Por qu¨¦ el pesimismo nos parece inteligente y el optimismo, simpl¨®n
Contraponemos el ¡®Hay que ver qu¨¦ mal est¨¢ todo¡¯ frente al ¡®Pues tampoco estamos tan mal¡¯
De acuerdo. Los argumentos se cuentan por miles. Son tantos que mantener hoy una actitud positiva frente a la vida es toda una proeza. Por eso, el pesimismo resulta mucho m¨¢s habitual. No hay m¨¢s que poner la oreja en cualquier conversaci¨®n ajena. En bares y restaurantes, en buses y metros. Da lo mismo.
La proporci¨®n de sentencias cargadas de escepticismo siempre ser¨¢ m¨¢s elevada que la de frases ilusionantes. Y ya no tanto porque la realidad empuje a ello, sino porque el pesimismo vende. Envuelve al individuo con su p¨¢tina de inteligencia. De persona lista para pronunciar el a m¨ª no me la dan. Porque lo contrario es de ilusos, de ingenuos. Pero, ?realmente est¨¢n bien definidos los dos papeles?
Antes de pensar en ello, conviene tratar de entender el porqu¨¦ de ese halo de inteligencia desbordante vinculado al pesimismo. Dec¨ªa el historiador Deirdre N. McCloskey que, por razones que nunca entender¨¢, ¡°a la gente le gusta escuchar que el mundo se va al infierno¡±. Y es cierto que el optimismo se vincula en ocasiones a la inconsciencia, por un lado, o a la inacci¨®n, al entender que no es necesario hacer nada puesto que todo va ya lo suficientemente bien.
Lo mismo ocurre, por ejemplo, con los cr¨ªticos culturales: el que arrastra por el suelo al texto o a la cinta suena m¨¢s inteligente que el que afirma haber disfrutado. O con el dinero: Un inversor optimista suena inconsciente, mientras que uno pesimista se toma como perro viejo curtido en mil batallas.
Un error de concepto
¡°Efectivamente, optimismo suena a ingenuidad y al pesimista se le atribuye la capacidad de ver m¨¢s all¨¢. Y eso no es as¨ª¡±, asegura Lecina Fern¨¢ndez, psic¨®loga cl¨ªnica y experta en ilusi¨®n.
¡°En realidad, sucede justo lo contrario", aclara la especialista. "El optimista es capaz de ver la parte positiva, claro, pero tambi¨¦n la negativa. Y precisamente por ver el lado oscuro comienza a moverse, con ¨¢nimo, para sortearlo o superarlo¡±, explica. Por el contrario, contin¨²a, el pesimista s¨®lo atender¨¢ a lo negativo y ¨¦l mismo se frenar¨¢ para no caer en errores, qued¨¢ndose instalado en una realidad a medias.
As¨ª que todo es fachada. El pesimista, afirma la psic¨®loga, no s¨®lo no es m¨¢s inteligente, sino que es mucho m¨¢s autocomplaciente: ¡°Cuando se topa con algo que va mal no busca necesariamente su cambio, sino que lo entiende como un refuerzo para sus ideas fatalistas¡±. Una suerte de ?veis? que le conduce, directamente, a la apat¨ªa.
Pero, en el fondo y seg¨²n la psic¨®loga, existe un arraigado error en los conceptos. ¡°Incluso Schopenhauer, quiz¨¢ el mayor adalid del pesimismo, escrib¨ªa con la meta de que el p¨²blico comprara y leyera sus textos¡±, subraya. Y esa ya era, por s¨ª misma, una motivaci¨®n.
Encontrar a un pesimista aut¨¦ntico es pr¨¢cticamente imposible, afirma, puesto que en nuestro ADN est¨¢ impreso el motor para, al menos, sobrevivir. Y pensar que ma?ana quiz¨¢ no nos despertemos sonar¨¢ fatalista. Pero descansar esta noche para tener energ¨ªa al despertar ya ser¨¢, al menos, una aportaci¨®n a la b¨²squeda, optimista, de estar vivos ma?ana.
Cuidado, que nos va la vida en ello
No es cuesti¨®n de acudir a los extremos. El optimismo mal entendido, el que peca qued¨¢ndose ¨²nicamente con la mitad de la realidad, es igual de peligroso que el pesimismo. Textos como los de la activista americana B¨¢rbara Ehrenreich, Sonr¨ªe o muere: La trampa del pensamiento positivo? ponen de relieve c¨®mo pretender que solo se experimenten emociones positivas es tan absurdo como imposible.
Y otros autores, como el profesor de la Universidad de Oxford Roger Scruton, estudian los peligros de la falsa esperanza y tratan de determinar los usos correctos del pesimismo, entendido como motor de cambio y germen de avance.
Pero otros expertos, igual que la psic¨®loga Nabila Prieto, s¨ª invitan a ser m¨¢s tendentes al optimismo, olvidando su vinculaci¨®n a la ingenuidad. Fundamentan sus consejos en estudios como el elaborado en la Universidad de Yale, desde donde se encuest¨® a los habitantes de un peque?o pueblo de Estados Unidos para, a?os despu¨¦s, registrar su salud cruz¨¢ndola con su visi¨®n optimista o pesimista frente a la vida. La conclusi¨®n: aquellas personas que se hab¨ªan mostrado m¨¢s optimistas hab¨ªan vivido, de media, siete a?os y medio m¨¢s que los que se hab¨ªan subido al carro de los negros nubarrones.
Casualidad, dir¨¢ usted, lector pesimista. Otro estudio que pretendi¨® eliminar cualquier disparidad cultural o relacionada con la alimentaci¨®n o el ambiente en el que se desenvolv¨ªan los voluntarios opt¨® por realizar un an¨¢lisis similar en el contexto de un convento. Monjas que com¨ªan lo mismo, compart¨ªan horarios y respiraban el mismo aire, y cuyos diarios fueron analizados para determinar, igualmente, que las hermanas optimistas vivieron unos 10 a?os m¨¢s que las pesimistas.
En definitiva, y a tenor de los datos, el optimista ser¨¢, primero, m¨¢s feliz y, segundo, m¨¢s longevo. Simplemente porque entender¨¢ sus dificultades como retos y no como tragedias. Que las hay, y gordas. Pero m¨¢s se perdi¨® en Cuba.
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