Lecciones de la crisis catalana
Espa?a necesita ofrecer un nuevo proyecto colectivo ilusionante, que se enorgullezca de su diversidad, que sea europe¨ªsta y reformista, que aborde la regeneraci¨®n y que reforme la Constituci¨®n, l¨®gicamente votada por los catalanes
No existe arma m¨¢s potente para dividir a las sociedades que el nacionalismo radical. El nacionalismo se define por adjudicar a una colectividad de individuos unas caracter¨ªsticas identitarias que la diferencian del otro. Si esas diferencias se convierten en herramienta pol¨ªtica para imponer sobre los dem¨¢s, por encima de la ley, un marco de convivencia distinto del acordado, es inevitable que el otro se rebele. Puesto que el nacionalismo est¨¢ basado en sentimientos y no tiene el monopolio del coraz¨®n, la escalada puede resultar en una cacofon¨ªa letal para la convivencia. Para los catalanes que hemos nacido despu¨¦s de la Transici¨®n, ning¨²n conflicto pol¨ªtico, nunca, hab¨ªa generado unas fracturas humanas y emocionales tan profundas y tristes como lo ha hecho el nacionalismo separatista.
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La ley es el ¨²nico espacio donde los ¡°salvajes¡± somos capaces de encauzar el conflicto de forma pac¨ªfica, resultante de la infinita variedad de intereses, cosmovisiones e identidades. La defensa de la Constituci¨®n no es un argumento ¡°jur¨ªdico¡±. No se me ocurre argumento m¨¢s genuinamente pol¨ªtico. Hasta que las democracias liberales se inventaron las constituciones y se estableci¨® el monopolio de la violencia del Estado para defenderlas, primaban los privilegios por cuesti¨®n de clase, de raza, de sangre o de religi¨®n, por encima de la igualdad y de las libertades civiles. Resulta cuando menos sorprendente que una buena parte de la izquierda siga sin entender que sin ley es imposible la igualdad.
La democracia es m¨¢s que votar. Existen unas reglas b¨¢sicas que deben respetarse para evitar la ¡°tiran¨ªa de la mayor¨ªa¡±, proteger los derechos de las minor¨ªas y garantizar cierta estabilidad. Por esa raz¨®n, cuestiones como los derechos fundamentales o la unidad territorial est¨¢n excluidas de la regla de la mayor¨ªa simple. Como es sabido, para cambiar el Estatuto de Autonom¨ªa son necesarias dos terceras partes del Parlamento catal¨¢n. Sin embargo, los d¨ªas 6 y 7 de septiembre, una mayor¨ªa de poco m¨¢s del 50% del Parlamento catal¨¢n aprob¨® unas leyes de ruptura que dinamitaban la Constituci¨®n y 500 a?os de relaci¨®n con el resto de Espa?a. Si los procedimientos democr¨¢ticos establecidos en la ley no se respetan, no hay democracia posible.
Ser¨ªa injusto imponer los costes de una ruptura que en realdad no desea claramente ni el 40%
El refer¨¦ndum no puede ser una soluci¨®n justa. Aunque fuera posible, un voto binario no podr¨ªa capturar jam¨¢s la pluralidad de cosmovisiones e intereses de los catalanes. Cuando a los catalanes se les pide en las encuestas que elijan entre un ¡°Estado independiente¡±, ¡°una Catalu?a dentro de una Espa?a federal¡± o ¡°una comunidad aut¨®noma¡±, el apoyo a la independencia cae sistem¨¢ticamente por debajo del 40%. Como ha escrito Pau Mari-Klose en estas p¨¢ginas, en Catalu?a no existe un solo pueblo. Existen enormes divergencias en el apoyo a la independencia marcados por el origen, la renta o la geograf¨ªa. Por ejemplo, seg¨²n datos de un estudio de la propia Generalitat que cita Kiko Llaneras, solamente la tercera parte de los catalanes que ganan 900 euros o menos apoyan la independencia, mientras un 54% de los que ganan m¨¢s de 4.000 euros la apoya. ?Ser¨ªa justo que la mitad m¨¢s uno de los catalanes impusiera sobre el resto los gigantescos costes econ¨®micos y emocionales de una ruptura que en realidad no desea claramente ni el 40%?
