F¨²tbol contra la Yihad
EN BANGLAD?S, un pa¨ªs m¨¢s peque?o que Uruguay, viven 170 millones personas. Si Espa?a tuviese la misma densidad de poblaci¨®n, tendr¨ªa 600 millones de habitantes; Argentina, 3.400 millones; Estados Unidos y China, 11.000 millones cada uno.
Agr¨¦guesele la omnipresente miseria, el lacerante sol tropical y que buena parte de este pa¨ªs, incrustado como una u?a en el noreste de India, se inunda en la ¨¦poca de lluvias, y uno piensa ¡ªo pens¨¦ yo tras aterrizar hace unas semanas y por tercera vez en mi vida en el aeropuerto de Daca, la capital¡ª en el aguante heroico que tanta gente debe tener para lograr sobrevivir d¨ªa tras d¨ªa en un espacio tan apretado con tan poco para repartir.
Sumergirse en la jungla que es el tr¨¢fico de Daca, en el que cada segundo veh¨ªculos de todos los tama?os y de todas las ¨¦pocas ¡ªmotorizados y de pedales¡ª evitan rozarse los unos contra los otros por mil¨ªmetros, o no, refuerza la impresi¨®n. Pero solo hasta que uno alza la mirada y ve que la mitad de las personas que pululan por las aceras, las mujeres, lucen todas vestidos cuya variedad de colores, finura y riqueza floral demuestra que, por m¨¢s desesperadas que sean sus condiciones materiales, el ser humano siempre aspira a algo m¨¢s que la estricta necesidad animal. En este hormiguero de pa¨ªs, ante el agobiante espect¨¢culo de tanta, tanta humanidad, es f¨¢cil perder de vista que cada uno de sus habitantes sufre sus dramas personales ¨²nicos, tiene sus sue?os y busca su dignidad y su raz¨®n de ser en el trabajo, en la familia, en la pol¨ªtica, en la religi¨®n, incluso en el deporte.
La historia que voy a contar es la de dos de estos 170 millones de individuos: una ni?a de 12 a?os de clase baja llamada Nupur Akter y un ni?o de 14 de clase alta al que, por motivos que pronto se entender¨¢n, le daremos el nombre ficticio de Ahmed. Ambos viven en Daca; ambos ¡ªcomo el 90% de la poblaci¨®n de Banglad¨¦s¡ª son musulmanes.
Rebobinemos a la noche del 10 de septiembre de 2016. Nupur seguramente estaba durmiendo en la cama doble que comparte con sus dos hermanos peque?os. La cama ocupa dos tercios del espacio de la habitaci¨®n, en la que tambi¨¦n duermen su padre y su madre, ambos en el suelo. Esta habitaci¨®n es el hogar de los cinco miembros de la familia Akter. No hay m¨¢s. Aqu¨ª, en las profundidades de un laber¨ªntico y maloliente slum [barrio marginal] llamado Bauniabandh, cocinan, comen y disfrutan de su ¨²nico lujo, ver la televisi¨®n. Es posible que, siendo un s¨¢bado, el padre de Nupur a¨²n estuviera despierto viendo un partido de la Liga espa?ola de f¨²tbol, o de la inglesa. Es posible tambi¨¦n que Nupur tuviera medio ojo abierto, especialmente si jugaba su ¨ªdolo, Lionel Messi.
Si Ahmed dorm¨ªa en ese momento, podemos estar seguros de que se despert¨® de golpe, preso del p¨¢nico. Polic¨ªas armados de la unidad especial antiterrorista estaban derribando la puerta del piso que compart¨ªa con su padre, uno de los hombres m¨¢s buscados de Banglad¨¦s, y con su madre, tambi¨¦n en la mira del aparato de seguridad estatal. Ahmed, una peque?a fiera, se lanz¨® contra los polic¨ªas con un cuchillo en la mano. Le desarmaron, pero en el caos de la acci¨®n su padre tuvo tiempo de cumplir con el prop¨®sito que se hab¨ªa planteado en caso de verse a punto de ser detenido: acabar con su propia vida. Con un arma blanca, seg¨²n informar¨ªan las autoridades, se degoll¨®. La madre cay¨® herida y fue conducida a la c¨¢rcel. A Ahmed lo internaron en un centro de menores.
