?La obsesi¨®n por ver series nos est¨¢ absorbiendo la vida?
La seriefilia nos obliga a ponernos al d¨ªa y estar a la ¨²ltima, no como placer sino como exigencia
?Cu¨¢ntas series est¨¢s siguiendo ahora mismo? ?Cu¨¢ntas de ellas te parecen importantes? ?Cu¨¢ntas vas a seguir recordando con el paso del tiempo? La seriefilia ha pasado de ser una maldici¨®n a convertirse en una tortura que aflige incluso a los m¨¢s adeptos. No es raro acabar enfangados en conversaciones llenas de lamentos sobre el poco tiempo que tenemos de ponernos al d¨ªa, como si estar a la ¨²ltima no fuera ya un placer, sino una exigencia.
La pregunta es evidente: ?Nos est¨¢ destruyendo esta adicci¨®n? Cansados ya de la Iglesia, el f¨²tbol y los programas del coraz¨®n, los medios tenemos la man¨ªa de coronar, cada dos por tres, tendencias de consumo como el nuevo opio del pueblo. Lo hacemos incluso literalmente, hasta el punto de que una vez al a?o suele haber una fiebre de art¨ªculos sorprendi¨¦ndose de la vuelta de la hero¨ªna a las calles. Puede que meter en esta noria topiquera a Las Series, as¨ª, con consabidas may¨²sculas, sea absurdo, pero no est¨¢ de m¨¢s plantearnos el lugar que les hemos dado en nuestras vidas.
Pensemos.
Sales de trabajar. Coges el transporte p¨²blico. Te sientas. Ya est¨¢, en media hora llegas a tu parada. Mientras rebuscas en el bolso o la mochila ese libro con el que quieres amenizar el trayecto, las luces del bus, metro o tranv¨ªa te parecen escasas para la lectura, lo que te indigna porque sientes que est¨¢s en tu derecho de reclamar iluminaci¨®n digna para leer esos dos p¨¢rrafos miserables de rigor antes de quedarte sopa. Y c¨®mo te indigna, c¨®mo. La alienaci¨®n de la vida moderna hace que le concedas gran importancia a esos dos p¨¢rrafos de vida interior zombi. Es un placebo de cultura leprosa que se deshace en tu cabeza como una pastilla efervescente; la trampa de creer que concedes sentido a los ratos muertos de la rutina que al minuto acaban necrosando en siesta.
¡°Igual que los yonquis, nos mentimos a nosotros mismos cuando vemos lo que esta nueva adicci¨®n toma el control de nuestras vidas. ¡°Bueno, al menos es cultura¡±, nos decimos¡±
Luego llegas a casa. ?Y qu¨¦? ?Vas a reabrir el libro? Oh: podr¨ªas. Pero, ?no ser¨ªa mejor dejarlo para justo antes de ir a dormir? Leer en la cama, esa quimera. Si te quedas dormido por ah¨ª en las esquinas del transporte p¨²blico, ?qu¨¦ esperas que pase cuando te metas entre unas s¨¢banas cada vez menos fr¨ªas y m¨¢s aclimatadas a tu cuerpo derruido? Lo que haces al llegar a casa no es leer. Lo que haces es preparar cuatro chorradas de cena y ponerte frente a esos servicios de VOD tan chulos que has contratado a unos precios de risa. Todas las series del mundo por menos de diez euros al mes.
?Y una pel¨ªcula? ?Cu¨¢nto hace que no ves una pel¨ªcula en casa? Bah, est¨¢s bastante cansado, no vas a aguantar dos horas. Adem¨¢s, te han hablado bien de esa serie que tiene solo diez cap¨ªtulos por temporada y¡ Vaya, vaya. Engancha. Ten¨ªa raz¨®n ese colega, ese hilo de Twitter, ese amigo de tu pareja, ese art¨ªculo de Tentaciones que te la hab¨ªa puesto por las nubes. Pones otro cap¨ªtulo. Y otro. No ten¨ªas tiempo para dedicar atenci¨®n completa a una historia de 90 minutos y de repente te ves engullendo seis cap¨ªtulos de 50 minutos cada uno, repletos todos ellos de subtramas absurdas, como un man¨ªaco babeante.
Es obvio que hay series extraordinarias; y es obvio tambi¨¦n que muchas de ellas, como antes en los 50 o los 80, se concentran en una especie de ¨¦poca dorada, de momentum. La proliferaci¨®n de plataformas digitales de contenido, dispuestas a batallar con los servicios por cable, est¨¢ dando lugar a un exceso que deviene en h¨¢bitos bul¨ªmicos de consumo. No solo es algo que nos reporta placer; es algo que adem¨¢s nos da cierto estatus. Permite simular una suerte de erudici¨®n port¨¢til que rellena ch¨¢chara de ascensor, oficina o barra de bar, ya que todos estamos viendo series y, a menudo, todos estamos viendo las mismas series.
