Doblegar al Estado
Lo ocurrido en Catalu?a entre septiembre y octubre no habr¨ªa sucedido si los nacionalistas no hubieran tenido durante d¨¦cadas poder y recursos p¨²blicos para organizar la sedici¨®n y alzarse contra el Estado al que deb¨ªan su poder y su lealtad
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Hubo una vez en Espa?a una generaci¨®n, de la que a¨²n quedan (quedamos) algunos supervivientes, que por haber nacido poco antes, durante o poco despu¨¦s de la Guerra Civil fue bautizada como la de los ni?os, luego hijos, de la guerra. Algunos hermanos mayores de esa generaci¨®n, los nacidos entre 1930 y 1939, cuando llegaron a la edad de la raz¨®n pol¨ªtica, se presentaron en la escena p¨²blica dispuestos a clausurar la guerra de sus padres y abuelos calific¨¢ndola, en un manifiesto elaborado en Barcelona, de ¡°in¨²til matanza fratricida¡±. Lo hicieron reclamando no una naci¨®n verdadera, formada por un solo pueblo, sino un Estado democr¨¢tico, garante de las libertades que con la victoria de los rebeldes hab¨ªan quedado destrozadas.
Fue, por esa raz¨®n, y contando desde principios del siglo XIX, la primera generaci¨®n de espa?oles m¨¢s preocupada por el Estado que por la naci¨®n, quiz¨¢ porque la identificada como naci¨®n espa?ola ¨²nica y verdadera hab¨ªa sido secuestrada por los vencedores; o tal vez porque la libertad importaba m¨¢s, infinitamente m¨¢s, en los a?os cincuenta o sesenta que la identidad espa?ola o que el sentimiento de pertenencia a cualquiera de las posibles Espa?as.
No hay m¨¢s que leer los manifiestos con que fueron sembrando su paso por la pol¨ªtica y la sociedad de aquellos a?os para percibir que a esa generaci¨®n, o a sus miembros pol¨ªticamente m¨¢s activos, les tra¨ªa mayormente sin cuidado la naci¨®n espa?ola, que para nada aparec¨ªa en sus protestas y reivindicaciones.
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Esa generaci¨®n, al ir alcanzado lo que Ortega llam¨® la mitad del camino de la vida, los treinta a?os m¨¢s o menos, encontr¨® en Catalu?a el espejo en que mirarse, pues fue all¨ª donde m¨¢s avanzado iba el proyecto de Estado al que aspiraba. En Catalu?a era, en efecto, desde finales de los a?os sesenta, donde las mesas redondas en las que se sentaban desde comunistas hasta cat¨®licos, pasando por nacionalistas de izquierda y derecha e incluyendo a socialistas y liberales, marcaban el camino hacia un encuentro de todas las fuerzas pol¨ªticas que pudiera plasmarse en un programa de acci¨®n firmado por partidos y sindicatos de todo tipo y procedencia.
All¨ª fue donde germin¨® y donde m¨¢s adelantada estaba la convicci¨®n de que a la dictadura solo podr¨ªa sustituirla un pacto entre dem¨®cratas, al modo en que surgi¨® la Assemblea de Catalunya. Catalu?a y pacto con vistas a la construcci¨®n de un Estado espa?ol democr¨¢tico que garantizara las libertades individuales y colectivas y la autonom¨ªa de todos los pueblos, regiones o nacionalidades de Espa?a eran, a nuestra mirada, una y la misma cosa.
Es dram¨¢tico que unos jueces alemanes no vean un delito equivalente a la alta traici¨®n
Este fue el proyecto que acab¨® triunfando en los duros a?os de lo que, con toda raz¨®n y basado en lo que ya era una larga tradici¨®n, llamamos transici¨®n a la democracia. Fue un pacto en el que los catalanes ¡ªcomunistas, socialistas, nacionalistas, democristianos, liberales¡ª desempe?aron un papel fundamental. Las voces de Jordi Pujol, Jordi Sol¨¦ Tura, Joan Revent¨®s, Miquel Roca o Anton Ca?ellas, y hasta Heribert Barrera, adem¨¢s de sostener ese pacto, fueron las de sus m¨¢s fervientes ¡ªpues algo de fervor hab¨ªa en sus discursos¡ª defensores. Por un momento, pareci¨® como si la ya vieja aspiraci¨®n de Pere Bosch Gimpera, la de concebir Espa?a como una comunidad de pueblos en la que catalanes, vascos y gallegos, pero tambi¨¦n castellanos, andaluces, manchegos y todos los dem¨¢s aparecieran fraternalmente unidos, estuviera a punto de convertirse en realidad.
