El movimiento Kasp¨¢rov: ajedrez contra la desesperanza
Gracias a la historia de la ni?a Phiona Mutesi, la reina del ajedrez de la que Disney hizo una pel¨ªcula, la Som Chess Academy atiende hoy a m¨¢s de 1.300 menores pobres en Uganda. Todos quieren ser como ella
O comer o estudiar. Si no fuera por el ajedrez, Gimadu Yokosofati, 20 a?os, una muda de ropa limpia y la piel quemada por el sol, hace tiempo que habr¨ªa tenido que elegir. En Katwe, un suburbio de tierra sucia y est¨®magos hinchados que sirve de sumidero para los bajos fondos de Kampala, est¨¢n acostumbrados a hacerlo: vivir aqu¨ª es morir un poco cada d¨ªa. De hambre, de VIH, de los ojos secos. Pero contra la desesperanza han encontrado un remedio. El movimiento Kasparov.
Aunque se ejecuta con las piezas del tablero, el movimiento Kasparov se gana con un plato y un libro. El plato puede ser de arroz. O de rolex [rollitos de verduras] humeantes. El libro, de cualquier cosa que se pueda aprender. ¡°El ajedrez es una met¨¢fora de la vida. En nuestro d¨ªa a d¨ªa estamos jugando constantemente una partida: se presentan unas circunstancias, medimos sus condicionantes y tomamos decisiones. Por eso todos sabemos jugar al ajedrez. Lo que a lo mejor no sabemos es c¨®mo mover las piezas¡±, asegura Robert Katende, el hombre que encontr¨® una forma de escapar de la miseria. Porque de Katwe, como de los dem¨¢s slums de Kampala, sin el movimiento Kasparov no se sale.
En el mejor de los casos, los chiquillos forzados a ser adultos apenas ganan para una raci¨®n de cassava ¡ªlas tradicionales patatas dulces¡ª y un buen trago de waragi destilado en casa. Ellas, tan j¨®venes que nunca llegar¨¢n a ser adultas, a vender ma¨ªz, mandiocas o lo que sea que puedan colocar en el mercado de Kibuye. En el peor de los casos, a ellos les queda emigrar. A ellas todav¨ªa algo peor. La prostituci¨®n. El VIH. El desprecio de las otras mujeres. Porque las buenas mujeres de Kampala odian cruzarse con las de Katwe de camino a la iglesia. No vayan a robarle otra vez a sus maridos. No vayan a embaucar otra vez a sus hijos.
Es ah¨ª, en ese desprecio que nace solo de los gestos de los que un d¨ªa conjugaron el nosotros, donde las miradas de los chicos de Katwe comienzan a secarse. ¡°Nacer africano es ser un marginado en el mundo. Nacer en Uganda es ser un marginado en ?frica. Nacer en Katwe es ser un marginado en Uganda. Nacer ni?a es ser una marginada en Katwe¡±, escribi¨® el norteamericano Tim Crothers, autor de La reina de Katwe, la obra que le descubri¨® al mundo el movimiento Kasparov.
Aquella ma?ana de s¨¢bado hab¨ªa casi 40 chicos en la iglesia. Ninguno de ellos sab¨ªa un nombre para ese juego que los ten¨ªa cautivados. Al menos no en luganda, su lengua materna. Aquel era un juego de blancos. As¨ª que lo llamaron como lo hac¨ªan ellos. Chess. A lo lejos, mientras su hermano Brian se adentraba en aquel edificio viejo que gestionaban unos misioneros cristianos, Phiona Mutesi solo se preguntaba qu¨¦ era aquello que manten¨ªa a los chicos tan callados.
¡°Peque?a¡±, la invit¨® Robert Katende, ¡°Ven. No tengas miedo¡±.
Por aquel entonces ten¨ªa hambre. Ese hambre que solo se tiene en el slum. Ese hambre que se come el futuro. ¡°Los chicos del slum, cuando comemos, lo comemos todo porque no sabemos cuando vamos a poder volver a comer. Cuando aprendemos es igual¡±. Solo otros como Kariuki, un joven que vive en otro pa¨ªs, en otro suburbio, pero comparte el mismo hambre, pueden entenderlo. En la iglesia del Agape siempre hab¨ªa algo de comer. Arroz, alubias¡ Lo mismo que hay hoy. Para Phiona y para su madre, Harriet, aquello era suficiente. Ten¨ªa que ser suficiente. Por mucho que los vecinos murmurasen: si sigue yendo a jugar al juego de los mzungu, se la van a llevar.
Y se la llevaron. Pero a conquistar el mundo. Hasta Disney hizo una pel¨ªcula sobre ella.
