Charlotte Gainsbourg: ¡°No tengo el talento de mi padre ni la belleza de mi madre¡±
Desde ni?a cada uno de sus pasos ha sido comparado en t¨¦rminos gen¨¦ticos. Hija de Jane Birkin y Serge Gainsbourg, semidioses de la cultura francesa, la actriz y cantante edita un nuevo disco y confiesa: ¡°No tengo el talento de mi padre ni la belleza de mi madre¡±.
MIRARLA ES observar las aguas calmas de un lago bajo el que uno adivina una gran agitaci¨®n y conflicto. La definici¨®n es de su madre, Jane Birkin, y resulta imposible igualarla en poes¨ªa y precisi¨®n. Charlotte Gainsbourg es una atalaya que amenaza con derrumbarse, una silueta de bailarina cl¨¢sica con las cuatro extremidades en huelga, un icono de lo chic vestido con camiseta de algod¨®n y tejanos desgastados. Sonr¨ªe con esmero, pero no logra disimular la negritud de su ser, como un personaje de las hermanas Bront? trasplantado al coraz¨®n de Saint-Germain-des-Pr¨¦s. La cita es en el bar de un lujoso hotel parisiense, a solo un par de esquinas de la casa donde creci¨®. La m¨ªtica morada en la Rue de Verneuil en la que vivi¨® su padre, ese Zeus de la melod¨ªa llamado Serge Gainsbourg, hasta su muerte en 1991, se ha convertido en lugar de peregrinaje para sus innumerables fans. La fachada est¨¢ cubierta de abundantes pintadas. La m¨¢s impresionante reproduce los rostros de sus progenitores a escala gigante, como lo har¨ªa la propaganda de un r¨¦gimen autoritario. Junto a ellos, esta actriz y cantante de 46 a?os conforma lo m¨¢s parecido a una familia real que pueda tener esta naci¨®n tan orgullosamente republicana.
En este rinc¨®n de la ciudad, repleto de polvorientas galer¨ªas de arte, tiendas de filatelia antediluvianas y barras regentadas por camareros inevitablemente odiosos, Charlotte Gainsbourg se siente como en casa. Pero este ya no es su hogar. Tras la muerte de su hermanastra, la fot¨®grafa Kate Barry, que puso fin a sus d¨ªas tir¨¢ndose del balc¨®n de su casa en 2013, Gainsbourg se mud¨® a Nueva York. ¡°Me pas¨¦ seis meses en la cama. Me sent¨ª culpable por marcharme, pero fue la ¨²nica forma de sobrevivir¡±, explica con su inimitable hilo de voz, sentada de espaldas a la clientela del bar, que simula a la perfecci¨®n no haberla reconocido. La estrategia funcion¨®. Gainsbourg pudo reinventarse a la luz del optimismo beato de sus aut¨®ctonos, que dice que seguramente habr¨ªa hecho vomitar a su padre. Recorri¨® Manhattan en su bici, pas¨® horas cocinando con sus tres hijos ¡ªfruto de su relaci¨®n, desde los 19 a?os, con el actor y director Yvan Attal¡ª y se inici¨® en el deporte, actividad proscrita en una familia donde ¡°lo obligatorio era ser poeta maldito y sufrir mucho¡±, como confiesa entre risas. Dedic¨® el tiempo que le quedaba a terminar un disco que llevaba siete a?os postergando. Lo ti?¨® de pop sombr¨ªo y letras l¨®bregas, que escribi¨® en sus dos lenguas maternas. Y, tras una larga reflexi¨®n, decidi¨® titularlo Rest (editado por Because/Universal). Como el rest in peace que se desea a los muertos en ingl¨¦s. Como el imperativo franc¨¦s que les exhorta a no abandonarnos.
