Por qu¨¦ la psicosis te da miedo
El cambio en la percepci¨®n social sobre la depresi¨®n no se ha producido, ni de lejos, en un grupo de trastornos mentales que afectan al 3 % de la poblaci¨®n: los psic¨®ticos
En el campo de la depresi¨®n las cosas est¨¢n cambiando. Un programa de televisi¨®n de m¨¢xima audiencia abre su temporada con una abierta descripci¨®n del sufrimiento por el que pasan los pacientes depresivos; varios personajes queridos y admirados por el p¨²blico reconocen haber transitado por ese infierno y haber salido adelante; un c¨®mic sobre un perro negro se hace viral y ayuda a personas afectadas y a sus familiares. La audacia y sensibilidad de periodistas, actores, escritores, dibujantes¡ lo est¨¢n consiguiendo, y el mensaje ha calado: la depresi¨®n existe, afecta a mucha gente, genera un inmenso sufrimiento y una gran discapacidad, pero tiene tratamiento. Este cambio en la percepci¨®n social del trastorno es hist¨®rico y puede significar un vuelco en la vivencia futura del paciente depresivo: tendr¨¢ menos reparo o verg¨¹enza en expresar su dolencia, pedir¨¢ ayuda antes, el tratamiento -al ser m¨¢s temprano- resultar¨¢ m¨¢s eficaz, y la persona integrar¨¢ m¨¢s f¨¢cilmente su trastorno dentro del amplio cat¨¢logo de experiencias humanas, en vez de considerarse secretamente alguien tarado y an¨®malo.
Pero este cambio no se ha producido, ni de lejos, en un grupo de trastornos mentales que afectan al 3% de la poblaci¨®n y representan la tercera causa de discapacidad m¨¦dica entre los 15 y los 44 a?os: los trastornos psic¨®ticos. Para mucha gente ajena al campo m¨¦dico o psicol¨®gico, la palabra psicosis evoca a¨²n la aterradora silueta de un Anthony Perkins muy alto, con peluca de mujer y un cuchillo en la mano. Es decir, el miedo, el espanto, lo impredecible, lo siniestro. Se entiende que el paciente psic¨®tico sea reticente a aceptar tener este trastorno, porque socialmente significa poco menos que encarnar las fuerzas de mal y del peligro.
Otro malentendido -en personas formadas e informadas en otros ¨¢mbitos, por otro lado- es utilizar como sin¨®nimos palabras como psic¨®tico, psic¨®pata, esquizofr¨¦nico, psiqui¨¢trico¡ La relevancia cl¨ªnica y social de estos trastornos exige que clarifiquemos estos conceptos y combatamos los mitos y las tergiversaciones. A esto no contribuye el diccionario de la RAE que considera que psicosis, en su primera acepci¨®n, significa ¡°enfermedad mental¡± (demasiado general), aunque luego especifica: ¡°enfermedad mental caracterizada por delirios y alucinaciones, como la esquizofrenia o la paranoia¡±. Otras definiciones, como la del diccionario Webster?s hacen referencia a la ¡°p¨¦rdida de contacto con la realidad¡± (el n¨²cleo de la psicosis) y a la frecuente aparici¨®n de alucinaciones y delirios. Efectivamente, los trastornos psic¨®ticos son un grupo de enfermedades que cursan con alucinaciones (es decir, percepciones sin objeto, falsas percepciones), delirios (creencias falsas mantenidas con una convicci¨®n total a pesar de la evidencia contraria o la argumentaci¨®n l¨®gica, que invaden y dominan al sujeto) y/o lo que llamamos desorganizaci¨®n del pensamiento, es decir, p¨¦rdida de la capacidad para estructurar las ideas, mantener una conexi¨®n significativa l¨®gica entre ellas.
Esto se entiende mejor con un caso cl¨ªnico, de los muchos que vemos en la consulta. F., un chico joven, de unos 18 a?os, por lo dem¨¢s completamente normal, comienza, en el curso de unos meses, a cambiar su manera habitual de comportarse: deja de ir a clase, se sale del equipo de baloncesto, pasa mucho tiempo encerrado en su habitaci¨®n, bien conectado a Internet o leyendo libros y revistas de temas singulares, en concreto sobre la vida extraterrestre y el m¨¢s all¨¢; fuma secretamente porros, porque -seg¨²n ¨¦l- es ¡°lo ¨²nico que le calma¡±; los padres le notan retra¨ªdo, huidizo, irritable, ¡°como cambiado¡±. Sus escasas conversaciones empiezan a girar invariablemente sobre asuntos ¡°filos¨®ficos¡±, abstractos, que los padres no llegan a entender. En su discurso, parece que todo lo que ocurre en el mundo hace referencia a ¨¦l: la gente le mira por la calle, le hace gestos, los antiguos amigos le mandan mensajes indirectos a trav¨¦s de Internet o TV, los libros de su habitaci¨®n le desvelan poco a poco un poderoso complot contra su persona. Un d¨ªa confiesa a su asustada madre que escucha voces en su cabeza que le insultan y atormentan. Cada vez se siente m¨¢s en peligro porque de todas partes le llegan mensajes amenazantes, y su sensaci¨®n de soledad e indefensi¨®n es absoluta. No puede dormir, no puede comer ante el miedo a ser envenenado, no puede estudiar ni hacer deporte ni salir con sus amigos, cree ser grabado con c¨¢maras de v¨ªdeo colocadas en su casa, se siente parte de una pesadilla espantosa de la que no puede salir y en la que no puede confiar en nadie. No considera estar enfermo, porque ?c¨®mo puede uno dudar de su representaci¨®n de la realidad? Si oye voces (no las imagina, no las recuerda: las oye), si siente que le persiguen (no se imagina, no fantasea, no cree: lo siente, lo sabe), si todo esto le est¨¢ pasando, ?c¨®mo va a ser esto una enfermedad, que vaya a mejorar con un tratamiento?