La ma?ana siguiente, domingo 11 de septiembre, el padre de Nupur sali¨® de casa, como de costumbre en un d¨ªa laboral, a las 5.30. Se dirigi¨® andando por las callejuelas de su slum, inmune al hedor de las alcantarillas gris¨¢ceas que fluyen como peque?os canales por el vecindario, al garaje donde guarda su rickshaw, el triciclo que es su principal herramienta de trabajo. Todo el mundo estaba comentando ya la noticia del drama policial de la noche anterior, pero el padre de Nupur pronto la olvid¨®, obligado a concentrar la totalidad de su energ¨ªa f¨ªsica y mental en la tremenda labor con la que se gana el pan. No carga pasajeros ni ofrece un servicio de taxi, como la mayor¨ªa de los conductores de rickshaws: carga grandes bultos de patatas y cebollas, habitualmente de unos 350 kilos de peso, a lo largo de un recorrido fijo de cuatro kil¨®metros. La haza?a, por la que le pagan un euro, pondr¨ªa a prueba a un ciclista del Tour de France, pero ¨¦l la repite, cuando tiene suerte, 10 veces al d¨ªa.
Ahmed se lanz¨® contra los polic¨ªas con un cuchillo en la mano. Le desarmaron. Su padre se suicid¨® y a su madre la encarcelaron. A ¨¦l lo llevaron a un centro de menores.
La madre de Nupur probablemente sali¨® de casa a las siete de la ma?ana para ir a la f¨¢brica de textiles donde trabaja ocho horas al d¨ªa, a veces 10, dependiendo de las exigencias de las multinacionales que pagan su sueldo. Nupur era la encargada de dar el desayuno a sus dos hermanos peque?os antes de ir a su colegio, un peque?o cuarto alfombrado, patrocinado por Unicef, donde ella y otros 10 ni?os aprenden a leer, escribir y sumar bajo la atenta mirada de dos j¨®venes profesoras. No es habitual que las ni?as estudien en estos barrios pobres de Banglad¨¦s, pero es menos habitual a¨²n que, como Nupur, jueguen al f¨²tbol. Las tendencias m¨¢s conservadoras del islam se han impuesto aqu¨ª, tras un par de d¨¦cadas de infiltraci¨®n saud¨ª, y donde m¨¢s se nota es en la creciente sumisi¨®n de las mujeres. Los padres de Nupur aspiran a ir contracorriente: a que su hija no sucumba a la presi¨®n social para casarse joven, que no tenga que depender materialmente de un hombre, que logre realizar su potencial y, si Dios quiere, que saque a la familia de la pobreza.
Ahmed y su familia habitaban otro mundo. Desde el d¨ªa que su madre naci¨®, nunca hubo ninguna duda de que acabar¨ªa poseyendo las herramientas educativas para competir a cualquier nivel con los hombres, hombres preparados, como su marido, en el terreno laboral. La madre de Ahmed se crio en el seno de una familia de la ¨¦lite banglades¨ª, estudi¨® en una escuela privada cara y, a diferencia del 95% de la poblaci¨®n de su pa¨ªs, aprendi¨® a hablar un perfecto ingl¨¦s. Moderna al estilo occidental en sus costumbres y en su manera de pensar, consigui¨® un trabajo bien pagado con una ONG internacional. Antes de ingresar en el centro de menores, Ahmed hab¨ªa estudiado no en un peque?o cuartito como Nupur, sino en el edificio grande, blanco e imponente de uno de los colegios privados de m¨¢s alcurnia de Banglad¨¦s. Su futuro estaba asegurado.
