El 155 es Historia y es desgarro
La gravedad y la raz¨®n asisten al presidente en un momento extremo, pero la intervenci¨®n de la Generalitat acelera el discurso victimista
Mariano Rajoy ha sacado de la caja acorazada el 155. Que no es s¨®lo un art¨ªculo de la Constituci¨®n, sino un s¨ªmbolo cabal¨ªstico, un recurso nuclear, una expresi¨®n dram¨¢tica de la historia contempor¨¢nea de Espa?a. Dram¨¢tica quiere decir que el presidente del Gobierno ha expuesto a sus compatriotas el fin de la ingenuidad. Costaba asimilar que estuviera produci¨¦ndose una ruptura, una sedici¨®n. Y por esa raz¨®n estremecen tanto las medidas para evitarla, todas ellas leg¨ªtimas y constitucionales, pero descriptivas de una emergencia nacional que trastorna nuestras comodidades y certezas.
Se entiende as¨ª el sobrecogimiento, el estupor que produce asistir a la Historia. Observarla como si nos concerniera y nos hiriera, sentirla en directo, no ya conscientes de que la raz¨®n y el juicio arropan a Mariano Rajoy en la solemnidad del trance, sino preocupados de la interpretaci¨®n que vaya a hacerse en Catalu?a de semejante estado de excepci¨®n. El 155 es el Leviat¨¢n. Simboliza m¨¢s de lo que representa, aunque Mariano Rajoy ha tenido la decencia de ense?ar el tama?o del monstruo, sus facultades, sus peligros y hasta sus incertidumbres.
Es el motivo por el que la ¡°intervenci¨®n¡± de la Generalitat implica un est¨ªmulo autom¨¢tico, sentimental, de la causa soberanista. Terminar¨¢ simplific¨¢ndose que el PP tiraniza Catalu?a y que se ha suspendido la democracia desde G¨¦nova. La propia adhesi¨®n de Pablo Iglesias a la teor¨ªa del golpe marianista-mon¨¢rquico aspira a generalizar un estado de indignaci¨®n y de rebeli¨®n, descuid¨¢ndose con temeridad y cinismo que el origen del trauma y su cataplasma consisten en la profanaci¨®n del Estado de derecho perpetrada en Catalu?a.
Puigdemont y Junqueras lo han triturado en sus expresiones elementales -el parlamento, el refer¨¦ndum, la separaci¨®n de poderes-, pero el dominio propagand¨ªstico de los humores y las pasiones predispone el ¨¦xtasis del martirologio catal¨¢n. Sea como coartada para declarar la independencia. O sea como argumento de sugesti¨®n electoral en los comicios que Rajoy ha prometido en seis meses.
Es muy relevante el acierto de haber acotado el periodo de interinidad. Las medidas son contundentes y se han expuesto sin t¨¦rminos edulcorados, como si los espa?oles fu¨¦ramos adultos, pero el presidente del Gobierno hizo un esfuerzo pedag¨®gico en garantizar la v¨ªa democr¨¢tica de las urnas y se present¨® con el 72% de la C¨¢mara Baja gracias a la entente con el PSOE y Ciudadanos.
El desaf¨ªo para el Estado no consiste en la redacci¨®n de las medidas sino en la capacidad para aplicarlas. No es igual formalizar el 155 que ejecutarlo, tanto por la rebeld¨ªa que va a oponerse en la calle, como por el sabotaje del Gobierno desahuciado. ?Ser¨¢n los mossos leales al consejero interino? ?Ordenar¨¢ Puigdemont convertir el palacio de la Generalitat en Masad¨¢? ?Qu¨¦ efectos contraproducentes implican "tomar" la televisi¨®n p¨²blica o controlar el sistema de madrasas que han formado parte de las transferencias de Educaci¨®n en d¨¦cadas?
El Estado espa?ol, tan limitado en su m¨²sculo, en su escleroris funcionarial y en la cesi¨®n de competencias, apenas tiene terminales en Catalu?a. Y aspira a desarrollarse, a expandirse ahora en un territorio hostil, refractario, m¨¢s o menos como si se tratara de una ocupaci¨®n y como si la percepci¨®n de un fuerza invasora en esta parodia de relato obsceno pudiera precipitar una ¨¦pica de resistencia catalana.
Rajoy estuvo firme. No pod¨ªa titubearse. Restaurar la legalidad anteced¨ªa a a delicad¨ªsima cuesti¨®n de la convivencia. Y no proced¨ªa hacer de la crisis una patolog¨ªa cr¨®nica, perseverar en el lenguaje jerogl¨ªfico, especular con un final de partida en tablas. El porvenir de Espa?a y de la UE est¨¢ en juego lejos de toda ret¨®rica y cerca de toda profundidad. Por eso estremece asomarse al vac¨ªo. Y por la misma raz¨®n se antoja impropio sentirse contento ni orgulloso. Hemos tomado la medida de la hemorragia. Y el presidente del Gobierno no ha querido anestesiarnos, ni siquiera cuando el relato del ¡°otro lado¡± va a ocuparse en consolidar la enso?aci¨®n del pueblo oprimido y maltratado.
Rajoy es percibido como el mal en Catalu?a. Y el 155 despierta m¨¢s inquietudes que el diab¨®lico 666. Enternec¨ªa el ¨¦nfasis con que alud¨ªa a la degradaci¨®n econ¨®mica de Catalu?a. Y al desamparo que supon¨ªa abandonar la UE, pero la mesura y el pragmatismo nunca han aportado cordura al proc¨¦s. Las postverdades y los sentimientos dominan el debate. Estamos m¨¢s cerca que ayer de la raz¨®n porque el 155 era inevitable. Y estamos m¨¢s lejos de la soluci¨®n.
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