El triunfo de Mutesi
Los peones. Las torres. El rey. Y, por ¨²ltimo, la reina. Robert Katende le ense?¨® los nombres de aquellas piezas. Le ense?¨® c¨®mo moverlas. C¨®mo esperar. Le cost¨® 50 partidas aprenderlo. La primera victoria que Phiona consigui¨® fue contra un joven que la hab¨ªa humillado varias veces con un mate en cuatro movimientos. El Fool¡¯s Mate. Lo que no sab¨ªa el chiquillo es que Phiona le hab¨ªa pedido a Katende que le ense?ara c¨®mo defenderse.
En poco m¨¢s de un a?o, a Phiona Mutesi no hab¨ªa quien le ganase en la iglesia. Tampoco entre los chicos de las escuelas a las que las familias pudientes de Kampala enviaban a sus hijos. Ni siquiera entre los universitarios hab¨ªa quien pudiese con Phiona: ella, que hab¨ªa dejado la escuela, que apenas sab¨ªa leer ni escribir, los hab¨ªa derrotado a todos. Ella. Una mujer.
Por el hambre y la desesperanza algunos, quiz¨¢ muchos, optan por la delincuencia
Con 11 a?os se proclam¨® mejor jugadora junior de ajedrez del pa¨ªs. Lo hizo durante tres a?os. En agosto de 2009, la Federaci¨®n Ugandesa envi¨® a tres chicos a participar a un torneo en Sud¨¢n. Fue la primera vez que Phiona tir¨® de una cisterna en el lavabo. La primera vez que pudo elegir lo que quer¨ªa comer. Aunque compet¨ªan contra otros 16 equipos africanos, los muchachos de Katwe se proclamaron campeones sin ceder ni una sola partida. A su vuelta, fueron recibidos como h¨¦roes.
¡°Uganda-Uganda-Uganda!¡±
Para los chicos que hab¨ªan descubierto otro mundo, sin hambre (al menos sin tanta hambre), volver a Katwe supuso un cambio demasiado dif¨ªcil de explicar. No para Phiona. Alguien le pregunt¨®: ?Qu¨¦ es lo primero que le vas a decir a tu madre? "Le preguntar¨¦ si tenemos suficiente comida para desayunar", contest¨®.
Katwe inundado
Phiona no pierde casi nunca porque est¨¢ acostumbrada a perder demasiado. A los tres a?os perdi¨® a su padre. De sida. Un par de semanas despu¨¦s, a su hermana mayor, Juliet. Incluso ella misma muri¨® por dos d¨ªas. As¨ª al menos se lo cont¨® su madre a Crothers mientras escrib¨ªa el libro. ¡°Estuviste muerta dos d¨ªas¡±. La malaria. La maldita malaria.
Durante la estaci¨®n de lluvias, las heces, los pl¨¢sticos y las verduras putrefactas lo inundan todo. ¡°El agua entra as¨ª en las casas, como no hay alcantarillado llega hasta esta altura¡±, afirma Richard, se?alando una marca en la pared por encima del metro. Durante estos meses la prevalencia de los mosquitos infectados es desmedida. Las campa?as de fumigaci¨®n no llegan aqu¨ª. Menos a¨²n las de asistencia sanitaria.
¡°Aqu¨ª la vida resulta dif¨ªcil¡±, contin¨²a Richard, ¡°la gente se gana la vida vendiendo los cultivos, comerciando con ropa¡¡±. Durante a?os, Harriet, quien a menudo est¨¢ demasiado d¨¦bil porque probablemente ella tambi¨¦n est¨¦ infectada por VIH aunque se niegue a hacerse la prueba, se levantaba de madrugada y caminaba cinco kil¨®metros para adquirir a buen precio aguacates y berenjenas que luego revend¨ªa en el barrio para sacar unos chelines. As¨ª es muy dif¨ªcil que el hambre no cale en las miradas.
Es por eso, por el hambre, mas sobre todo por la desesperanza que lo inunda todo, que algunos, quiz¨¢ muchos, optan por la delincuencia. Son los que Daniel, 16 a?os, y su contrincante a la que dobla la edad llaman los ¡°chicos que hacen cosas que no se deben hacer¡±. Robar. Agredir. Puede que hasta matar. ¡°Muchos de nuestros amigos est¨¢n metidos en temas de drogas, de robos¡ Lo hacen para sobrevivir¡±, confiesa Gimadu. Lo dice sin reproche, como el que constata una obviedad: para los chicos de Katwe, sin el ajedrez, poco m¨¢s queda que la mala vida.
En su casa, al igual que en la de Setyabule, que mueve blancas, no hay para comer tres veces al d¨ªa. A veces ni siquiera una. ¡°Nuestros padres no siempre pueden pagar¡±. Y cuando pueden, porque han encontrado un empleo mal pagado, no tienen ni un segundo para compartir con ellos. O comer o sus hijos. Setyabule y Gimadu no quieren ser como sus padres.
