Laika, la ¡®perra del espacio¡¯ que impuls¨® la carrera entre Rusia y EE UU
Se cumplen 60 a?os del lanzamiento del primer ser vivo al espacio exterior, un acontecimiento respondido por Kennedy con el env¨ªo del primer hombre a la Luna
A pesar de los 60 a?os transcurridos, su nombre ¨CLaika- es todav¨ªa tanto o m¨¢s popular que el de Gagarin o Armstrong. El primer ser vivo que se aventur¨® por el espacio exterior ocupa un lugar de honor en el imaginario colectivo.
El lanzamiento del primer Sputnik, en octubre de 1957 no fue anunciado como un acontecimiento excepcional. Apenas mereci¨® una modesta columna arrinconada en la primera p¨¢gina de Pravda, bajo el inicuo titular ¡°Informe de TASS¡±.
La reacci¨®n en Occidente fue muy distinta. Aparte de la sorpresa ante un ¨¦xito tecnol¨®gico que nadie esperaba estaban sus implicaciones militares: el Sputnik demostraba que la Uni¨®n Sovi¨¦tica dispon¨ªa de un misil intercontinental capaz de alcanzar cualquier punto del globo. Occidente, no. Y en muchos c¨ªrculos la sorpresa dej¨® paso a una sensaci¨®n de temor casi hist¨¦rico.
Esa reacci¨®n cogi¨® por sorpresa al propio dirigente sovi¨¦tivo Nikita Kruschev. Nunca antes hab¨ªa considerado el valor propagand¨ªstico de un lanzamiento espacial pero el Sputnik le abri¨® los ojos al instante y no tard¨® ni un d¨ªa en reaccionar. La siguiente edici¨®n de Pravda le dedicaba la portada ¨ªntegra, describi¨¦ndolo como ¡°una gran victoria en la competencia pac¨ªfica con el capitalismo¡±
A los pocos d¨ªas del lanzamiento, Sergu¨¦i Korolev, el an¨®nimo padre del Sputnik, fue recibido por un exultante Kruschev quien le hizo una petici¨®n sorprendente: ¡°Sergei Pavlovich: Nunca cre¨ªmos que pudieras lanzar un Sputnik antes que los americanos. Pero lo hiciste. Ahora, por favor, lanza algo nuevo al espacio para celebrar en pr¨®ximo aniversario de nuestra revoluci¨®n¡±. Ser¨ªa en noviembre. Ten¨ªa un mes.
El ¨¦xito de los dos primeros Sputniks forz¨® a la administraci¨®n del presidente Eisenhower a acelerar el lanzamiento de su propio sat¨¦lite
Hoy en d¨ªa, nadie so?ar¨ªa con proyectar, fabricar y lanzar un sat¨¦lite en un plazo tan corto. Pero Korolev puso a trabajar a su equipo tan febrilmente que no hab¨ªa tiempo para dise?os refinados ni controles de calidad. Los planos pasaban directamente del tecn¨ªgrafo al taller. Se utilizar¨ªa una copia del primer Sputnik para aprovechar sus bater¨ªas y equipos de radio. Sobre ¨¦l, ir¨ªan unos sencillos detectores de radiaci¨®n y debajo, una cabina presurizada capaz de albergar un perro peque?o.
Casi todas esas piezas estaban ya disponibles. La Uni¨®n Sovi¨¦tica hab¨ªa realizado varios lanzamiento de cohetes zona con perros a bordo, as¨ª que ya pose¨ªa experiencia en el tema. En total, el conjunto pesaba algo m¨¢s de media tonelada. Era una carga inconcebible para la tecnolog¨ªa americana, que todav¨ªa estaba limitada a unos pocos kilos. Pero que no planteaba ning¨²n problema para el formidable cohete de Korolev, el R-7, pensado para llevar ojivas nucleares de cinco toneladas.
