M¨ªa, la puerta prohibida y el carb¨®n de Reyes
La gata del autor explora todos los rincones de la casa familiar durante las Navidades. Todos, menos la cocina
M¨ªa tiene ya casi dos a?os y le hace menos gracia viajar que cuando era un beb¨¦. Como a todos los padres del mundo, me da pena que se haga mayor, pero es lo que hay. Me cost¨® Dios y ayuda meterla en el transport¨ªn antes de salir para Oviedo a pasar la Navidad. Mantuvo todo el trayecto una curiosa cara de enfado y, al llegar a casa de mi madre, no quer¨ªa salir. Para rematar la faena, me hab¨ªa olvidado el Felliway, as¨ª que aquella primera noche la termin¨® la pobre haci¨¦ndose pis en el suelo.
Si son lectores del blog, recordar¨¢n que la persona que trabaja en casa de mi madre es al¨¦rgica a los gatos. Antes de ir, tuve que negociar con mi progenitora una especie de entente cordial a partir del cual M¨ªa no podr¨ªa entrar en la cocina. Pero claro, no hay cosa que m¨¢s le pueda gustar a un gato que le proh¨ªban ir a alg¨²n sitio. Y m¨¢s si ese sitio est¨¢ tras una puerta cerrada. Estaba a punto de comenzar el ataque de mi gata a ¡°la puerta prohibida¡±.
Al principio se lo tom¨® con cierta naturalidad. Ella ve¨ªa que la puerta se cerraba siempre detr¨¢s de cada persona, pero como era un entrar y salir constante, tampoco parec¨ªa importarle mucho. Pero, ay amigos, llegaba la hora de la comida y de la cena y entonces, ya s¨ª, aquello no se pod¨ªa tolerar. Yo o¨ªa perfectamente c¨®mo maullaba al otro lado y c¨®mo rascaba la puerta con sus zarpas. Si me acercaba, se sub¨ªa sobre las patas traseras y se asomaba al cristal de la puerta poniendo un poco de cara del gato de Shrek, con ojos de "?de verdad me vas a dejar aqu¨ª fuera?". No s¨¦ qu¨¦ pensaba que est¨¢bamos hablando, pero juro que no la est¨¢bamos criticando y que los temas tampoco eran tan interesantes como pod¨ªa parecer desde el otro lado de la puerta.
Como tengo una madre de 77 a?os que es muy moderna, se fue a pasar, como la mayor parte de los h¨ªpsters de Europa, la Nochevieja a Lisboa con dos de sus hermanas (Marinieves y Chelo) y una prima (Marichu). Antes de irme, y a modo de Santo Grial, me leg¨® una orden: "Que M¨ªa no entre en la cocina". Prometo que intent¨¦ cumplir, pero la gata fue m¨¢s lista que yo. Eso s¨ª, le llev¨® varios d¨ªas.
Al principio, como soy un blando, M¨ªa daba por hecho que sin la jefa de la casa aquello ser¨ªa coser y cantar (actividades que, por otro lado, me parecen bastante complicadas, pero eso es otra historia). Como dice el dicho: cuando el gato se va, los ratones se ponen contentos (mi madre ser¨ªa el gato y M¨ªa el rat¨®n, por si no lo hab¨ªan pillado). M¨ªa lo intentaba sin disimulo alguno. Se pon¨ªa junto a la puerta y, tan pronto como se abr¨ªa, intentaba colarse. Al ver que no funcionaba, comenz¨® a esconderse detr¨¢s de una c¨®moda. Esperaba a ver si te olvidabas de cerrar la puerta. Pero tampoco. Utiliz¨® entonces la m¨¢s sutil de las artima?as: hac¨ªa como que le daba igual la puerta, y se paseaba por all¨ª como si nada. Solo le faltaba silbar. No tuvo suerte. Y ya por fin recurri¨® a su ¨²ltima bala, que me impresion¨® bastante, la verdad.
?Recuerdan el juego aquel en el que alguien se pone a contar con los ojos cerrados y el resto de participantes avanzan hasta que los abre de nuevo y todo el mundo tiene que quedarse parado y el que se mueve pierde? Pues M¨ªa se dedic¨® los ¨²ltimos d¨ªas de vacaciones a jugar a eso. Al final, como es m¨¢s lista que un rayo, consigui¨® entrar alguna vez, pero tampoco le gust¨® mucho lo que encontr¨®. Fue buena gesti¨®n de las expectativas por parte de la familia Zuazua.