Estela lo que no quiere ser es como sus amigas. Casi todas est¨¢n ya casadas sin haber cumplido los 16. ¡°Lo han hecho porque no tienen otra oportunidad¡±. Seg¨²n las estad¨ªsticas oficiales, el 46% de las mujeres se casa en Uganda antes de los 18 a?os. Estela, si no estuviese aqu¨ª jugando al ajedrez, ya estar¨ªa casada.
¡°Es lo que sucede en el slum. Son ni?os cuidando de ni?os. Un c¨ªrculo vicioso¡±. La propia madre de Phiona, contin¨²a Robert, ¡°nunca fue a la escuela y tuvo su primera hija a los 14 a?os. Phiona lleg¨® aqu¨ª cuando ten¨ªa nueve y pas¨® todo lo que pas¨®. Si no, habr¨ªa completado el mismo c¨ªrculo¡±.
?Qu¨¦ fue lo que pas¨®? Pues que Phiona descubri¨® el hielo de Siberia. ?Hace fr¨ªo all¨ª?, cuentan que pregunt¨® antes de subirse al avi¨®n. Por primera vez en su historia, Uganda envi¨® un equipo de mujeres a competir en los Mundiales de 2010. All¨ª estaba Phiona, la reina de Katwe, entre las mejores jugadoras de 149 pa¨ªses.
Su primer oponente, la campeona canadiense Dina Kagramov, llevaba compitiendo m¨¢s a?os de los que Phiona hab¨ªa siquiera vivido. La derrot¨®. Tambi¨¦n lo hizo la taiwanesa Lin Yu-Tong.
Perdi¨®, s¨ª. Pero por fin lo hab¨ªa entendido. El movimiento Kasparov. Dos a?os despu¨¦s, en Estambul, Phiona se convirti¨® en la primera mujer ugandesa en ganar el t¨ªtulo de Woman Candidate Master de la Federaci¨®n Internacional de Ajedrez.
Los chicos del 'slum', cuando comemos, lo comemos todo porque no sabemos cuando vamos a poder volver a comer. Cuando aprendemos es igual
Todos quieren ser Phiona
A esta hora de la ma?ana, poco antes del mediod¨ªa, hay m¨¢s de una veintena de partidas simult¨¢neas. Quien gana sigue. Phiona Mutesi no est¨¢ aqu¨ª, pero todos en el barrio quieren ser ella. Robert Katende sabe que no va a haber otra Phiona. ¡°Tengo claro que no van a ser campeones del ajedrez, pero s¨ª s¨¦ que van a ser campeones de su vida¡±.
Gracias a su historia, la Som Chess Academy atiende hoy a m¨¢s de 1.300 chicos en Uganda. Les dan comida y becas para seguir estudiando. ¡°Sin su apoyo no podr¨ªamos estudiar¡±, asegura Abdul, en su nombre y en el de Gimadu. ¡°Yo tampoco¡±, dice Estela.
¡°El ajedrez ha transformado nuestras vidas. Es nuestro motor¡±.
¡ªSin ¨¦l, interrumpo a Abdul, ?habr¨ªais acabado delinquiendo como vuestros amigos?
¡ª¡°Seguramente¡¡±, el joven hace una pausa. Van fuera dos alfiles. ¡°Pero tenemos una oportunidad para alcanzar nuestras metas¡±. ?l, por el momento, estudia ingenier¨ªa mec¨¢nica.
¡ª?Y t¨², Estela?
¡ª¡°Yo no me quiero casar, es demasiado pronto. Yo quiero seguir estudiando¡±.
La comida est¨¢ casi lista. El olor del arroz y del guiso de tomate se cuela entre las partidas. Varios de los m¨¢s peque?os han abandonado ya la tabla y corretean por la estancia. Frente a la cocina, dos de los monitores han improvisado una partida. Est¨¢n empatados y un rebumbio de chicos se arremolina a su alrededor.
Ajenos a lo que ocurre en la otra habitaci¨®n, Gimadu y Abdul contin¨²an su partida. Estela tambi¨¦n. ¡°En este barrio hay un c¨ªrculo de pobreza que es muy dif¨ªcil romper. La pobreza lleva generaciones aqu¨ª¡±. Robert Katende la ha visto. Ha visto como la puta vida va secando las miradas. ¡°Muchos chicos han perdido la esperanza. Ven a sus padres, a sus amigos¡ Ven cada d¨ªa en lo que se han convertido. Ven en ellos un espejo de s¨ª mismos¡±.
Y eso les aterra.
¡°El ajedrez les da una oportunidad¡±. Les da la oportunidad de ser Phiona. ¡°El problema es que aqu¨ª los chicos no tienen oportunidades. Si se las dan, son capaces de todo¡±.
Ese es el secreto del movimiento Kasparov.
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