No hay que ser biling¨¹e para entender que este es un disco sobre la muerte. ¡°Pero tambi¨¦n sobre la vida, porque yo sigo aqu¨ª. Es un ¨¢lbum sobre el dolor que provoca la muerte y sobre el arrebato vital que viene despu¨¦s¡±, resume Gainsbourg. ¡°Al llegar a Nueva York, logr¨¦ recuperar el apetito por la vida. Segu¨ªa obsesionada con la muerte de mi hermana, pero exist¨ªa una distancia que la convert¨ªa en algo menos real y concreto¡±. Pese a todo, no le gusta ver su disco como una terapia. ¡°Es un proyecto art¨ªstico y no un proceso de curaci¨®n. Por otra parte, cuando termin¨¦ el ¨¢lbum tampoco me sent¨ª aliviada. Sigo encontr¨¢ndome en un estado de incomprensi¨®n respecto a su muerte. Ahora ya no me paso el d¨ªa llorando, pero sigo sin haberlo digerido¡±, confiesa. Las heridas recientes suelen volver a abrir otras m¨¢s profundas. A Gainsbourg le vino a la mente el recuerdo de su cuerpo arremolinado contra el cad¨¢ver de su padre, una m¨¢scara de cera con muslos fl¨¢cidos. Entendi¨® que tampoco ten¨ªa esa p¨¦rdida, ya lejana, tan asimilada como todo el mundo supon¨ªa. ¡°Nunca hablo de esto, porque me siento rid¨ªcu?la. Suena un poco est¨²pido cuando lo articulas con palabras, pero mi padre nunca me ha abandonado. No soy espiritual ni tengo ninguna creencia, pero mantengo una conversaci¨®n constante con ¨¦l¡±, relata. ¡°Siempre he tenido la sensaci¨®n de tener un ¨¢ngel de la guarda que me proteg¨ªa. Digo que es rid¨ªculo porque, en el fondo, s¨¦ que no es verdad. Pero es algo que me ha sentado bien¡±.
En su familia, cuenta,
¡°era obligatorio ser poeta maldito y sufrir mucho¡±
El disco tambi¨¦n le sirvi¨® para saldar cuentas consigo misma. Desde que tiene uso de raz¨®n, Gainsbourg ha estado a la sombra de la fama cegadora de sus padres, cuyo matrimonio, disuelto en 1980, constituye poco menos que el c¨®digo fuente de la modernidad francesa. Ella siempre ha vivido con la desa?gradable sensaci¨®n de no estar a la altura de sus est¨¢ndares gen¨¦ticos. Sus dos discos anteriores ¡ªambos cantados en ingl¨¦s para evitar odiosas comparaciones con Gainsbourg s¨¦nior; 5:55, con el concurso de Air y su electr¨®nica vaporosa, e IRM, con el del californiano Beck, fan irredento de su progenitor¡ª parec¨ªan esconder deliberadamente que era hija de sus padres. Con Rest parece aceptar, por fin, su condici¨®n de hija de. ¡°Es verdad. Ahora lo llevo mejor¡±, responder¨¢ escuetamente. Incluso decidi¨® escribir sus propias letras por primera vez, tras sopesar ped¨ªrselas a su admirado Michel Houellebecq. ¡°Al final no me atrev¨ª, pero adoro su escritura. Me gusta su lado crudo y descarnado, su sinceridad asesina. Existe una perversi¨®n en ¨¦l que me interesa¡±, asegura. En cambio, en su plantilla s¨ª figur¨® Paul McCartney, que le regal¨® una canci¨®n (Songbird in a Cage) reconvertida en nana electr¨®nica con la ayuda del productor Sebastian, conocido por sus colaboraciones con Daft Punk y Frank Ocean.
Sus versos esbozan un retrato severo de quien sostiene la pluma. Por ejemplo, en I¡¯m a Lie (soy una mentira), Charlotte se define como una hip¨®crita y una mentecata, con la autoestima siempre por los suelos: ¡°Incerteza cruel, debilidad intelectual. / Siempre tan reservada, a todas horas timorata. / Mi incomodidad me perjudica, / y sin embargo he so?ado con excesos y fantas¨ªas indecentes / a pesar de mi aspecto recatado, discreto y decoroso¡±. Dice no ser mala consigo misma, sino simplemente realista. ¡°Esa es la imagen que ven los dem¨¢s. Cuando mis hijos me imitan, siempre adoptan mi horrible vocecita. Odio verme gesticular en mis pel¨ªculas, donde tampoco creo que act¨²e demasiado bien, salvo en momentos contados. Nada de lo que sale de m¨ª me gusta, pero he entendido que esa inseguridad forma parte de qui¨¦n soy. Ahora incluso la reivindico¡±, dice con una placidez casi total. ¡°Mi problema ha sido que me han ca¨ªdo comparaciones dif¨ªciles por todas partes. Yo solo soy objetiva: s¨¦ que he tomado algo de mis padres, pero sin llegar al mismo nivel. No tengo ni el talento de mi padre ni la belleza de mi madre. Cuando me dicen que yo tambi¨¦n soy guapa, respondo que no. Lo siento, pero no puedo estar de acuerdo¡±.