?Qu¨¦ pas¨®? Lo que pas¨® fue que su padre abandon¨® su proyectado destino burgu¨¦s y se radicaliz¨®, incorpor¨¢ndose a una c¨¦lula de fan¨¢ticos responsable de la peor atrocidad terrorista de la historia de Banglad¨¦s. ?l no estuvo presente en el sangriento desenlace del atentado, pero s¨ª form¨® parte del equipo de apoyo log¨ªstico de los cinco yihadistas que el 1 de julio de 2016 irrumpieron con armas de fuego y machetes en uno de los pocos restaurantes de Daca donde comet¨ªan el pecado de servir vino. Tras un enfrentamiento con polic¨ªas y soldados que dur¨® 10 horas, los cinco, todos ellos de alto nivel educativo, cayeron abatidos, pero no sin antes haber despedazado a machetazos a 18 clientes extranjeros y a 4 locales.
La madre de Ahmed compart¨ªa el culto a la muerte de los responsables de la masacre. Unos meses antes, su marido la hab¨ªa convencido de que le acompa?ara a Arabia Saud¨ª a cumplir el peregrinaje a la Meca conocido como el Hajj, obligatorio para todo musulm¨¢n practicante que pueda pagarse el viaje. Seg¨²n una conocida de ella, volvi¨® transformada. En vez de vestir vaqueros y camisas, como hab¨ªa hecho antes, se cubri¨® el cuerpo y la cara de arriba abajo, someti¨¦ndose a los mandamientos de la doctrina wahab¨ª, la m¨¢s fundamentalista del islam, la que tiene sus or¨ªgenes en Arabia Saud¨ª, pa¨ªs cuya vocaci¨®n proselitista ha sido identificada por muchos expertos como la principal causa no solo del creciente conservadurismo de los fieles por todo el mundo, sino de la radicalizaci¨®n que convence a los integrantes del Isis, de Al Qaeda y de otros grupos similares de que Dios agradece y premia la muerte violenta de los infieles.
Las pistas que la polic¨ªa descubri¨® despu¨¦s del atentado en el restaurante derivaron dos meses y medio despu¨¦s en la operaci¨®n que acab¨® con el suicidio del padre de Ahmed, la encarcelaci¨®n de su madre y la detenci¨®n de Ahmed en el centro de menores, un presidio para chicos de entre 9 y 18 a?os conocida oficialmente como Centro de Desarrollo del Ni?o.
De repente, el futuro de Nupur pintaba mucho mejor que el de Ahmed. Para los padres de Nupur la vida se reduc¨ªa a la urgencia de la lucha diaria para poder dar de comer a sus hijos y pagar el alquiler de su diminuto hogar. Nunca tuvieron tiempo para amargarse con el resentimiento o de envenenarse con el odio que alimenta el nihilismo asesino de la ideolog¨ªa yihadista. Las grandes causas, sean estas religiosas o pol¨ªticas o una mezcla de las dos, son bienes de lujo: encuentran terreno f¨¦rtil no en la gran masa de los pobres, sino entre aquellos que tienen las condiciones b¨¢sicas de vida aseguradas. Nupur jam¨¢s se iba a contaminar del incipiente fanatismo que le inculcaron a Ahmed. Ella tiene m¨¢s que suficiente con encargarse de cuidar a sus hermanitos cuando los padres se ausentan del hogar por sus trabajos, con sus estudios escolares y con el f¨²tbol, al que juega cinco d¨ªas a la semana. La vida de Nupur es dura, pero nunca ha tenido que soportar nada que se aproxime a la desolaci¨®n y al dolor que sinti¨® Ahmed, hu¨¦rfano de padre y sin saber si a su madre la volver¨ªa a ver, el d¨ªa que la polic¨ªa lo encerr¨® en el centro de menores.
