Yoga para encontrar el camino
La promesa del dinero f¨¢cil del narcotr¨¢fico acaba con muchas j¨®venes africanas en prisi¨®n. Un proyecto en Kenia apuesta por su reintegraci¨®n social a trav¨¦s del yoga
En esta clase de yoga las alumnas lloran. Son asesinas. Ladronas. Narcotraficantes. Pero lloran igual. Porque no pueden ver a sus hijos. Porque un novio las ha traicionado. Porque saben que, si dieran marcha atr¨¢s, no volver¨ªan a cometer el mismo error. Dentro de la prisi¨®n de Langata, a pocos minutos del centro de Nairobi, la capital de Kenia, la vida transcurre demasiado despacio para unas chicas acostumbradas a vivir demasiado r¨¢pido. ¡°Aqu¨ª dentro se pasa mal¡±, confiesa Dorothea. No hay lujos, futuros, ni mucha esperanza. Hasta que llega la clase de yoga. Entonces, por un instante, vuelven a sentirse libres.
Junto a la sala convertida en gimnasio, un espacio rectangular, de baldosas fr¨ªas y tres ventanales por los que se cuela la luz del mediod¨ªa, hay un gran cesto con ropa sucia. Hay tanta que las reclusas encargadas de la lavander¨ªa no saben d¨®nde colocarla. Varias j¨®venes llegan a la carrera, con sus mallas y sus camisetas refulgentes. Al pasar junto a sus compa?eras, sonr¨ªen dejando caer sus pijamas de rayas. Durante la pr¨®xima hora y media, su vida no pertenece a la prisi¨®n.
¡°Venga, preparaos¡±, indica con tono amable pero inflexible Irene Auma, una de las instructoras del programa Peace Within Prisons. Desde hace dos a?os, Auma acude varias veces por semana a este centro de reclusi¨®n para mujeres, para algo m¨¢s que una clase de yoga. ¡°Tenemos que ejercer mucho de psic¨®logos. Muchas no tienen qui¨¦n las escuche¡±, apunta la joven monitora mientras las internas completan los estiramientos y la meditaci¨®n previa.
La mayor¨ªa no llegan a los 30. Algunas, ni siquiera a los 20. Aunque difieren en edad, nacionalidad y hasta en color de piel, casi todas repiten la misma historia. Una de dinero f¨¢cil. ¡°Era la primera vez que lo hac¨ªamos¡±, asegura Tina, que comparte con su prima Reheimma la desventura de un error de juventud. Les ofrecieron una buena suma ¡ªcasi cualquier cantidad es una buena suma para unas adolescentes que anhelan los lujos que ven en el televisor¡ª por trasladar droga de Tanzania a Kenia. Deb¨ªa ser algo sencillo. Quien se lo propuso lo hab¨ªa hecho antes. Otras chicas lo hab¨ªan hecho antes. Pero Tina y Reheimma nunca llegaron a su destino. Las autoridades kenianas, alertadas por el crecimiento de las rutas del tr¨¢fico de hero¨ªna y c¨¢nnabis, las detuvieron antes.
Aunque ya llevan cuatro a?os en prisi¨®n, desconocen cu¨¢nto les queda para cumplir su pena. ¡°Aqu¨ª se pasa mal, sobre todo porque no sabes cu¨¢ndo vas a ir para casa¡±, lamenta Dorothea, una sudafricana algo mayor que sus compa?eras tanzanas, pero tambi¨¦n encarcelada por tr¨¢fico de drogas. Desde dentro es muy dif¨ªcil saber lo que pasa fuera. No hay tel¨¦fonos y las visitas est¨¢n bastante restringidas. Por seguridad. Y porque para muchas familias resulta demasiado costoso llegar. ¡°Imag¨ªnate a las que somos de fuera¡±, se?ala Dorothea, ¡°a nosotras nos es muy dif¨ªcil comunicarnos con nuestra familias¡±. En los cuatro a?os que llevan encarceladas, Reheimma ha visto a sus padres en tres ocasiones. Tina, solo una.
Dentro, la ¨²nica familia que existe es la que conforman las propias reclusas.
Las confidencias y las sodas
A la clase de hoy ha acudido una veintena de chicas. Irene y Ezra, otro de los monitores del proyecto, corrigen sus posturas. ¡°Aguanta, aguanta¡±, le piden a unas de j¨®venes mientras se contorsiona. A su lado, la sargento Susan Maxita trata de recuperar el resuello. Cuando lo hace, no puede parar de re¨ªr. Es una risa contagiosa.
