Viernes por la noche
Durante quince a?os, ese d¨ªa de la semana se duchaba, se maquillaba, se repasaba el pelo y se vest¨ªa con cuidado. Pero no iba a ninguna parte.
LA MADRE clav¨® los ojos en el plato que ten¨ªa delante.
¡ª?Vas a salir esta noche?
La hija no apart¨® la vista de la pantalla del televisor.
¡ªS¨ª, he quedado con¡ Bueno, la semana pasada conoc¨ª a un chico¡ ¡ªy gir¨® fugazmente la cabeza hacia su madre¡ª. Te lo cont¨¦, ?no?
Ella asinti¨® sin decir nada y siguieron cenando como si aquel d¨ªa no fuera viernes, como si una no supiera lo que iba a pasar aquella noche, como si la otra no imaginara que lo sab¨ªa.
Todo hab¨ªa empezado con un plant¨®n verdadero, una noche de viernes de quince a?os antes
Todo hab¨ªa empezado con un plant¨®n verdadero, una noche de viernes de quince a?os antes. Entonces la hija ten¨ªa ya m¨¢s de treinta, ninguna pareja desde que abandon¨® a su novio de la adolescencia, un chico no demasiado listo, no demasiado guapo, muy poca cosa en general, aunque su madre insistiera en que era bueno y la quer¨ªa. Desde aquella ruptura, todo hab¨ªan sido proyectos, prolongados coqueteos con compa?eros de trabajo, amigos de los novios de sus amigas, conocidos en general, que nunca hab¨ªan desembocado en nada serio. Ella no lo entend¨ªa, sus amigas no lo entend¨ªan, en su oficina no lo entend¨ªan. Era una chica mona, ten¨ªa buen tipo, buen car¨¢cter, era amable, simp¨¢tica, con m¨¢s y mejores cualidades que muchas otras que hab¨ªan encontrado un buen novio a tiempo. Si no le hubiera interesado tanto emparejarse, no habr¨ªa pasado nada, porque ten¨ªa un trabajo que le gustaba, ganaba un buen sueldo, le sobraban amigas, amigos, planes para viajar y aficiones en las que invertir su tiempo libre, pero viv¨ªa su soledad como una maldici¨®n, una condena odiosa, irremediable, que le imped¨ªa disfrutar de todas las cosas buenas que estaban a su alcance. Hasta que apareci¨® ¨¦l, quince a?os antes, como si hubiera bajado del cielo en lugar de venir de Pamplona para hacer un curso de formaci¨®n de tres meses. Fue un idilio fulgurante, pleno y feliz, la mejores 10 semanas de su vida. Eran tan felices que, cuando se acab¨® el curso y ¨¦l volvi¨® a la oficina de Navarra, nadie dud¨® ni por un instante de su palabra. Porque iba a arreglarlo todo, iba a pedir un traslado, iba a venir a verla a Madrid todos los fines de semana. Y sin embargo, el primer viernes no apareci¨®. S¨®lo cinco d¨ªas antes se hab¨ªan levantado a la misma hora, de la misma cama, y antes de despedirse hab¨ªan fijado aquella cita. ?l no hab¨ªa llamado para cambiarla y ella no lo entendi¨®. Le llam¨® por tel¨¦fono, una, dos, diez, veinte veces, dej¨® un mont¨®n de recados en el contestador y se volvi¨® a su casa, se lo cont¨® a su madre, se dej¨® mimar por ella, pero todav¨ªa no se asust¨® demasiado. El lunes, en el trabajo, una compa?era se ofreci¨® a indagar discretamente y llam¨® a una conocida, secretaria en la oficina de Pamplona. As¨ª se enteraron de que estaba casado.
¡ªBueno, voy a ducharme, que se me va a hacer ?tarde¡
Desde entonces, durante quince a?os, todos los viernes se duchaba, se maquillaba, se repasaba el pelo con la plancha y se vest¨ªa con cuidado. Luego se desped¨ªa de su madre y sal¨ªa a la calle con prisas, quej¨¢ndose de que iba a volver a llegar tarde. Pero no iba a ninguna parte. Daba un paseo, caminando despacio, dej¨¢ndose admirar por la gente con la que se cruzaba y que se preguntar¨ªa, pensaba ella, ad¨®nde ir¨ªa aquella se?ora tan elegante. Luego, cuando se cansaba de andar, entraba en un cine o, si en la cartelera no hab¨ªa nada apetecible, se sentaba en una cafeter¨ªa para cenar algo ligero, a solas con la novela que llevara en el bolso, y volv¨ªa andando a casa, tan lentamente como hab¨ªa salido un par de horas antes. No todos los viernes eran as¨ª, porque a veces quedaba con alguien, o hac¨ªa muy mal tiempo y renunciaba para quedarse en casa, pretextando que le apetec¨ªa mucho ver algo que pusieran en la tele, pero as¨ª eran la mayor¨ªa de las noches de viernes para ella, y ya ni siquiera sab¨ªa por qu¨¦ lo hac¨ªa, pero lo segu¨ªa haciendo, aunque aquella costumbre est¨²pida se volv¨ªa m¨¢s dolorosa, m¨¢s injusta, m¨¢s cruel semana tras semana.
Al volver a casa, se quitaba los tacones, abr¨ªa la puerta sin hacer ruido, iba derecha a su habitaci¨®n para desnudarse y se pon¨ªa el camis¨®n antes de ir al ba?o.
En el cuarto de al lado, su madre la esperaba despierta, pero no dec¨ªa nada. Y al d¨ªa siguiente, ninguna de las dos hablaba del viernes por la noche.?
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