Fui para all¨¢ nada m¨¢s llegar a Daca y me encontr¨¦ con un recinto espartano dominado por un edificio de cinco pisos, una gran jaula dise?ada para 200 ni?os en la que comparten celdas 380. La mayor¨ªa est¨¢ a la espera de comparecer ante un tribunal, acusados t¨ªpicamente de tr¨¢fico de drogas, robos o asaltos. Pero aunque el Estado gasta menos de un euro al d¨ªa por ni?o en comida, la impresi¨®n que tuve hablando con el director del centro y los hombres y las mujeres bajo su mando es que hacen lo posible en circunstancias dif¨ªciles para tratar a cada uno de los j¨®venes presos con humanidad. El ejemplo m¨¢s visible del esfuerzo por ayudarles a reintegrarse en la sociedad es un campo verde en el centro del recinto, un inusual oasis en el desierto de asfalto de la ciudad, donde juegan al f¨²tbol. La hierba es alta, y el lodo, abundante cuando llueve, pero aqu¨ª es donde los ni?os tienen el inmenso placer y desahogo, gracias a Unicef y a la Fundaci¨®n FC Barcelona, de olvidar sus penas corriendo alegremente detr¨¢s de una pelota.
No es habitual que las ni?as estudien en estos barrios pobres de Banglad¨¦s. Pero es menos habitual a¨²n que, como Nupur, jueguen al f¨²tbol.
Lo hacen a las ¨®rdenes de instructores adiestrados por la fundaci¨®n que siguen un programa detallado concebido para ni?os de todo el mundo que, por un motivo u otro, han tenido mala suerte en la vida. Ahmed, que tuvo peor suerte que la mayor¨ªa, lleg¨® a su c¨¢rcel en un estado de ¨¢nimo similar al de aquellos ni?os desamparados en las obras de Charles Dickens. Solo que sus circunstancias reales excedieron la imaginaci¨®n del gran novelista ingl¨¦s. Ahmed se hab¨ªa llegado a creer un soldado feroz en una guerra santa, pero lleg¨® a la prisi¨®n juvenil con la coraza destrozada, reteniendo en la retina la imagen de su padre degollado, descubriendo s¨²bitamente que en el fondo segu¨ªa siendo un ni?o mimado. Sus nuevos compa?eros le asustaban. Muchos de ellos eran fieras de verdad, obligados casi desde que aprendieron a dar sus primeros pasos a defenderse por s¨ª solos y a sobrevivir como fuese, con todas las armas o artima?as a su disposici¨®n, en lugares de una pobreza que Ahmed no hubiera sido capaz de imaginar.
Seg¨²n el informe de Unicef, Ahmed se abstuvo de hablar con los dem¨¢s ni?os durante sus primeros meses en el centro. No quiso tener nada que ver con estos vulgares delincuentes comunes, evadi¨® el contacto humano y se refugi¨® en la religi¨®n. Como el Profeta exige, rezaba cinco veces al d¨ªa. No confiaba en nadie. Solo en su Dios.
Todo empez¨® a cambiar cuando irrumpi¨® en su vida, y en los dem¨¢s chicos del centro, otra religi¨®n, sin promesas de vida eterna, eso s¨ª, pero la m¨¢s grande del mundo, la que re¨²ne a musulmanes, jud¨ªos, cristianos, ateos ¡ªa todos, independientemente de sus creencias, razas, lenguas o nacionalidades¡ª. El instructor f¨ªsico del centro, llamado Azad, anunci¨® un d¨ªa a principios de este a?o que ven¨ªa a predicar una nueva doctrina, la del f¨²tbol. Concretamente, una variante de la gran fe secular patentada por la Fundaci¨®n FC Barcelona y propagada con el apoyo de Unicef. Se llama FutbolNet y contiene m¨¢s reglas que el deporte que juegan en el Camp Nou o en el Bernab¨¦u.
