La odisea de los Cervera
El almirante Cervera, a quien la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha querido condenar recientemente al ostracismo, comand¨® la ¨²ltima flota espa?ola en la guerra de Cuba. Ahora, uno de sus descendientes ha surcado el oc¨¦ano para retratar los restos de la batalla naval que puso fin a la Espa?a colonial. Esta es la cr¨®nica de un reencuentro con el pasado.
Cuando el hurac¨¢n Sandy cubri¨® de espuma la Sierra Maestra, en la costa suroriental cubana, arrastrando al mar pedazos de bosque, muros de piedra, veh¨ªculos y pueblos enteros, hubo un elemento del paisaje que no se movi¨®. El ca?¨®n de proa del buque Almirante Oquendo segu¨ªa all¨ª, emergiendo del agua como un narval. El ¨²ltimo resto visible del imperio espa?ol.
El fot¨®grafo Guillermo Cervera (Madrid, 1968) captura el pecio golpeado por las olas. ¡°Aqu¨ª est¨¢ todo¡±, resume. Ha venido a retratar, en el fondo del Caribe, lo que queda de la hist¨®rica batalla naval que libr¨® su tatarabuelo, el almirante Pascual Cervera y Topete ¡ªhoy de actualidad por la decisi¨®n del Ayuntamiento de Barcelona de retirar una calle en su nombre¡ª. Es su manera de explorar el mito fundacional de su familia y de cerrar un cap¨ªtulo vital marcado tambi¨¦n por la guerra.
Al igual que otros muchos descendientes del almirante, Cervera estudi¨® en el Colegio de Hu¨¦rfanos de la Armada en Madrid y creci¨® a la sombra de relatos militares. Pero su relaci¨®n con la guerra no ha tenido nada que ver con los uniformes ni con el Desastre del 98. Guillermo Cervera subi¨® a primera l¨ªnea del periodismo cubriendo polvorines. De Bosnia a Ucrania, su c¨¢mara ha captado misiles despegando en el desierto, soldados ca¨ªdos mientras com¨ªan espaguetis, cuerpos abiertos como una flor granate.
Los restos de los seis buques hundidos aquel fat¨ªdico 3 de julio de 1898 puntean 120 kil¨®metros de la costa cubana
Hace tres a?os, el fot¨®grafo aparc¨® esta vida, se sac¨® todas las licencias de capit¨¢n de barco, incluida una que le permite navegar como Ulises, mirando las estrellas, y se compr¨® un velero con la herencia de su madre. A bordo del Isabel, de tres camarotes y 12,5 metros de eslora, sali¨® a recorrer los oc¨¦anos para ¡°limpiarse¡± la mugre que deja el reporterismo b¨¦lico y pasar p¨¢gina al conflicto ¨ªntimo del que emanan otros: la mala relaci¨®n con su padre, un comerciante de armas de 83 a?os. Su piel bru?ida por el sol y el salitre y sus manos de cuero dan testimonio de la epopeya. Se siente fuerte, dice, y disfruta del ¡°ejercicio de la paciencia¡± al que le obliga navegar a sus casi 50 a?os.
El Isabel reposa en la bah¨ªa de Santiago de Cuba. Estamos a mediados del pasado mes de diciembre y Cervera lleva casi dos meses a la caza de los barcos hundidos. De noche sopla la brisa, el cielo se vuelve p¨²rpura y los tripulantes del velero, que suelen ser tres o cuatro amigos del capit¨¢n, reconstruyen la batalla que se desarroll¨® en este mismo lugar.
Aquel 3 de julio de 1898, los artilleros estadounidenses debieron de percibir a los seis barcos espa?oles como una fila de gansos blancos y mullidos a punto de estallar en una nube de plumas. Lo ten¨ªan todo a su favor y cuando la flota espa?ola, para disgusto del almirante Cervera ¡ª¡°con la conciencia tranquila voy al sacrificio¡±, escribi¨® al ministro de Marina antes de encaminarse a un desigual enfrentamiento¡ª, se hizo al mar abierto siguiendo las ¨®rdenes de Madrid, unos 6.000 proyectiles volaron en la direcci¨®n de su endeble escuadra. Cerca de 200 dieron en el blanco, haciendo estallar calderas, quemando vivos a los marinos. Pocas horas despu¨¦s hab¨ªan muerto 332 espa?oles y un estadounidense. Cervera sobrevivi¨®. ¡°La guerra de Cuba fue un deshonor para Espa?a, pero un honor para el almirante¡±, dice el fot¨®grafo, que recuerda ver de ni?o el bast¨®n de Pascual Cervera en casa de su abuelo. Un bast¨®n con la empu?adura de oro macizo que hab¨ªan encargado para ¨¦l sus soldados.
En su misi¨®n cubana, el fot¨®grafo Guillermo Cervera retrata dos naufragios: el de Espa?a
y el del comunismo
Los pecios espa?oles puntean 120 kil¨®metros de costa. Son, por orden de salida al mar aquel d¨ªa fat¨ªdico, el Infanta Mar¨ªa Teresa, el Vizcaya, el Crist¨®bal Col¨®n, el Almirante Oquendo y los destructores Plut¨®n y Furor. El ¨²nico que no ha sido encontrado es el Infanta Mar¨ªa Teresa, perdido en las Bahamas cuando era arrastrado como trofeo a Nueva York; los dem¨¢s han sido retratados en sus peculiares condiciones. El Plut¨®n es el que est¨¢ m¨¢s destrozado y el Furor a¨²n conserva la figura n¨ªtida de su artiller¨ªa y de sus m¨¢stiles tumbados. Los restos marinos han padecido el castigo de los pescadores, el turismo acu¨¢tico y los cazatesoros. La leyenda dice que el Crist¨®bal Col¨®n, situado en la boca del r¨ªo Turquino, guardaba en su vientre el sueldo de la escuadra. El investigador franc¨¦s Jacques-Yves Cousteau lo quiso comprobar y en 1985 dinamit¨® la amura de babor del acorazado. No se sabe qu¨¦ encontr¨®, ni si se llev¨® algo.