Esto, por una parte, es positivo. La democratizaci¨®n de la cultura derriba barreras y enriquece a la gente. Fen¨®menos populares como la seriefilia facilitan nuevas v¨ªas de conversaci¨®n, de debate e incluso de troleo. Y s¨ª, es cierto que ver muchas temporadas de algo (lo que sea) nos quita tiempo de otras cosas, como leer, pero ?hasta qu¨¦ punto es una pijada clasista quejarse de eso? Pretender que dos obras de arte se miren por encima del hombro es, en puridad, un ejercicio est¨²pido. Las series penosas lo son tanto como las novelas penosas, y lo mismo sucede con las series y novelas (y pel¨ªculas y discos) mediocres o brillantes.
Ahora bien, el histerismo viral que apareja la seriefilia se hace repelente cuando aplana el criterio para enfrentarse al lenguaje. No vemos series; las seguimos. La cineasta Lucrecia Martel dijo hace poco que las series eran ¡°un paso atr¨¢s¡±. Guillermo del Toro afirm¨® en otra declaraci¨®n reciente ante la prensa que recordaba muchos grandes momentos televisivos, pero muy pocas im¨¢genes imborrables. Es cierto que, en la era del cable y la ficci¨®n por streaming, los guionistas son los aut¨¦nticos autores; y casi parece que, oyendo a estos cineastas, la plasmaci¨®n de los libretos se deja en manos de varios obreros que tienen ante s¨ª la tarea casi industrial traducir en una sucesi¨®n de abec¨¦s visuales sus enrevesadas y complejas tramas. Como si la profundidad aristot¨¦lica se filtrara por el pasapur¨¦s del plano/contraplano por sistema.
Hay muchas excepciones; cada vez m¨¢s, de hecho. Von Trier, Soderberg o Fukunaga se han puesto al frente de temporadas enteras. (No hablemos ya de Lynch y la odisea inabarcable de Twin Peaks: The Return) Pero, m¨¢s all¨¢ de ese punto de vista algo territorial de los propios cineastas, varias series que siguen la l¨ªnea de trabajo de alternar directores han dado con momentos visuales estremecedores o bell¨ªsimos. Better Call Saul, Hannibal o The Leftovers son algunos ejemplos donde la puesta en escena es tan importante como el guion. Entonces, ?por qu¨¦ nos cuesta retener esa belleza? Quiz¨¢s por el atiborramiento; la costumbre de ir a las series como el ni?o vicioso va a las galletas de la abuela. Metemos la mano en un frasco de cultura y nos la llevamos a la boca con furor dulce y animal.
¡°?Cu¨¢ntas veces has postergado el trabajo de ese proyecto personal ¡°por un cap¨ªtulo m¨¢s¡±? ?Cu¨¢ntos antisistema se derriten con maratones hipnosapas de Mr. Robot?¡±
Por eso al llegar a casa hechos polvo seguimos las recomendaciones de nuestra plataforma de streaming. Con la fe de encontrar un nuevo dinamo emocional, buscamos desconectar no ya durante dos horas, sino durante dos temporadas. O cuatro. O seis. Igual que los yonquis, nos mentimos a nosotros mismos cuando vemos lo que esta nueva adicci¨®n toma el control de nuestras vidas. ¡°Bueno, al menos es cultura¡±, nos decimos, cuando con triste frecuencia lo que activamos en nuestras televisiones es un salvapantallas inteligente que reproduce los mismos t¨®picos argumentales que ya nos hab¨ªan enganchado una vez. (Esto explicar¨ªa el ¨¦xito metadonico de Ozark entre los hu¨¦rfanos de Breaking Bad).
?Cu¨¢ntas parejas disimulan esos ¨²ltimos meses previos a la ruptura entre la nada espesa del binge-watching? ?Cu¨¢ntas veces has postergado el trabajo de ese proyecto personal ¡°por un cap¨ªtulo m¨¢s¡±? ?Cu¨¢ntos antisistema de los de ¡°televisi¨®n-manipulaci¨®n¡± se derriten con maratones de Mr. Robot?
La cultura m¨¢s desafiante es la que nos da aquello que no sabemos que queremos, mientras que las series, incluso las mejores series, viven por naturaleza de cumplir una expectativa que ceban constantemente. Por ese sumidero dejamos que se pierda, en espiral, la grisura de nuestra rutina. Sinti¨¦ndonos, eso s¨ª, m¨¢s trendy, m¨¢s cultos y m¨¢s felices.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.