Sus complejos se pronuncian, precisamente, en lo f¨ªsico. Tal vez porque, en su casa, la hermosura interior era solo una milonga a la que los feos del mundo recurr¨ªan para consolarse. ¡°Fui educada con la idea de que la belleza f¨ªsica ten¨ªa una gran importancia. Es algo que les recrimino a mis padres. Era lo ¨²nico que contaba, sobre todo para las mujeres. Tal vez hab¨ªa algo mis¨®gino en ello: lo primero era ser guapa y despu¨¦s ven¨ªa el resto¡±, recuerda. A los 12 a?os, pidi¨® a sus padres que la metieran en un internado. ¡°Necesitaba un marco m¨¢s s¨®lido. Mi casa era demasiado ca¨®tica¡±, recuerda. Con el tiempo ha entendido que no todo fue malo. Su padre le ense?¨® lo que era ¡°la exigencia, hasta llegar a extremos un poco maniacos¡±, mientras que su madre, hija de un militar brit¨¢nico, que populariz¨® el destape en Francia antes de consolidarse como una de las int¨¦rpretes m¨¢s fascinantes de su generaci¨®n, le termin¨® legando su modestia. La frase que m¨¢s veces le repiti¨® de peque?a fue: ¡°No te lo tengas cre¨ªdo¡±. Especialmente, despu¨¦s de que se convirtiera en una adorada estrella juvenil gracias a su primer gran ¨¦xito, L¡¯effront¨¦e, de Claude Miller, en 1985. ¡°Hoy sigue siendo la caracter¨ªstica que m¨¢s me irrita en los dem¨¢s: la petulancia de quienes alcanzan el ¨¦xito. No me parece un rasgo de car¨¢cter bonito¡±, suscribe Gainsbourg.
Su padre le ense?¨® lo que era ¡°la exigencia, hasta llegar a extremos un poco maniacos¡±
Durante su juventud, la joven Charlotte se busc¨® sin encontrarse. A los 13 a?os, tras regresar de su internado, se apasion¨® por la religi¨®n de sus ancestros paternos, askenaz¨ªes rusos emigrados a Francia a comienzos del siglo pasado. Decidi¨® convertirse entonces en ¡°una jud¨ªa secreta¡±. ¡°Iba sola a una sinagoga liberal de Par¨ªs y celebraba Yom Kipur conmigo misma. Me compr¨¦ un libro de plegaria con transcripci¨®n fon¨¦tica para poder rezar en hebreo, aunque no entendiera nada de lo que dec¨ªa¡±, dice poniendo los ojos en blanco. ¡°Me sent¨ªa ofendida cuando me recordaban que nunca ser¨ªa jud¨ªa porque mi madre no lo era. Gran parte de mi familia era profundamente antirreligiosa, pero yo necesitaba formar parte de algo¡±, recuerda. Ese brote de religiosidad coincidi¨® con la muerte de su abuela, una de las pocas supervivientes de una familia donde hab¨ªa muchos m¨¢s muertos de los que cre¨ªa. ¡°En mi casa se hablaba mucho de la guerra, pero sus relatos eran felices. Me cost¨® mucho tiempo entender que, si se pon¨ªan as¨ª de alegres, era solo porque eran los ¨²nicos que hab¨ªan logrado permanecer con vida¡±, explica. Por otra parte, su padre tambi¨¦n ten¨ªa insospechadas aristas tr¨¢gicas. Su nombre real era Lucien Ginsburg y ocult¨®, casi hasta el final de su vida, que un director de orquesta le salv¨® la vida al esconderlo en la Francia profunda para escapar del asedio de los nazis.?