Operativo hoy en 25 centros de Banglad¨¦s y en 50 pa¨ªses m¨¢s, FutbolNet aspira no solo a divertir a los ?ni?os, sino a fomentar valores elementales para la ?convivencia pac¨ªfica como el respeto, el esfuerzo y la humildad. La metodolog¨ªa de los partidos que disputan los ni?os es m¨¢s compleja que la de un juego de f¨²tbol ortodoxo. En primer lugar, es obligatorio prestar solemne atenci¨®n al serm¨®n que les ofrece el instructor antes de salir al campo. Lo que ah¨ª se les explica es que en este modelo did¨¢ctico del f¨²tbol el equipo que gana no es necesariamente el que mete m¨¢s goles. Se suman o se quitan puntos seg¨²n el buen o mal comportamiento de los jugadores. Las faltas y el mal humor se castigan como si fueran goles en contra; el juego deportivo y el trabajo en equipo, medido entre otras cosas por el n¨²mero de pases seguidos por jugada, pueden contar como goles a favor.
Al principio, Ahmed no quiso participar, pero no pudo evitar mirar de reojo desde detr¨¢s de las rejas. Empez¨® a sentir envidia de los ni?os jugadores, hasta que lleg¨® un d¨ªa en el que ya no pudo m¨¢s. Sucumbi¨® a la tentaci¨®n. Baj¨® al campo, escuch¨® las palabras del maestro, se incorpor¨® al juego y ocurri¨® un peque?o milagro: no solo su actitud hacia los dem¨¢s experiment¨® una radical transformaci¨®n, sino tambi¨¦n su personalidad.
FutbolNet lleg¨® al slum donde vive Nupur en marzo de este a?o. La ni?a no se lo pens¨® dos veces cuando se le present¨® la oportunidad de apuntarse. M¨¢s importante a¨²n, su madre y su padre tampoco. Si los padres de Ahmed hubiesen tenido una hija, jam¨¢s la hubiesen permitido caer en la herej¨ªa de jugar a la pelota con ni?os varones. Los de Nupur, musulmanes devotos de mentes m¨¢s generosas, estaban encantados de dar alas a su hija. Vieron orgullosos c¨®mo se lanz¨® a jugar sin miedo, d¨¢ndole igual que el terreno donde jugaba se convert¨ªa en cemento cuando quemaba el sol o en barro cuando llov¨ªa, sin preocuparse de que cada vez que la pelota sal¨ªa del terreno de juego se corr¨ªa el riesgo de que cayera en la fosa liquida de desechos humanos que marca los cuatro l¨ªmites del campo.
Nupur transmite un aire de seriedad y madurez dif¨ªcil de imaginar en una ni?a europea de 12 a?os, pero queda claro que el f¨²tbol la hace feliz como nada en la vida. ¡°El instante en el que coloqu¨¦ el pie sobre la pelota por primera vez supe que mi vida hab¨ªa cambiado¡±, cuenta. La madre a?ade que detect¨® el cambio casi de un d¨ªa para otro. ¡°Not¨¦ de inmediato que sonre¨ªa m¨¢s y, a la vez, que se empez¨® a concentrar m¨¢s en sus deberes y se volvi¨® m¨¢s responsable en la casa cuando me ayudaba con la limpieza y la cocina¡±.
El padre de Nupur, por su parte, no podr¨ªa estar m¨¢s encantado. En primer lugar, porque ahora su hija disfruta de los partidos en televisi¨®n a su lado, tan hipnotizado como ¨¦l por las genialidades de Messi; pero, principalmente, porque ha visto su idea reforzada de que Nupur representa la gran esperanza de la familia. ¡°No quiero que tenga que hacer un trabajo como el m¨ªo o el de mi esposa¡±, dice. ¡°Yo no tengo alternativas, no tengo educaci¨®n, as¨ª que no me queda m¨¢s remedio que aceptar mi destino. Pero lo que quiero para Nupur es que gane un buen dinero y que le guste lo que haga¡±. El padre no comparte la fantas¨ªa de la madre de que Nupur podr¨ªa acabar gan¨¢ndose la vida con el f¨²tbol. Nupur, como buena aficionada, tambi¨¦n es consciente de sus limitaciones y comparte el sue?o de su padre de un d¨ªa poder estudiar medicina.