Para recuperar soberan¨ªa debemos construir m¨¢s Europa, no destruirla. Abrir la caja de Pandora de la fragmentaci¨®n de las naciones europeas es un ataque a la l¨ªnea de flotaci¨®n del proyecto europeo. No es a trav¨¦s de construir nuevas fronteras como los ciudadanos europeos (catalanes o de otro lugar) recuperar¨¢n la soberan¨ªa que demandan. Los intereses de los catalanes y de los espa?oles en el mundo son los mismos: queremos que las grandes empresas no evadan impuestos, queremos instituciones independientes que garanticen la competencia, queremos tener la fuerza para poder negociar acuerdos comerciales justos, queremos leyes medioambientales efectivas, queremos construir una defensa com¨²n que nos proteja de un mundo cada vez m¨¢s inestable. Catalu?a ya de por s¨ª es una de las regiones del mundo con mayor autogobierno. Es ilusorio pensar que puede ganar soberan¨ªa separ¨¢ndose de Espa?a, porque inevitablemente en el futuro para ganar soberan¨ªa tendr¨¢ que, parad¨®jicamente, ced¨¦rsela a Europa.
Es ilusorio pensar que se puede ganar soberan¨ªa cuando esta habr¨¢ que ced¨¦rsela a Europa
El relato del nacionalismo es tambi¨¦n populista. Dec¨ªa Emmanuel Macron recientemente en la Sorbona que la combinaci¨®n de nacionalismo, populismo y posverdad es la mayor amenaza a la que se enfrentan nuestras democracias. El mundo no se divide entre buenos y malos (Catalu?a versus Espa?a; la gente versus la casta; los nativos versus los de fuera), y las soluciones a los problemas complejos nunca son sencillas (salir de Espa?a, echar a los inmigrantes, salir de Europa). Como los griegos tras la victoria de Tsipras o los brit¨¢nicos tras el Brexit, el nacionalismo separatista catal¨¢n se ha dado de bruces contra la realidad. Los bancos y todas las grandes empresas, con largu¨ªsimo arraigo hist¨®rico en Catalu?a, se han marchado. Como en otros lugares, los l¨ªderes que han construido el relato hacia el abismo han escondido de forma deliberada y consciente los enormes costes de la independencia.
Estar en contra de la independencia de Catalu?a no significa ser nacionalista espa?ol, ni tampoco ser de izquierdas o de derechas. La reivindicaci¨®n de millones de personas en Barcelona y en otras ciudades ha sido, sobre todo, en defensa de la sociedad abierta y en contra de la imposici¨®n de dogmatismos caducos que nos dividen, nos alejan de Europa y nos empobrecen. J¨¹rgen Habermas populariz¨® el concepto de ¡°patriotismo constitucional¡± en los a?os ochenta, como una idea de patriotismo posidentitario, definido por la adhesi¨®n a unos valores universales comunes, de car¨¢cter democr¨¢tico, plasmados en la Constituci¨®n. Ese patriotismo inclusivo basado en la idea de ciudadan¨ªa es la mejor forma de integrar la diversidad en la globalizaci¨®n.
Espa?a ha fracasado en construir un proyecto de futuro ilusionante. Pero no es tarde para reconstruirlo. La inacci¨®n puede ser una estrategia pol¨ªtica efectiva para mantenerse a flote cuando tu partido est¨¢ podrido de corrupci¨®n, pero no lo es para abordar retos pol¨ªticos como el que se plantea en Catalu?a. Espa?a necesita ofrecer un nuevo proyecto colectivo ilusionante, sobre la base de ese patriotismo civil, que asuma la diversidad como una fortaleza y no como un instrumento de confrontaci¨®n, que sea radicalmente europe¨ªsta y reformista, que aborde una profunda regeneraci¨®n de las instituciones y establezca las bases de una econom¨ªa para liderar la globalizaci¨®n. A corto plazo, si Puigdemont no tiene la valent¨ªa de poner unas urnas democr¨¢ticas, el Gobierno debe concretar una fecha electoral en Catalu?a, lo m¨¢s cercana posible, que aporte un horizonte de estabilidad y acabe con la sangr¨ªa econ¨®mica que el separatismo est¨¢ imponiendo a los catalanes. A medio plazo, los catalanes y el resto de espa?oles deber¨¢n votar una nueva Constituci¨®n que corrija y mejore las ineficiencias de nuestro Estado federal.
Antonio Rold¨¢n Mon¨¦s es diputado y portavoz de Econom¨ªa en el Congreso de los Diputados y secretario de Programas de Ciudadanos.
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