La peligrosa estupidez
HACE YA CASI 30 a?os que el italiano Carlo Maria Cipolla, respetado historiador del pensamiento econ¨®mico, sac¨® ese librito que le hizo mundialmente famoso, Allegro ma non troppo (Cr¨ªtica), un divertid¨ªsimo ensayo sobre la estupidez. Me imagino a Cipolla echando mano del humor para sobrellevar la mordedura de los imb¨¦ciles; muy quemado ten¨ªa que estar el pobre y con raz¨®n, porque la necedad humana es insondable y letal.
Concluye el historiador su breve texto definiendo las cinco leyes fundamentales de la estupidez, a saber: Primera, siempre subestimamos la cantidad de est¨²pidos que hay en el mundo. Segunda, la estupidez es una cualidad independiente de cualquier otra, no est¨¢ asociada ni al dinero que se tenga o a la clase social o a la educaci¨®n recibida, los est¨²pidos lo son de manera absoluta y democr¨¢tica y siempre habr¨¢ en la Tierra un determinado porcentaje de imb¨¦ciles (que siempre tenderemos a subestimar). Tercera, un est¨²pido es alguien que causa da?o a los dem¨¢s sin obtener con ello ning¨²n beneficio e incluso perjudic¨¢ndose a s¨ª mismo: y tengo la impresi¨®n de que esta ley est¨¢ de rabiosa actualidad en Espa?a. Cuarta, por desgracia tambi¨¦n subestimamos la inmensa capacidad de los est¨²pidos para hacer da?o (sobre todo, a?ado yo, cuando a la estupidez se le suma redundantemente el fanatismo). Y quinta: el est¨²pido es, pues, el individuo m¨¢s peligroso del mundo. De hecho, los est¨²pidos son mucho m¨¢s peligrosos que los malvados.
Quienes sacaban malas notas casi siempre pensaban que lo hab¨ªan hecho bien.
Andaba yo estos d¨ªas recordando el libro de Cipolla, anonadada por la tr¨¢gica, pavorosa mentecatez que estamos viviendo. Para peor, adem¨¢s, acabo de leer por pura casualidad un libro tangencial con el tema, El cerebro idiota (Planeta), del neurocient¨ªfico brit¨¢nico Dean Burnett, un ensayo quiz¨¢ demasiado recargado de chistecillos (a veces el ansia de aligerar un texto lo entorpece) pero que explica con rigor y elocuencia no s¨®lo el fascinante funcionamiento del cerebro, sino tambi¨¦n los defectos de f¨¢brica de nuestras pobres cabezas. Y resulta que del libro emerge, poderoso, el retrato robot de la esencial estupidez humana.
Habla Burnett, por ejemplo, del conocido s¨ªndrome del impostor, que padecen muchas personas inteligentes y con ¨¦xito pero que se infravaloran de manera constante (por cierto que la mayor¨ªa de quienes lo sufren son mujeres). La cuesti¨®n es que cuanto menos inteligentes son las personas, m¨¢s seguras de s¨ª mismas tienden a mostrarse, un fen¨®meno que recibe el nombre de efecto Dunning-Kruger, por el nombre de los investigadores de la universidad norteamericana de Cornell que lo estudiaron por primera vez. En 1999, Dunning y Kruger hicieron que una serie de sujetos contestaran unos test de inteligencia y adem¨¢s les pidieron que valoraran lo bien que les hab¨ªa salido la prueba. Pues bien, quienes sacaban malas notas casi siempre pensaban que lo hab¨ªan hecho maravillosamente bien, mientras que todos los que lo hicieron bien supusieron que lo hab¨ªan hecho peor. De lo que los investigadores dedujeron que los menos inteligentes no s¨®lo eran m¨¢s tontos, sino que adem¨¢s carec¨ªan de la capacidad de reconocer que algo se les daba mal.
Por ahora vamos m¨¢s o menos bien: la prueba s¨®lo demostrar¨ªa que los necios lo son en toda su redondez y sin descanso. Pero hete aqu¨ª que diversos estudios, incluyendo los realizados por Penrod y Custer en los a?os noventa sobre la credibilidad de los testigos durante los juicios, han demostrado que todos los humanos, los listos, los tontos y los mediopensionistas, tendemos a creer m¨¢s en aquellas personas que hablan con mayor seguridad, aunque lo que digan sea mentira. Recordemos que las personas inteligentes son las m¨¢s inseguras y dubitativas, mientras que las necias son las m¨¢s firmes y vociferantes (yo, que padezco en grado sumo el s¨ªndrome de la impostora, a veces discuto con estridente vehemencia, as¨ª que debo de ser a medias avispada y a medias mostrenca). Se dir¨ªa, en fin, que nuestro cerebro idiota nos inclina a acatar las opiniones de los est¨²pidos, con lo cual el futuro de la especie estar¨ªa en grave peligro. A decir verdad, no s¨¦ ni c¨®mo hemos llegado hasta aqu¨ª.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.