Ahmed se hab¨ªa cre¨ªdo un soldado feroz en una guerra santa, pero lleg¨® a la prisi¨®n juvenil con la coraza destrozada, descubriendo que segu¨ªa siendo un ni?o mimado.
Hablar con Ahmed fue m¨¢s complicado. Cuando pregunt¨¦ en el centro de menores si pod¨ªa entrevistarle, me respondieron, con cierta alarma, que no. Imposible. Primero, porque acababa de abandonar el centro despu¨¦s de una estancia de nueve meses, y segundo, porque, aunque un juez le hab¨ªa concedido la libertad y viv¨ªa ahora con un pariente, estaba bajo vigilancia policial las 24 horas del d¨ªa. El juez consider¨® que el joven se hab¨ªa reformado y ya no representaba ning¨²n peligro para la sociedad, pero la polic¨ªa no estaba tan segura.
Insist¨ª y al final lo que logr¨¦ fue hablar con Ahmed por tel¨¦fono, bajo la condici¨®n de no hablarle de sus padres. Se inici¨® el contacto, me present¨¦ y le hice la primera de mis preguntas en ingl¨¦s y con un traductor a mi lado.
Lo primero que me llam¨® la atenci¨®n fue que, a diferencia de los dem¨¢s ni?os en el centro con los que hab¨ªa hablado, Ahmed no solo me entend¨ªa, sino que en determinados momentos me contest¨® en ingl¨¦s. Por ejemplo, cuando le pregunt¨¦ al inicio de la entrevista c¨®mo se sinti¨® cuando lleg¨® al centro, me respondi¨®: ¡°I felt sad and lonely¡±. Me sent¨ª triste y solo. Pero no solo lleg¨® golpeado en sus sentimientos, me explic¨®, sino perplejo de estar ah¨ª, entre ni?os tan diferentes a ¨¦l. ¡°No solo no pod¨ªa hablar con nadie, sino que no quer¨ªa.¡±
Al inicio de la conversaci¨®n dio respuestas cortas. Balbuceaba. Naturalmente, sent¨ªa dudas y sospechas. Pero cuando le pregunt¨¦ por el f¨²tbol se rompi¨® el dique. ¡°El f¨²tbol tuvo un impacto transformador en m¨ª¡±, dijo de repente, hablando con firmeza y claridad. ¡°Prestaba mucha atenci¨®n cuando nos hablaba el instructor antes de los partidos, jugaba de centrocampista y ah¨ª, en el campo, aprend¨ª por fin a ser menos ensimismado y menos ego¨ªsta. Apliqu¨¦ esas lecciones en mi vida personal y empec¨¦ a ayudar a los dem¨¢s¡±. Siendo un ni?o con un nivel educativo muy superior al de sus compa?eros Ahmed se convirti¨® en una especie de profesor en el centro de menores, dando clases y ayudando a los otros chicos a preparar sus ex¨¢menes. ¡°Aprend¨ª a la vez a estudiar con m¨¢s seriedad y a ser m¨¢s feliz y m¨¢s seguro de m¨ª mismo¡±.
¡°En el campo aprend¨ª a ser menos ensimismado y menos ego¨ªsta¡±, dice Ahmed. ¡°Apliqu¨¦ esas lecciones en mi vida personal y empec¨¦ a ayudar a los dem¨¢s¡±.
?C¨®mo sali¨® del centro en comparaci¨®n con c¨®mo lleg¨®? ¡°No se puede comparar¡±, respondi¨®. ¡°Ante todo, acab¨¦ siendo amigo de seis o siete chicos con los que jam¨¢s hubiera pensado antes que podr¨ªa congeniar. Entr¨¦ triste y sal¨ª como si fuera otra persona. El f¨²tbol es un deporte que te ense?a muchas cosas¡±.