Agua pasada no mueve molinos, se podr¨¢ decir. Y as¨ª es. Pero tampoco tiene por qu¨¦ bloquearlos ni destruirlos. Los molinos all¨ª pueden quedar, se?alando parte del camino que hemos recorrido hasta llegar¡, hasta llegar ?ad¨®nde? A unos aciagos d¨ªas de septiembre y octubre, 40 a?os despu¨¦s, cuando en un Parlamento en el que hab¨ªan alcanzado una escueta mayor¨ªa de esca?os sostenidos en una minor¨ªa de votos, los nacionalistas catalanes quebrantaron gravemente el pacto que hab¨ªan sellado, rompiendo con su propio pasado, que era el pasado de todos, y siguiendo la peor tradici¨®n pol¨ªtica espa?ola, se pronunciaron por la independencia violando la Constituci¨®n que hab¨ªan sellado y el Estatuto de Autonom¨ªa que les hab¨ªa permitido gobernar leg¨ªtimamente durante 40 a?os.
Pues un pronunciamiento civil fue lo que denominaron Declaraci¨®n Unilateral de Independencia. Hasta entonces, en Espa?a, quienes se pronunciaban eran militares, un poder del Estado siempre dispuesto a quebrantar el curso de la pol¨ªtica hasta su esperpento final, un d¨ªa de febrero de 1981. Porque era una exclusiva militar, pronunciamiento significa, en el DRAE, ¡°alzamiento militar contra el Gobierno¡±, pero desde octubre de 2017 habr¨¢ de significar tambi¨¦n la liturgia civil seguida por los nacionalistas catalanes que, como titulares leg¨ªtimos de un poder de Estado, se alzaron no ya contra el Gobierno, sino contra el Estado cuyo poder ostentaban.
El Parlamento catal¨¢n a?adi¨® a la figura del pronunciamiento un car¨¢cter civil
Lo ocurrido en Catalu?a nunca habr¨ªa sucedido si los nacionalistas no hubieran dispuesto durante d¨¦cadas de un poder de Estado y de abundantes recursos p¨²blicos para organizar la sedici¨®n y alzarse contra el mismo Estado al que deb¨ªan su poder y su lealtad.
Es absolutamente risible, si no fuera dram¨¢tico, que unos jueces de un land de Alemania no encuentren en el pronunciamiento catal¨¢n un delito equivalente a la alta traici¨®n porque los presuntos rebeldes no doblegaron al Estado. Pues claro que no lo doblegaron; si lo hubieran conseguido, como fue el caso del general Primo de Rivera en 1923, ser¨ªan ellos los que someter¨ªan a juicio o a destierro a quienes se hubieran resistido a sus pretensiones. Fracasaron en su empe?o, como ocurri¨® con el general Sanjurjo en 1932, hecho prisionero y sometido a consejo de guerra por la Rep¨²blica contra la que se pronunci¨®, como ser¨¢n tambi¨¦n sometidos a consejo de guerra por una democracia todav¨ªa fr¨¢gil los generales Armada y Milans del Bosch y los secuaces que protagonizaron el ¨²ltimo intento de pronunciamiento militar.
?ltimo hasta que otro poder del Estado, el Parlamento catal¨¢n, a?adi¨® a la figura del pronunciamiento un car¨¢cter civil. Esta es la alta traici¨®n al Estado, a su propia historia y a m¨¢s de la mitad del pueblo catal¨¢n, al que dicen representar, por la que habr¨¢n de ser juzgados por un tribunal civil los nacionalistas catalanes que la cometieron y no consiguieron con su acci¨®n doblegar al Estado.
Santos Juli¨¢ es historiador.
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