Para ir a bordo del segundo Sputnik se seleccionaron tres perros de raza indefinida, todos recogidos en las calles de Mosc¨²: Albina, Laika y Mukha. Los cient¨ªficos rusos prefer¨ªan estos animales, asumiendo que si hab¨ªan sobrevivido a las duras condiciones de la vida en la calle, sin duda ser¨ªan ejemplares vigorosos. De los tres, Laika (¡°Ladradora¡±, en ruso) result¨® el de temperamento m¨¢s d¨®cil, as¨ª que al final le correspondi¨® a ella el dudoso honor de ser el primer ser vivo en realizar un vuelo orbital. Viaje s¨®lo de ida, claro. La tecnolog¨ªa de la ¨¦poca no permit¨ªa ning¨²n intento de recuperaci¨®n.
A mediados de 1961, exasperado ante el inesperado anuncio del vuelo de Gagarin, el presidente John F. Kennedy embarc¨® al pa¨ªs en el desaf¨ªo de llevar un hombre a la Luna antes del fin del decenio
Laika no recibi¨® un entrenamiento especial. Al fin y al cabo, las reducidas dimensiones de su cabina tampoco le permitir¨ªan m¨¢s que ponerse en pie o echarse. Se le implantaron unos electrodos para registrar su respiraci¨®n y tambi¨¦n un sensor de pulso y presi¨®n sangu¨ªnea en una car¨®tida. El 31 de octubre se la acomod¨® en su alojamiento en el morro del cohete.
El pobre animal estar¨ªa tres d¨ªas encajonado all¨ª a la espera del lanzamiento. En la desolada estepa de Tyuratam, noviembre es un mes muy fr¨ªo, y la ¨²nica concesi¨®n a la comodidad de Laika fue un sistema de calefacci¨®n que la mantendr¨ªa a temperatura agradable no solo a ella sino tambi¨¦n a los equipos electr¨®nicos de la nave.
Por fin, el 3 de noviembre, a tiempo para celebrar el aniversario de la revoluci¨®n de octubre (cosas del calendario juliano) se lanz¨® el segundo Sputnik. La telemetr¨ªa mostr¨® un aumento del ritmo card¨ªaco del animal durante el despegue, pero al cabo de unos minutos, ya en ¨®rbita, se tranquiliz¨® sin mostrar, de momento, signos alarmantes.
Por desgracia, no todo fue a pedir de boca. El sat¨¦lite no estaba dise?ado para separarse del cohete portador, el sistema de refrigeraci¨®n no funcion¨® como estaba previsto y la cabina empez¨® a recalentarse casi desde la misma entrada en ¨®rbita. La c¨¢psula de Laika lleg¨® a registrar m¨¢s 43?C . Al cabo de unas horas, el animal sucumb¨ªa, probablemente a causa de un s¨ªncope por hipertermia. Su nave le sobrevivir¨ªa seis meses justos, antes de desintegrarse en la atm¨®sfera entre el Caribe y Am¨¦rica del Sur.
El Sputnik 2 provoc¨® a¨²n m¨¢s consternaci¨®n en Occidente que su predecesor. Seis toneladas y media (el sat¨¦lite m¨¢s el cohete ya agotado) en ¨®rbita era algo de todo punto impensable. Y con un perro a bordo, adem¨¢s. Este era s¨®lo un detalle pintoresco pero que contribuy¨® a cimentar el prestigio de la URSS en la naciente tecnolog¨ªa aeroespacial.
El ¨¦xito de los dos primeros Sputniks forz¨® a la administraci¨®n del presidente Eisenhower a acelerar el lanzamiento de su propio sat¨¦lite. Hab¨ªa sido una apuesta personal del presidente: dise?ar un cohete ¡°civil¡± para evitar dar la imagen belicosa asociada a un cohete militar. Los rusos no hab¨ªan tenido tantos remilgos y gracias a eso hab¨ªan ganado la carrera.