Ahmed insisti¨® en dejar claro que ten¨ªa que agradecer no solo al f¨²tbol y a su instructor, Azad, sino a varias otras personas del centro que se esmeraron en ayudarle a recuperarse de su trauma y a descubrir que es posible tener una vida digna y buena m¨¢s all¨¢ del c¨ªrculo cerrado del puritanismo yihadista. Conoc¨ª a varios empleados del centro y el que m¨¢s me impresion¨® fue un se?or mayor encargado de impartir clases de religi¨®n. Llevaba 25 a?os ah¨ª y se llamaba Mohamed Abdul Halim.
Delgado, bajito, barbudo y vestido con una inmacu?lada t¨²nica blanca, emanaba dulzura y serenidad. No se inmut¨® cuando le pregunt¨¦ si ve¨ªa un conflicto entre la religi¨®n del Profeta y la religi¨®n del f¨²tbol. Le hice la pregunta porque recordaba haber le¨ªdo que en el llamado califato del Isis en Irak se hab¨ªa prohibido el f¨²tbol, que se hab¨ªan reportado casos de j¨®venes que recibieron palizas, o que incluso fueron ejecutados, por jugar o ver f¨²tbol en televisi¨®n.
¡°El profeta Mahoma le dio a la gente ciertas reglas, y el f¨²tbol tiene igualmente sus reglas¡±, contest¨® Halim. ¡°Para m¨ª, una cosa se nutre de la otra. Ambos ense?an responsabilidad, ambos unen a la gente, ambos estrechan las distancias entre las personas y, particularmente en el caso del f¨²tbol que jugamos aqu¨ª en el centro, se ense?a disciplina y respeto por la verdad. Si los chicos hacen algo mal en el campo, lo reconocen y piden perd¨®n. S¨ª, lo tengo claro: la religi¨®n y el f¨²tbol tienen muchas cosas buenas en com¨²n¡±.
Lo que no tienen tanto en com¨²n son el f¨²tbol y la noci¨®n de la religi¨®n que ten¨ªa el padre de Ahmed. M¨¢s bien son enemigos. Lo que se ha demostrado en el caso de Ahmed, y de manera menos dram¨¢tica en el de Nupur, es que el f¨²tbol gan¨® la batalla. Una se?ora que sigue en contacto con Ahmed me dijo que, pese a las sospechas de la polic¨ªa, el ni?o hab¨ªa eliminado definitivamente de su sistema el virus yihadista. Lo mismo me dijeron de su madre. La suya es una historia, como la de su hijo, de redenci¨®n. Ha despertado de la pesadilla a la que le indujo su marido y ha renunciado al fanatismo religioso en el que la hizo caer. Las autoridades judiciales comparten este an¨¢lisis y se espera que le concedan la libertad antes de fin de a?o. Parece que podr¨¢ volver a convivir con su hijo, que ya ha sufrido lo suficiente. Parece que ambos van a tener la fortuna de gozar de una segunda oportunidad.
Yo tambi¨¦n quisiera tener una segunda oportu?nidad. Me explico. Una excelente persona llamada ?Iftikhar Ahmed Chowdhury que trabaja para Unicef en Banglad¨¦s me hizo un comentario provocador. Dijo que el problema del periodismo era que un d¨ªa public¨¢bamos una noticia y el siguiente nos olvid¨¢bamos de ella; que el frenes¨ª medi¨¢tico nos imped¨ªa hacer el seguimiento ponderado que toda historia humana exige si se va a contar la verdad; que la vida del pe?riodista era un recurrente hola y adi¨®s. Reconoc¨ª inmediatamente que Iftikhar ten¨ªa toda la raz¨®n. Admito mi culpabilidad y declaro un prop¨®sito expiatorio. En 5, o quiz¨¢ mejor en 10 a?os, volver¨¦ a Banglad¨¦s a ver qu¨¦ ha sido de las vidas de Nupur y Ahmed. Todo es posible, pero quiero creer que seguir¨¢ siendo una historia inspiradora y una victoria aplastante del f¨²tbol contra la yihad.
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