Pero claro, M¨ªa es un gato, y los gatos las l¨ªan. De todos los colores. En cualquier momento. En cuanto mi madre se fue de viaje, se hizo con su sill¨®n. Fue autom¨¢tico. No hab¨ªa salido todav¨ªa por la puerta y ya estaba all¨ª repantingada. Hasta ese d¨ªa, en una clara pelea de gatas, M¨ªa se hab¨ªa tumbado sobre la parte superior, dando lugar a una c¨®mica escena en la que tocaba el pelo de mi madre, que acababa de llegar de la peluquer¨ªa, de forma repetida. Si lo emitieran, ser¨ªa el t¨ªpico v¨ªdeo en el que ponen un efecto sonoro con cada zarpazo.
Despu¨¦s volvi¨® a obsesionarse con el bons¨¢i de mi difunto padre. No s¨¦ qu¨¦ le pasa a esta gata con esa planta, pero es verla y ponerse a morder sus ramas. Como se lo quitamos, fue a por el resto de plantas. Despu¨¦s de un buen rato mordiendo de todo, me di cuenta de que ten¨ªa el comedero vac¨ªo.
Otro d¨ªa comenz¨® a jugar con las cortinas del sal¨®n. En un momento de su aventura, se lanz¨® a lo Tarz¨¢n, quedando suspendida en el aire. No sab¨ªa si trepar o bajar, y me miraba con cara de ¡°?qu¨¦ hago?¡±. El resultado fue un buen desgarro en la cortina. (Perd¨®n, mam¨¢).
A la ma?ana siguiente se centr¨® en un armario que est¨¢ lleno de papeles. No me pregunten c¨®mo, pero consigui¨® abrirlo ?a base de empujar la puerta hacia dentro! ?que el armario se abre hacia afuera! All¨ª hurg¨® entre todos los documentos que quiso y durmi¨® siestas, pero estaba claro que no era suficiente. Se encaprich¨® entonces con otro armario. Tras conseguir abrirlo, se encontr¨® con varios cajones cerrados, y ah¨ª ya no supo qu¨¦ hacer. Porque si lo piensan bien, tampoco tiene mucho sentido una puerta de armario que d¨¦ a unos cajones.
Es l¨®gico que los Reyes le trajeran, adem¨¢s de un peque?o rascador, un saco de carb¨®n
Cuando me echaba a ver la tele en el sof¨¢, ella ven¨ªa y se acurrucaba junto a mis pies, pero echaba el culo para atr¨¢s, de tal manera que mi ¨²nica opci¨®n era ponerme de lado o dejarla en medio de mis piernas. No hab¨ªa forma de que me dejara ponerme a mis anchas. Al final, tuve que ponerme de lado. Ella tambi¨¦n estaba inc¨®moda, porque se le notaba, pero hab¨ªa ganado la batalla. Y con eso le val¨ªa.
Una noche, al volver a casa, me encontr¨¦ trozos de pl¨¢stico azul por el suelo. Eran los restos de mi gorro de piscina. M¨ªa lo hab¨ªa sacado de la mochila. Me dej¨® claro que los prefiere de tela.
El d¨ªa de Reyes, ya con mi madre de vuelta, escuch¨¦ un grito: "?Ay, ay, ay!". Pens¨¦ que le estaba dando algo a alguien. Pero no. Era mi madre que estaba viendo c¨®mo M¨ªa se paseaba por la mesa del desayuno que con tanto cari?o hab¨ªa preparado.
La verdad es que con todo esto es bastante l¨®gico que los Reyes Magos le trajeran, adem¨¢s de un peque?o rascador en forma de pez, un saco de carb¨®n. Eso s¨ª, a M¨ªa no le hizo ninguna gracia. Pero ni pizca, ?eh? Se pas¨® el d¨ªa con la misma cara de cabreo que ten¨ªa en el viaje. Nadie la hab¨ªa avisado de que los Reyes la estaban vigilando. Ver¨¦is la que les espera el pr¨®ximo a?o.
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