Continuidad y raz¨®n
El principio hereditario obliga a la prudencia y al cuidado en el desempe?o de sus funciones
![El rey Felipe VI durante su discurso en el Foro Econ¨®mico Mundial en Davos (Suiza), el pasado 24 de enero.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JI46PYQX2ZV24XG3KHSSQLAFVU.jpg?auth=13251ccfad992ab024118cc143e9d0b13497216ba9dd2cec24d3692b23c82fa4&width=414)
En el m¨¢s exigente ranking de las democracias actuales figuran tres monarqu¨ªas en los cinco primeros puestos. El pa¨ªs m¨¢s democr¨¢tico del mundo es Noruega, que es obviamente una monarqu¨ªa. ?Qu¨¦ habr¨¢n pasado por alto los rigurosos miembros de la Unidad de Inteligencia de The Economist que elabora ese ranking? ?No habr¨¢n advertido, como algunos astutos espa?oles, que la monarqu¨ªa es incompatible con la democracia? Pues no. Han llegado, por el contrario, a la obvia conclusi¨®n de que la forma de Estado es irrelevante para la condici¨®n democr¨¢tica de un pa¨ªs. Hay monarqu¨ªas en pa¨ªses muy democr¨¢ticos y rep¨²blicas en pa¨ªses muy autoritarios. Y viceversa. Ergo, monarqu¨ªa y democracia ni se excluyen ni se implican. Esa conclusi¨®n de mera l¨®gica es la que parece costarles entender a los sedicentes republicanos que han brotado entre nosotros.
Y enseguida alegan lo del principio hereditario. ?Qu¨¦ fraude, acceder al poder por herencia! Otro simplismo. La Corona es una instituci¨®n refrendada por los ciudadanos que asume la Jefatura del Estado pero sin ninguna competencia para dictar normas jur¨ªdicas. Es decir, sin poder imperativo alguno. Simplemente es la m¨¢s alta representaci¨®n del Estado. Y el principio hereditario es un veh¨ªculo para conferir estabilidad y continuidad precisamente a eso, a la personalidad y la presencia del Estado como actor pol¨ªtico tanto en su imagen interior como en sus relaciones internacionales. Tiene adem¨¢s su propia racionalidad interna. Al entrelazar legalmente la continuidad del Estado, el afecto natural hacia el propio pa¨ªs y el amor familiar a los herederos resulta una instituci¨®n s¨®lida y eficiente. El principio hereditario obliga al cuidado y la prudencia en el desempe?o de sus funciones, y exige por ello la correcta preparaci¨®n del heredero o heredera. Por eso proporciona estabilidad y continuidad.
La evidencia de todo ello se mostr¨® claramente en la abdicaci¨®n de la Corona por el rey Juan Carlos. Con su claro sentido pol¨ªtico, don Juan Carlos detect¨® en aquel momento una emergente desafecci¨®n y un posible distanciamiento de las gentes. Como conoc¨ªa la cuidadosa educaci¨®n de don Felipe, consider¨® que la Jefatura del Estado y la propia Corona estaban por encima de su peripecia personal. En un acto de coherencia y lealtad que le honra, urgido por esa racionalidad del principio hereditario, prefiri¨® una sustituci¨®n ordenada en la Jefatura del Estado a una etapa de inc¨®gnitas e incertidumbres. Don Felipe VI asumi¨® as¨ª la funci¨®n con toda naturalidad, sin interrupci¨®n ni brusquedad alguna, tal y como demanda la estabilidad de este viejo Estado complicado y centr¨ªfugo. Que no se enga?e nadie: asumi¨® una tarea seria y dura. Merece que estemos a su lado. Y que le deseemos este d¨ªa lo mejor.
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