Cifuentes, del ¡®Gaudeamus¡¯ a ¡®La Pat¨¦tica¡¯
La presidenta de la Comunidad de Madrid ha pasado un calvario del que la alivi¨® el esc¨¢ndalo del supermercado
Una de las escenas m¨¢s pat¨¦ticas (hasta este mi¨¦rcoles por la ma?ana, cuando se la ve, supuestamente investigada por el robo en un supermercado) que ha vivido Cristina Cifuentes en su lucha por seguir agarrada al poder, a su lado o detr¨¢s, fue cuando tuvo que escuchar en el Paraninfo de la Universidad de Alcal¨¢ de Henares el Gaudeamus igitur con el que acab¨® la ceremonia de entrega del premio Cervantes al nicarag¨¹ense Sergio Ram¨ªrez. El esc¨¢ndalo en el supermercado le ha hecho ahora escuchar La Pat¨¦tica de Beethoven, una m¨²sica final para una carrera en ca¨ªda libre.
En el Paraninfo ella estaba sola, rodeada de gente. Tuvo que apresurarse para seguir el paso del presidente Mariano Rajoy, se vio ausente, acompa?ada de la sonrisa que ahora exhibe sin besos volados, junto a la reina Letizia, flanqueada por el alcalde de Alcal¨¢ de Henares, ante un auditorio que, como ella, escuchaba el famoso himno universitario. En el supermercado estaba con un guardia de seguridad, revisando tarjetas. Patetismo mayor no esperaba, y ese patetismo la ha derribado.
Se dice de los listos que saben Lat¨ªn. Es posible que Cifuentes, tan lista como para aprobar sin estudiar, sepa Lat¨ªn, por tanto habr¨¢ podido deletrear en ese idioma las palabras que se iban cantando ante tan docta c¨¢mara. Ella estaba all¨ª como presidenta de la Comunidad de Madrid. Vestida de azul, como en el supermercado. Antes y despu¨¦s su compa?ero de charlas informales fue su compa?ero de partido, Mariano Rajoy, a cuya falda simb¨®lica se asi¨® como una ni?a busca la protecci¨®n de su madre. La soledad la ha acompa?ado hasta en esa nefasta imagen del s¨²per.
El lunes, en el Paraninfo, ella fue el blanco de todas las miradas: ?con qui¨¦n habla?, ?qui¨¦n le hace caso? ?ya se fue? Hab¨ªa en torno a su figura la sensaci¨®n de soledad que producen los seres humanos sobre los que cae una sospecha. Y el encuentro de los ojos sonroja, siempre pasa. En el s¨²per le pas¨® lo mismo: estaba ante un vigilante que ni la miraba, atento tan solo a cumplir su obligaci¨®n de supervisar los movimientos de la presunta.
Esta mujer ha pasado un calvario del que no ha querido aliviarse hasta este mediod¨ªa. En el caso de lo que ocurri¨® en Alcal¨¢ de Henares era simplemente invitada a sentarse en lo m¨¢s alto. Pero el momento en que nos fijamos m¨¢s en ella, en esa soledad que eligi¨® cuando decidi¨® desafiar la verdad sobre su m¨¢ster y sus relaciones con la comunidad universitaria, fue cuando ante tanto catedr¨¢tico ilustre, en el seno de la met¨¢fora m¨¢s perfecta de lo universitario, empez¨® a sonar el Gaudeamus. Las miradas buscaron entonces sus labios finos, su sonrisa invariable, y ante ese disparo de nieve que fue el himno ella se mantuvo inc¨®lume, blanca sobre el azul de su vestimenta. No abri¨® la boca, claro, y el texto cantado era en Lat¨ªn, como siempre.
Pero en el espa?ol que se celebraba lo que dice en una de sus estrofas el Gaudeamus es: ¡°Viva la Universidad/ vivan los profesores./ Vivan todos y cada cual/ de sus miembros, resplandezcan siempre¡±. En el supermercado su m¨²sica fue un silencio pat¨¦tico. Cuando al fin dimiti¨® no quiso reconocer ni que fuera por eso. No hubo dimisi¨®n por master, no hubo dimisi¨®n por las cremas. Dimite para que no gobierne el rojo Gabilondo.
Ella ha tenido el arrojo de poner contra las cuerdas, para defender su m¨¢ster falso y luego para decir que aprenderlo no le importaba en realidad, el prestigio de una universidad en concreto y, con ella, a toda la comunidad que se identifica con ese canto que ella escuchaba como quien o¨ªa llover. Lo que no sab¨ªa es que su ca¨ªda ya estaba dictada al o¨ªdo de un digital al que le alcanzaron sus enemigos, y no los rojos, un video viejo que la ha convertido finalmente en una figura pat¨¦tica de la pol¨ªtica madrile?a.
Han sido sus ¨²ltimos momentos pat¨¦ticos. El que se produjo cuando le son¨® el Guadeamus debi¨® ponerla en guardia, porque estas personas tan listas saben Lat¨ªn. Cualquier cosa que se cantara ante ella ya le sonar¨ªa a m¨²sica f¨²nebre. Hasta que finalmente le han servido en bandeja la m¨¢s pat¨¦tica de las m¨²sicas, el silencio en el cuarto de vigilancia de un supermercado donde dicen que se llev¨® sin pagar un par de cremas contra el envejecimiento. El tiempo siempre est¨¢ en todas las caras del patetismo.
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