M¨¢s all¨¢ de la actividad f¨ªsica, el yoga sirve como terapia psicol¨®gica
Las reclusas de Langata est¨¢n encantadas con Susan. No en todas las prisiones les permiten practicar yoga, bailar, escribir poemas o participar en debates. Es una forma diferente de entender lo que significa la c¨¢rcel: un modelo pensado en lo que va a pasar el d¨ªa que dejen atr¨¢s los barrotes. ¡°El yoga les demuestra que hay esperanza, que todav¨ªa hay vida afuera para ellas¡±, subraya Ezra. ¡°Muchas tienen problemas de confianza, pero aqu¨ª ganan en autoestima. Se trata de motivarlas¡±, sentencia la sargento Susan.
Pero aunque durante algo m¨¢s de una hora diaria se convierte en algo parecido a un centro social, el resto del d¨ªa sigue siendo una prisi¨®n. Y las cosas no son f¨¢ciles en ninguna c¨¢rcel. Para los que est¨¢n adentro, todo lo que ocurre afuera es una traici¨®n: el paso del tiempo, los abogados, las visitas, los que dejan de visitar.
Al terminar su turno en la lavander¨ªa, varias de las chicas se sientan en los bancos de la entrada para seguir la clase. ¡°Un poco m¨¢s, un poco m¨¢s¡±, las apremia Irene antes de dar por concluidos los ejercicios, que no la clase. Toca respirar, limpiar el sudor y volver a formar el c¨ªrculo. ¡°Nadie puede volver atr¨¢s. Pero todo el mundo puede seguir adelante¡±. Palabra de Paulo Coelho. O de la Biblia.
Al terminar la lectura, el murmullo se apodera de la habitaci¨®n. Las que estaban sentadas se ponen de pie y las que estaban de pie buscan d¨®nde sentarse. En una caja traen dos docenas de sodas y otros tantos paquetes de pan de molde. Es la hora de las confidencias. Hay una reclusa llorando. Tiene gafas, canas y acento mzungu ¡ªcomo se conoce en esta regi¨®n a los occidentales cauc¨¢sicos¡ª: su prometido la ha abandonado. La convenci¨® para meter droga en el pa¨ªs y ahora no quiere saber nada m¨¢s de ella. No es algo nuevo. Pasa demasiadas veces, confiesa, tras consolarla, la sargento Susan.
Por algo m¨¢s de veinte minutos, los tres, Susan, Irene y Ezra, se convierten en improvisados psic¨®logos. Les escuchan, les aconsejan, les dejan llorar hasta que vuelven a tener ganas de seguir adelante. ¡°Fuera, la gente hace yoga para mantenerse en forma. Aqu¨ª es diferente", contin¨²a Ezra. "La clase de yoga es el momento que tienen para conectar con ellas mismas¡±. Para sentirse, por un rato, libres.
El modelo de la c¨¢rcel para mujeres de Langata est¨¢ enfocado a la reintegraci¨®n social?
Las dos guardias que han participado junto a la sargento Susan en la clase de hoy esperan al otro lado del pasillo. Quiz¨¢s ellas tambi¨¦n preferir¨ªan que el baile, el yoga o los poemas durar¨¢n para siempre; pero es hora de seguir. La vida carcelaria debe continuar. Toca recuento y despu¨¦s almuerzo. Poco a poco, las chicas van desfilando de vuelta a sus celdas. Hay besos y hay abrazos. Muchos ¡°nos vemos pronto¡±. Antes de cerrar la puerta, Reheimma se detiene un instante. Tiene el rostro acalorado y las manos ocupadas. En una carga la soda. En la otra, la bolsa de pan.
¡°Gracias¡±, le dice a sus maestros. No se refiere a la clase. Tampoco a la soda. Ni a la bolsa de pan. Sus palabras van m¨¢s all¨¢. Es un ¡°gracias¡± por ayudarle a seguir adelante. Por ense?arle a que en la c¨¢rcel tambi¨¦n hay futuro.
¡ª Yo voy a ser profesora de yoga
¡ª ?Cu¨¢ndo?
¡ª Cuando salga de aqu¨ª. Cuando salga de aqu¨ª voy a ser profesora de yoga.
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