El Vanguard americano arrastraba serias dificultades de dise?o. Todav¨ªa le faltaban varios vuelos de prueba y, para colmo, el diminuto sat¨¦lite que deb¨ªa poner en ¨®rbita m¨¢s parec¨ªa un pomelo (en palabras de un sarc¨¢stico Kruschev) que un artefacto comparable a los rusos.
Pero hab¨ªa que intentarlo. En diciembre, deprisa y corriendo, a la vista de las c¨¢maras de cine y televisi¨®n de medio mundo, se dio la orden de lanzamiento para el primer sat¨¦lite Vanguard. El cohete ¨Ccon un hermoso dise?o, eso s¨ª- se elev¨® justo un metro antes de desaparecer en una nube de llamas. A?adiendo insulto a la injuria, el cono de proa se abri¨®, el sat¨¦lite cay¨® al cemento de la plataforma y empez¨® a transmitir su bip-bip. Al terminar 1957, la Uni¨®n Sovi¨¦tica no era s¨®lo una potencia espacial. Era la ¨²nica potencia espacial.
La leyenda de los supercohetes rusos se asent¨® durante muchos a?os. Y no era s¨®lo una ilusi¨®n: los americanos tardar¨ªan mucho en disponer de lanzadores comparables. Al mismo tiempo, espoleado por un Kruschev cada vez m¨¢s entusiasmado con el impacto propagand¨ªstico de esos vuelos, Korolev orquest¨® en poqu¨ªsimo tiempo una serie de asombrosos hitos: El primer planeta artificial, el primer impacto y el primer descenso de una sonda en la Luna, el primer hombre en ¨®rbita, la primera mujer, la primera c¨¢psula triplaza, el primer paseo espacial¡
A mediados de 1961, exasperado ante el inesperado anuncio del vuelo de Yuri Gagarin, el presidente John F. Kennedy embarc¨® al pa¨ªs en el desaf¨ªo de llevar un hombre a la Luna antes del fin del decenio. Esa decisi¨®n marcar¨ªa a la larga un cambio de tendencia absoluto en la carrera espacial.
La propuesta de Kennedy se ha estudiado mucho en las escuelas de negocios. Fue un modelo de liderazgo en el que se establec¨ªa qu¨¦ hacer (ir a la Luna) y un plazo (nueve a?os) y ¨Csobre todo- se dotaba a la agencia espacial de cuantos medios fueran necesarios para conseguirlo. En algunos momentos, la NASA recibi¨® m¨¢s del 4% del presupuesto federal.
No ocurri¨® lo mismo en la URSS. El Politbur¨® no se decidi¨® a poner en marcha su programa lunar hasta dos a?os m¨¢s tarde, con una financiaci¨®n insuficiente. Estallaron numerosas rencillas personales. Diferentes dise?adores compitieron entre s¨ª para favorecer su propio proyecto y torpedear el del competidor. Korolev falleci¨® en 1967, sin dejar un sucesor con su carisma. A partir de ese momento, la organizaci¨®n de un programa tan complejo, fue acumulando fallos y retrasos.
Hacia 1967, al terminar el programa Gemini, podr¨ªa decirse que la tecnolog¨ªa espacial americana hab¨ªa sobrepasado a la sovi¨¦tica. Entre los factores clave estaban su experiencia en miniaturizaci¨®n electr¨®nica, la puesta a punto del nuevo lanzador Saturn 5, la exitosa colaboraci¨®n entre industria, universidades y agencias estatales y ¨Cmuchas veces ignorado- el desarrollo de una serie de t¨¦cnicas de ingenier¨ªa de sistemas para gestionar proyectos de enorme complejidad.
Tras el desembarco en la Luna del Apolo 11, en 1969, la URSS mantuvo su propio proyecto lunar activo hasta que en 1972 decidi¨® abandonarlo. En su lugar, se concentr¨® en la creaci¨®n de laboratorios orbitales, un campo en el que cosechar¨ªa notables ¨¦xitos.
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