Napole¨®n solo
Puigdemont parece pertenecer al grupo de pol¨ªticos que va estrictamente por sus intereses
Cuando se hizo p¨²blica la noticia de que Carles Puigdemont hab¨ªa decidido alquilar una vivienda precisamente en la localidad belga de Waterloo result¨® poco menos que inevitable que en numerosos art¨ªculos se asociara este hecho con la derrota de Napole¨®n en la batalla que tuvo lugar en ese mismo lugar. Pero como cada cual tiene sus rarezas y es hijo de su biograf¨ªa, en mi caso la asociaci¨®n de ideas no se produjo entre el lugar en el que se encontraba ubicada la futura vivienda y lo que en ¨¦l le ocurri¨® al emperador franc¨¦s, asunto que me queda un poco lejos, sino entre este ¨²ltimo y un personaje de ficci¨®n de id¨¦ntico nombre, pero de un apellido que me remiti¨® de nuevo al fugado expresident de la Generalitat.
Otros art¨ªculos del autor
El personaje de ficci¨®n al que me estoy refiriendo era uno de los protagonistas de una serie de gran ¨¦xito en televisi¨®n, all¨¢ por los lejan¨ªsimos a?os sesenta, titulada El agente de C.I.P.O.L., y se llamaba, lo que son las cosas, Napole¨®n Solo. No fue ¨²nicamente el apellido lo que me hizo asociarlo al pol¨ªtico catal¨¢n. Tambi¨¦n la propia peripecia de Puigdemont, el hecho de que hubiera pasado de cargo institucional presuntamente severo y solemne (aunque a menudo no estuviera a la altura) a volatinero audaz y astuto (de casta le viene al galgo) que no deja de asombrar y sorprender al p¨²blico con sus constantes piruetas e incre¨ªbles saltos, me hac¨ªa recordar las peripecias semanales del personaje interpretado por el actor Robert Vaughn.
Aunque tampoco hay que desde?ar el hecho de que el apellido del agente de C.I.P.O.L d¨¦ un cierto juego a la hora de trazar paralelismos. En efecto, uno podr¨ªa sentir la tentaci¨®n de pensar que la soledad es tambi¨¦n una condici¨®n compartida por Napole¨®n Solo y Carles Puigdemont. Y en cierto modo es as¨ª. Aunque tal vez convendr¨ªa, respecto a esto, introducir alg¨²n matiz. Porque la soledad del pol¨ªtico en la c¨²spide del poder tiene que ver fundamentalmente con su insoslayable responsabilidad a la hora de tomar decisiones de particular trascendencia y de las que finalmente no tendr¨¢ m¨¢s remedio que hacerse cargo, no con el hecho de que no pueda contar con nadie que venga en su ayuda en caso de apuro, como s¨ª le sucede al agente secreto.
De ah¨ª que se imponga distinguir entre la soledad del pol¨ªtico responsable que viene obligado a decidir el ¨²ltimo qu¨¦ conviene m¨¢s a la sociedad que gobierna, de la del pol¨ªtico que est¨¢ solo porque va estrictamente a la suya y no comparte con nadie el c¨¢lculo de lo que m¨¢s le interesa (no vaya a ser que, por compartirlo, se le arruine el plan). Mal asunto cuando un pol¨ªtico duda mucho para los primeros asuntos y no incurre en la menor vacilaci¨®n para los segundos. Por la parte que me toca como catal¨¢n preferir¨ªa equivocarme y no tener que decir esto de un expresident de la Generalitat, pero lo cierto es que Carles Puigdemont parece pertenecer a este tipo de pol¨ªticos. Baste con recordar sus titubeos para convocar elecciones auton¨®micas o sus confesadas debilidades en sus comunicaciones v¨ªa WhatsApp con su exconseller de Sanidad, Toni Com¨ªn, y la firmeza recalcitrante con la que est¨¢ defendiendo unas posiciones que la mayor parte de observadores coinciden en afirmar que lo ¨²nico que persiguen es proporcionar una salida a su complicada situaci¨®n personal.
El pueblo tiene derecho a equivocarse, pero los pol¨ªticos deben intentar evitar cualquier equivocaci¨®n
Pero, al margen de muchas otras diferencias que se puedan establecer en general entre los pol¨ªticos y los agentes secretos, hay una en particular que debe ser destacada para terminar, y se refiere a la relaci¨®n que cada una de esas figuras mantiene con la verdad y con la mentira. Parafraseando al polit¨®logo italiano Giovanni Sartori, bien podr¨ªamos afirmar que, en efecto, el pueblo tiene derecho a equivocarse, pero que a ese derecho le corresponde la obligaci¨®n, por parte de los responsables pol¨ªticos, de intentar evitar por todos los medios a su alcance dicha equivocaci¨®n. Pero si estos carecen de la capacidad pol¨ªtica para hacerlo o del arrojo personal para atreverse a contrariar a los suyos cuando estos se encaminan decididamente hacia el error (y no miro a nadie), se desprende de la misma afirmaci¨®n que lo que los responsables pol¨ªticos deber¨ªan tener rigurosamente prohibido es potenciar el error a sabiendas de que lo es. Porque inducir a error es, a fin de cuentas, otro de los nombres del enga?o. Y tal vez la capacidad para enga?ar con habilidad sea una cualidad exigible al agente secreto, pero constituye el rasgo m¨¢s funesto para los ciudadanos que puede adornar a un pol¨ªtico. A los hechos me remito.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y portavoz del PSOE en la Comisi¨®n de Educaci¨®n del Congreso de los Diputados.
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