Para su padre, Charlotte fue la ni?a de sus ojos. Para algunos, su relaci¨®n fue incluso lim¨ªtrofe con la pasi¨®n. Con su c¨¢ustico sentido del humor, que hoy le costar¨ªa alguna que otra condena judicial, Gainsbourg le escribi¨® y le hizo cantar Lemon Incest, donde alud¨ªa con ambig¨¹edad al amor imposible entre un padre y una hija. La Francia de los ochenta se estremeci¨® ante la mayor provocaci¨®n de Gainsbarre, la ¨²ltima encarnaci¨®n del compositor: una especie de doble bronquista que deambulaba por los plat¨®s televisivos quemando billetes de 500 francos y proponiendo sexo en directo a una incr¨¦dula Whitney Houston. Su hija entiende la reacci¨®n, pero la considera desproporcionada. ¡°Nunca ha habido ninguna duda sobre lo que dice la letra de esa canci¨®n. Mi padre habla de un amor no consumado. Me parece una pena que no se pueda hablar de ciertos temas, incluso cuando son graves. Creo que hoy ser¨ªa imposible grabar una canci¨®n como esa¡±, lamenta. ?Vivimos en un tiempo m¨¢s puritano que hace tres d¨¦cadas? ¡°S¨ª, m¨¢s puritano y m¨¢s as¨¦ptico. Hoy todo debe ser biempensante y pol¨ªticamente correcto¡±, denuncia con una mueca de hast¨ªo. Pero luego a?ade una apostilla inesperada viniendo de la hija de los dos adalides de la revoluci¨®n sexual en Francia: ¡°A la vez, de este clima ha surgido la posibilidad de que las mujeres se expresen y digan que hay cosas que no son normales. Si los esc¨¢ndalos sexuales de los ¨²ltimos meses se hubieran destapado hace 30 a?os, ?nos los habr¨ªamos tomado tan en serio como ahora?¡±.
Gainsbourg se dice preocupada por el alcance de los abusos y vejaciones en la industria para la que trabaja, aunque asegura que no los ha sufrido en primera persona. ¡°No lo he vivido, pese a haber trabajado con Harvey Weinstein y con Brett Ratner. Y s¨¦ que Lars von Trier tambi¨¦n ha sido atacado. Solo puedo decir que a m¨ª nunca me hizo nada. Jam¨¢s¡±, afirma sobre el director dan¨¦s, al que sigue agradeciendo que le diera los papeles protagonistas de Anticristo, Melancol¨ªa y Nymphomaniac. Sin embargo, tras sus respectivos rodajes, no dud¨® en se?alar lo duro que es enfrentarse a Von Trier. ¡°La escena final de Melancol¨ªa fue insoportable. Lars me tortur¨®, pero fui yo quien se lo pidi¨®¡±. Hoy reivindica esos papeles como su mejor experiencia en una carrera que tambi¨¦n la ha llevado a trabajar con Todd Haynes, James Ivory, los hermanos Taviani, Patrice Ch¨¦reau, Michel Gondry, Alejandro Gonz¨¢lez I?¨¢rritu y Roland Emmerich. ¡°Siento empat¨ªa hacia esas mujeres, es un asunto grave, aunque yo no haya tenido esa experiencia¡±. Afirma, pese a todo, que la seducci¨®n no desa?parecer¨¢ en la relaci¨®n que un cineasta mantiene con sus int¨¦rpretes. Tampoco le parece intr¨ªnsecamente mala. ¡°Un director que te escoge para un papel siente un deseo. Y todo int¨¦rprete, sea hombre o mujer, utiliza todos sus encantos para entrar en ese juego. Lo inaceptable y lo terrible es que eso se convierta en una lucha de poder y en una voluntad de sumisi¨®n. Podemos trabajar en condiciones que no sean sucias¡±, concluir¨¢ antes de llevar su mar de fondo, inesperadamente agitado, hacia otro lugar.?
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