Un t¨¦ con Hawking
Le encantaba sentarse con los j¨®venes y preguntarnos por nuestro trabajo. Era extraordinariamente perspicaz con el tema que fuera
En los ¨²ltimos a?os setenta, nada nos regocijaba m¨¢s a los doctorandos en f¨ªsica nuclear de Oxford que compartir el t¨¦ de la tarde con los popes de la f¨ªsica te¨®rica que visitaban la cafeter¨ªa del laboratorio de vez en cuando. Los de Cambridge, cuyo rey era el antip¨¢tico Dirac, eran el blanco preferido de nuestras chanzas. Una tarde nos dijeron que andaba por all¨ª Hawking, el de los agujeros negros. Cuando apareci¨® quedamos sobrecogidos: ven¨ªa en postura incierta sobre una silla de ruedas. Le hicieron hueco en la mesa en que estaba yo. Durante casi una hora le preguntaron sobre la radiaci¨®n de los agujeros negros. Yo no me atrev¨ª, porque s¨®lo sab¨ªa de esos inquietantes objetos que su masa era tal que nada pod¨ªa escapar de ellos, ni siquiera la luz. ?C¨®mo diablos pod¨ªan radiar?
La mec¨¢nica cu¨¢ntica, al fundirse con la relatividad especial de Einstein, permite vislumbrar procesos tan fascinantes como la fluctuaci¨®n del vac¨ªo: espont¨¢neamente, o sea, como un efecto sin causa, se genera una part¨ªcula y su antipart¨ªcula. Se aniquilan r¨¢pidamente, pero ?qu¨¦ pasa si una se crea dentro del horizonte de un agujero negro y la otra fuera? Esta puede escapar generando a su vez radiaci¨®n y el horizonte del agujero negro se torna ¡°gris¡±. Esa p¨¦rdida neta de energ¨ªa hace que su masa disminuya tanto m¨¢s r¨¢pidamente cuanto m¨¢s peque?o es. Si su porte fuera el de una part¨ªcula se ¡°evaporar¨ªa¡± instant¨¢neamente. Esto es lo que hace que podamos estar tranquilos frente a las predicciones agoreras del LHC. Para estudiar esta radiaci¨®n, aquel f¨ªsico corro¨ªdo por un extra?o mal degenerativo tuvo que trascender la relatividad especial y confrontar la general, la gravitaci¨®n, la teor¨ªa del universo como un todo, con el microcosmos gobernado por la mec¨¢nica cu¨¢ntica. Este es uno de los desaf¨ªos intelectuales m¨¢s portentosos que puede afrontar el cerebro humano y Hawking se atrevi¨® con ¨¦l. Adem¨¢s, con ¨¦xito.
Tras aquel primer t¨¦ con Hawking, comprob¨¦ que le encantaba sentarse con los j¨®venes y preguntarnos por nuestro trabajo. A nosotros, sobre todo los extranjeros, nos desasosegaba porque ya no se le entend¨ªa muy bien, por una parte, y por otra porque tem¨ªamos que nuestras respuestas a sus preguntas no estuvieran a su altura. Era extraordinariamente perspicaz con el tema que fuera de nuestras tesis y tan amable que nunca nos sentimos abrumados por sus comentarios. Cuando se iba, qued¨¢bamos pensativos y conmovidos por una buena variedad de sentimientos. Creo que todos nosotros, unos seis o siete, guardamos gran cari?o y respeto por ¨¦l.
A lo largo de los a?os me apenaba ver c¨®mo la enfermedad lo iba minando a la vez que me irritaba el uso comercial que se hac¨ªa de ¨¦l y sus penosas circunstancias. La jovialidad con que trataba de explicarnos sus maravillosas teor¨ªas a los j¨®venes f¨ªsicos y la fuerza arrolladora de su voluntad son su mejor legado.
Manuel Lozano Leyva es catedr¨¢tico de F¨ªsica At¨®mica, Molecular y Nuclear en la Facultad de F¨ªsica de la Universidad de Sevilla
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