El caso es que F. tiene un episodio psic¨®tico, y hay que estudiarlo, descartar causas m¨¦dicas o t¨®xicas (el cannabis podr¨ªa tener algo que ver, seguramente como desencadenante), evaluar el tipo de psicosis que tiene y tratarlo. Tratarlo significa fundamentalmente ofrecerle una ayuda, una confianza y una esperanza, transmiti¨¦ndole que esa pesadilla puede remitir. Tratar significa acompa?arlo, garantizar su seguridad, favorecer su red de apoyo personal en este momento cr¨ªtico. Y, junto a esto, de forma imprescindible, corregir el desequilibrio bioqu¨ªmico que est¨¢ favoreciendo estos s¨ªntomas tan aterradores. Afortunadamente tenemos herramientas farmacol¨®gicas para combatir eficazmente los delirios, las alucinaciones y la desorganizaci¨®n del pensamiento. Utilizaremos las dosis m¨ªnimas eficaces (no las mega-dosis de anta?o) y durante los tiempos que marcan las gu¨ªas Internacionales de pr¨¢ctica cl¨ªnica, en la fase aguda y posteriormente, para prevenir reca¨ªdas, dado que la recurrencia en los trastornos psic¨®ticos es muy alta. En la mayor¨ªa de casos como el de F., al cabo de unas semanas, el paciente estar¨¢ mejor y podr¨¢ reiniciar, progresivamente y con ayuda, sus proyectos vitales. Algunos de estos trastornos psic¨®ticos evolucionan a una esquizofrenia, enfermedad grave que cursa con reca¨ªdas y, entremedias, lo que llamamos s¨ªntomas negativos (desmotivaci¨®n, apat¨ªa, aplanamiento afectivo¡), pero otros tendr¨¢n una evoluci¨®n distinta, hacia un curso m¨¢s espor¨¢dico o benigno. En todos los casos ser¨¢ decisiva la ayuda familiar, social y profesional, y la participaci¨®n activa del paciente en la gesti¨®n de su caso, con un solo objetivo: la recuperaci¨®n funcional.
El abordaje de la psicosis es una asignatura pendiente de nuestra sociedad. Tenemos un d¨¦ficit de inversi¨®n en asistencia e investigaci¨®n de los trastornos psic¨®ticos respecto a los pa¨ªses avanzados. Mientras en Reino Unido hay 15 psiquiatras por cada 100.000 habitantes (en Holanda 20 y en Noruega 29), en Espa?a hay ocho. Esta diferencia es a¨²n m¨¢s clamorosa en los psic¨®logos cl¨ªnicos y enfermeros especialistas en salud mental. Espa?a invierte en salud mental 5,5 euros por cada 100 que destina al gasto total sanitario, una cifra inferior a la media de la UE, que alcanza los siete euros, lo que explica la falta de recursos y repercute en las personas con trastornos psic¨®ticos. Alg¨²n partido pol¨ªtico, digo yo, coger¨¢ la bandera de la integraci¨®n de las personas con trastornos mentales y quiz¨¢ la situaci¨®n pueda cambiar.
Pero para ello, antes es necesario que la psicosis salga del rinc¨®n oscuro del desconocimiento y el miedo. Que se conozcan estos trastornos, se sepa que la inmensa mayor¨ªa de los pacientes psic¨®ticos no son violentos ni peligrosos (es evidente que merecen m¨¢s nuestra empat¨ªa que nuestro miedo), que se sepa que adem¨¢s de sus s¨ªntomas tienen que soportar el rechazo y la discriminaci¨®n. Que se difunda que estos trastornos tienen tratamiento efectivo (farmacol¨®gico y psicosocial), que es posible la integraci¨®n y que la sociedad -como ha empezado a hacer con los pacientes depresivos-, alg¨²n d¨ªa, se tomar¨¢ en serio apoyar a chicos como F. y a sus familias.
Guillermo Lahera Forteza es psiquiatra, profesor de Psiquiatr¨ªa y Psicolog¨ªa M¨¦dica en la Universidad de Alcal¨¢ e investigador adscrito al CIBERSAM.
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