuela), las opciones laborales de estos j¨®venes se reducen a la elaboraci¨®n de fuegos artificiales, la agricultura, la recolecci¨®n de caf¨¦ o la venta ambulante. Un modelo que perpetua el c¨ªrculo de la pobreza.
La escuela de los zapateros para los chicos que cuidan de sus zapatos
Son m¨¢s de las ocho de la tarde cuando Baltasar Mej¨ªa, que hace 18 a?os que dej¨® de ser un ni?o, recoge sus b¨¢rtulos. Tiene hambre, pero su horizonte vuelve a dibujar un plato de tortillas de ma¨ªz con chile. Le gustan, pero hace tiempo que querr¨ªa probar otra cosa. ¡°Son chiles pasados¡±, bromea Diego. Ambos comparten oficio y confidencias en las esquinas de la Sexta, junto a los hornos de la San Mart¨ªn y los licuados de la Berna. Baltasar es mucho mayor que Diego. 34 por 13. Pero los dos miran el mundo de la misma manera. Quieren aprender, ¡°salir de la Sexta¡± y sacarse el bachillerato.
Guatemala registra el mayor ¨ªndice de trabajo infantil de toda Am¨¦rica Latina con m¨¢s de 850.000 menores integrados en el mercado laboral
¡°Quiz¨¢ as¨ª tenga un oportunidad¡±. Sentado en la ¨²ltima fila de un aula con seis alumnos, Baltasar revisa los ejercicios mientras habla. Hoy tocan n¨²meros romanos y tradiciones guatemaltecas. Justo delante de ¨¦l, Diego descubre qu¨¦ santo se asocia con las fiestas patronales de cada Departamento.
-¡°No sale Quich¨¦¡±, avisa otro de los chicos.
-¡°No, no est¨¢n todos¡±, se apresura a explicar el profesor Marlon.
Todos los alumnos de esta peculiar escuela sabatina miran el mundo de la misma manera que lo hacen Baltasar y Diego. De cuclillas. De abajo hacia arriba. Mas por unas horas, las que van desde las siete a las 12 de cada s¨¢bado, esta decena de ni?os lustreros de Ciudad de Guatemala vuelven a ser solo eso. Ni?os que aprenden matem¨¢ticas, espa?ol y ciencias sociales.
Zapater¨ªas Cob¨¢n, el mayor productor de calzado del pa¨ªs, lanz¨® hace unos a?os un proyecto pionero para cuidar de los chicos que cuidan de sus zapatos en las calles. ¡°Era la oportunidad de devolver algo a la poblaci¨®n que nos ha dado tanto: se trata de romper el c¨ªrculo vicioso de la pobreza a trav¨¦s de la educaci¨®n¡±, asegura Pablo S¨¢nchez, gerente general de la entidad. En colaboraci¨®n con la Universidad p¨²blica de San Carlos de Guatemala, idearon un programa educativo con charlas para que los chicos escuchasen mientras no ten¨ªan clientes. En julio de 2016 dieron un paso m¨¢s: un curso b¨¢sico de alfabetizaci¨®n. Ten¨ªa que aprender a leer y escribir para poder unirse al programa de formaci¨®n acelerada homologado por el ministerio de Educaci¨®n.
Hace unas semanas que Baltasar, Diego y otra decena de chicos arrancaron las clases de primero b¨¢sico. ¡°A la primera llegaron muchos, porque regalaban insumos (cremas, cepillos), pero ahora ya solo vienen unos once¡±, reconoce Fredy Lemus, director del colegio Liceo san Francisco de Borja, donde se imparte el curso. Pero once es un n¨²mero ideal para cambiar el mundo.
A esta hora, siete y media de la ma?ana, son poco m¨¢s de media docena los que han llegado. Est¨¢n en una sala contigua acabando de desayunar. ¡°Ayuda mucho venir aqu¨ª y no tener que comprar el desayuno¡±, se?ala Baltasar. Al fondo del pasillo, en el aula decorada con dibujos de la fauna local y con rostros de los literatos m¨¢s destacados del pa¨ªs, Marlon Ruano y Mayra Hern¨¢ndez, los maestros que tambi¨¦n miran el mundo desde el suelo, tienen preparada la "lecci¨®n brillante" de hoy. ¡°Nos incentiva ver como crecen de esta manera. Es distinto trabajar con ellos, son m¨¢s espabilados. Lo agarran todo m¨¢s r¨¢pido¡±, afirma la profesora. ¡°Excepto la composici¨®n de las unidades, que la tuve que repetir tres veces¡±, interrumpe Marlon. Tiene una risa inabarcable.
El curriculum acad¨¦mico, adaptado a la realidad de los chicos, se centra en ense?arles matem¨¢ticas, espa?ol y ciencias sociales
Ambos crearon un curr¨ªculum acad¨¦mico adaptado a la realidad de los chicos. Ni?os que ¡°no han seguido una ense?anza regular, que a menudo son del interior del pa¨ªs?¡ªla gran mayor¨ªa son ind¨ªgenas para los que el espa?ol no es su idioma materno¡ª y que en muchos casos han tenido que dejar el colegio para ayudar a sus familias¡±. A menudo, estos peque?os son la ¨²nica fuente de ingresos, lo que los obliga a cambiar el pupitre por la calle: ¡°Cuando no vienen es porque tienen que ir a trabajar, porque el dinero que han conseguido durante la semana no alcanza¡±.
Sin alzar la vista del libro, Baltasar corrobora las palabras del maestro. Si por ¨¦l fuese, hace a?os que habr¨ªa dejado de mirar el mundo desde el suelo. Estaba decidido a hacerlo hace 18 a?os, cuando lleg¨® a la capital desde su Totonicap¨¢n natal (200 kil¨®metros al occidente) para trabajar en una maquila. Pero los ¡°vicios¡± y las malas decisiones se cruzaron en su camino. As¨ª que no tuvo m¨¢s salida que volver a lo que hab¨ªa sido toda su infancia: el chiquillo que le sacaba brillo a los zapatos de los dem¨¢s. ¡°Perd¨ª mi trabajo, as¨ª que tuve que volver a lustrar. No ten¨ªa otra alternativa, si no, no lo hubiera hecho¡±.
Ahora la ha encontrado. El programa Lecciones Brillantes es su oportunidad. ¡°Quiero aprender, salir de la Sexta y sacarme el bachillerato. Quiz¨¢s despu¨¦s aprender computaci¨®n¡±. No es el ¨²nico. Victor y Jos¨¦ Ricardo, hermanos de sangre y enemigos futbol¨ªsticos, tambi¨¦n quieren estudiar para ayudar a su familia. En casa esperan cuatro hermanos m¨¢s y su madre. Demasiadas bocas que alimentar con los 50 quetzales (seis euros) que consiguen al d¨ªa.
Lejos de la escuela, los chicos, en su mayor¨ªa entre ocho y 15 a?os, se convierten en ¡°peque?os adultos¡±. ¡°Ellos mantienen a sus familias, por lo que ac¨¢ adentro son m¨¢s responsables. Valoran lo que est¨¢n aprendiendo¡±, apunta Mayra, mientras revisa las tareas de la ¨²ltima semana. Las cartillas est¨¢n mojadas y arrugadas. Las l¨ªneas de texto, torcidas. Porque los ni?os-lustreros no tienen m¨¢s que el suelo para hacer sus ejercicios, pero a¨²n as¨ª los hacen. Sin dejar huecos en blanco. Mirando al mundo a los ojos.
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