Cervera ha aprovechado sus contactos familiares para acceder a los yacimientos del Parque Arqueol¨®gico Subacu¨¢tico Batalla Naval de Santiago de Cuba ¡ªque desde 2015 es monumento nacional¡ª. Su responsable, Jos¨¦ Vicente Gonz¨¢lez, un cubano alto y expansivo, arque¨®logo, de raigambre espa?ola, lo ayuda con la misi¨®n. ¡°Era un hombre pundonoroso¡±, dice a prop¨®sito de Pascual Cervera, como si lo hubiera conocido. Y califica lo que le hicieron los pol¨ªticos de Madrid de ¡°una eleg¨ªa a la cabron¨¢¡±.
La ¨¦pica del Desastre del 98 permanece viva en la memoria del clan Cervera y de los cubanos. Fidel Castro era un admirador confeso del almirante. Cuando el buque Juan Sebasti¨¢n Elcano visit¨® Cuba en 1998, a?o del centenario de la batalla, el Comandante convers¨® con la tripulaci¨®n, entre la que se contaban dos Cervera. ¡°Me siento muy emocionado de estar aqu¨ª¡±, declar¨®. ¡°Sentimos un gran respeto por los marinos espa?oles recordando la haza?a de Cervera, algo inolvidable¡±.
Guillermo y su variable tripulaci¨®n navegan de pecio en pecio. Arrojan comida a las enormes iguanas de Camag¨¹ey y echan horas sumergidos entre p¨®lipos coralinos y ca?ones del siglo XIX. Cuando vienen tiburones, los buzos se quedan quietos, suspendidos en el fondo verde. Si alg¨²n polic¨ªa les pide explicaciones o una lancha los detiene en el mar, solo tienen que mencionar el nombre del jefe, Jos¨¦ Vicente Gonz¨¢lez. Es como si Cuba estuviera gobernada por hombres as¨ª: versiones locales de Fidel Castro. Una red de comandantes que dominan los recursos, hacen favores y cuentan an¨¦cdotas desternillantes. Pero si algo tiembla o no funciona, sacan de dentro una sombr¨ªa voz de mando.
El fot¨®grafo retrata dos naufragios: el de Espa?a y el del comunismo. Junto a la frondosa bah¨ªa de Santiago, una termoel¨¦ctrica sovi¨¦tica llena de polvo las viviendas, l¨²gubres como pinturas del Barroco. Cuando llueve, la contaminaci¨®n negra se agarra a la cubierta del barco, y el producto para limpiarlo est¨¢ agotado. Hay cortes de luz y de agua, y la vida transcurre en un paisaje de posguerra permanente.
La gente del Isabel padece una sensaci¨®n pegajosa de vigilancia. A veces son abordados en plena calle por extra?os amabil¨ªsimos que les hacen todo tipo de preguntas y tienen que sortear la constante curiosidad de los taxistas o de la due?a de una tasca. Una amiga de Cervera fue interrogada en el aeropuerto de Holgu¨ªn antes de regresar a Estados Unidos. ¡°?Conoce a este hombre?¡±, le habr¨ªan preguntado los agentes cubanos, seg¨²n su testimonio, mostr¨¢ndole una foto del espa?ol. ¡°A veces me siento como en El show de Truman¡±, dice el fot¨®grafo, que se mueve por la vida como un cazador paleol¨ªtico. No lee, no ve pel¨ªculas. Se limita a mirar y conversar, y deja que el instinto lo empuje de aventura en aventura.
Otro naufragio ¡ªlos barcos en llamas de su ni?ez¡ª palpita durante el viaje. ¡°La guerra de verdad ha sido con mi padre¡±, confiesa. ¡°Siempre pens¨¦ que lo que hac¨ªa era inveros¨ªmil. Vender armas no se debe hacer. ?l dec¨ªa: ¡®No tienes ni idea¡¯. Todos dicen lo mismo: que venden armas para que haya paz en el mundo. No¡±. La ¨¦poca que vivi¨® con los talibanes de Kandahar, el cerco prorruso a Deb¨¢ltseve, la rebeli¨®n de la plaza de ?Tahrir o la vez que un cartel de Pepsi del color del mar le salv¨® la vida en Misrata no solo eran periodismo. Eran el hijo dici¨¦ndole al padre que las armas no se fabrican para mantener la paz.
En torno al ca?¨®n herrumbroso del Oquendo, congelado en su mueca atroz a 80 metros de la playa, la oscuridad cubre silenciosa la selva y los caminos enlodados. Un r¨ªo l¨¢nguido, el Nima Nima, se arrastra hacia el mar. ¡°Aqu¨ª desembarc¨® el almirante¡±, dice el fot¨®grafo, como si buscara en la noche el fantasma de su tatarabuelo. Derrotado, herido, con el peso del uniforme empapado, Pascual Cervera desembarc¨® en esta playa 120 a?os atr¨¢s. Aqu¨ª cay¨® en manos de los mambises, que lo entregar¨ªan a los norteamericanos. Fue la primera batalla de Estados Unidos en el extranjero y la ¨²ltima de la Espa?a colonial.
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