Los hombres de Virginia
A quien ejerce el machismo hay que hac¨¦rselo saber; es un deber de ¨¦poca
Todav¨ªa no resulta suficientemente obvio: hemos heredado el machismo. Hombres y mujeres. En la educaci¨®n, en las costumbres, en las leyes que nos gobernaron, en los libros que hemos le¨ªdo y, especialmente, en los que no hemos podido leer.
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¡°Las mujeres siempre hemos sido pobres¡±, confirmaba Virginia Woolf en Una habitaci¨®n propia, donde se ha encarnado magistralmente la actriz y escritora Clara Sanch¨ªs, una obra que, para nuestra fortuna, seguir¨¢ recorriendo nuestro pa¨ªs en los pr¨®ximos a?os y que sigue funcionando como despertador apenas un siglo despu¨¦s de que se escribiera.
Contra nosotros, contra s¨ª misma clamaba Virginia Woolf, contra las incontables generaciones de conformistas e inm¨®viles, ya fuesen mujeres adocenadas y, sobre todo, hombres interesados en que su poder prevaleciera sobre la otra mitad de la humanidad.
Somos el espejo donde los hombres se miran, nos advierte Virginia Woolf, para imaginarse el doble de grandes de lo que en realidad son. Somos las que, durante siglos, no han tenido derecho a la propiedad ni a la universidad ni al voto ni a la expresi¨®n p¨²blica de nuestro ser ni al desarrollo ¨ªntimo de nuestras capacidades. Una hermana de Shakespeare, gemela en talento, se habr¨ªa acabado tirando al r¨ªo despu¨¦s de chocar una y otra vez contra el muro de hombres ¡ªel muro de sus normas redactadas exclusivamente por ellos¡ª.
Y ese r¨ªo silencioso llega hasta nuestros pies. Pues ni siquiera podemos saber cu¨¢ntas hermanas de grandes y m¨ªnimos hombres se quedaron enterradas, salvo excepciones, en la imposibilidad de realizarse como seres sociales.
Una hermana de Shakespeare, gemela en talento, se habr¨ªa acabado tirando al r¨ªo tras chocar contra el muro de hombres
As¨ª hab¨ªa sucedido en Occidente hasta ayer mismo ¡ªapenas la vida de un ser humano¡ª, cuando gracias a la denuncia y la lucha de muchas mujeres ¡ªy tambi¨¦n de muchos hombres¡ª, se vienen elaborando las leyes y medidas necesarias para la equiparaci¨®n total entre los sexos.
En la teor¨ªa. Porque sabemos que este ideal no es cierto en la inmensa mayor¨ªa del planeta. Y ni siquiera lo es en nuestra privilegiada sociedad europea. Quiz¨¢ lo parece en los ¨¢mbitos m¨¢s cultos de nuestras ciudades, donde abundan los espacios de igualdad, protegidos e impulsados por las administraciones y, progresivamente, por la conciencia com¨²n de esta sociedad a la que todos contribuimos con nuestras acciones. Pero la igualdad va desapareciendo conforme nos vamos alejando hacia el lugar de la intimidad: determinados barrios, innumerables pueblos, pero sobre todo, en el interior de los ir¨®nicos hogares, el lugar principal y secreto donde representamos nuestras vidas. All¨ª la lucha soterrada contra la mujer sigue sucediendo.
Cada d¨ªa. Humillaci¨®n, violencia, muerte. Como si hubiera una rebeli¨®n inconsciente en ciertos hombres ante la libertad inexcusable de la mujer. Como si esa resistencia inmemorial fuera poseyendo a los peores, y alzara la voz, el pu?o o el cuchillo en cuanto la impunidad de unos muros lo favorece. Como si fueran diciendo con cada afrenta: No te levantar¨¢s contra tu Dios. No tendr¨¦is nuestro poder, seguir¨¦is siendo pobres, la mitad inferior del espejo.
Por supuesto, no todos los hombres son machistas y, muchos menos, son feroces; del mismo modo que el total de las mujeres no se libra de uno y otro comportamiento. Es cada persona, sea cual sea su condici¨®n, la que elige cuestionar la herencia y c¨®mo edificar el presente. Pero, a quien ejerce el machismo, hay que hac¨¦rselo saber. Es un deber de ¨¦poca que nos recuerda esta maravillosa versi¨®n de Una habitaci¨®n propia, interpretada por Clara Sanch¨ªs y dirigida por Mar¨ªa Ruiz.
Porque los hombres de Virginia seguir¨¢n cazando ma?ana. En manada, como los que actuaron en Pamplona. O en solitario, asaltando las que fueron sus propias casas. O en la aquiescencia silenciosa del que mira las noticias. O en las chanzas c¨®mplices y repugnantes de un grupo de machotes en la barra de un bar.
Ernesto P¨¦rez Z¨²?iga, novelista y poeta, es autor de No cantaremos en tierra de extra?os (Galaxia Gutenberg, 2016).
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