?Viva Gald¨®s!
De las Novelas a los Episodios Nacionales, y vuelta a empezar. No poder parar de leer a Gald¨®s es el ¨²nico rasgo que conservo de mi adolescencia.
VERANO DE 1975. Acababa de cumplir 15 a?os y leer era ya mi ocupaci¨®n favorita. Por eso el verano representaba una larga tortura.
En mi casa de Madrid hab¨ªa muchos libros, tantos que nadie advert¨ªa los huecos que mis lecturas abr¨ªan en los estantes. Yo no ped¨ªa permiso para cogerlos, pero nadie me reprochaba que lo hiciera, excepto mi padre, algunas veces, cuando me ve¨ªa leyendo alguno que apreciaba demasiado. Era un buen negocio, porque no me los quitaba. Me los cambiaba por otros nuevos, ediciones baratas, reci¨¦n compradas, que ya ser¨ªan m¨ªas para siempre. Pero en verano, cuando nos instal¨¢bamos en la casa que mi abuelo ten¨ªa en Becerril de la Sierra, leer se convert¨ªa en un problema.
La primera que le¨ª, fue Tormento, la oscura y desgraciada pasi¨®n de un sacerdote que seduce a una hu¨¦rfana, una historia imposible de amor verdadero contada con una misteriosa ternura
Antes no hab¨ªa sido as¨ª. En la ¨²ltima etapa de mi infancia y la primera de mi adolescencia, me ventil¨¦ casi por completo una colecci¨®n de novelas de aventuras de la editorial Molino, tapas de cart¨®n verde agua y un dibujo a tinta china en la portada, que pertenecieron una vez a mi padre y sus hermanos. De ah¨ª proviene mi afecto por un g¨¦nero que me hizo muy feliz durante mucho tiempo, hasta que me aburr¨ª de releer. ?Qu¨¦ quedaba? Lo intent¨¦ con Agatha Christie, pero despu¨¦s de cuatro novelas seguidas, en la quinta adivin¨¦ antes de tiempo qui¨¦n era el asesino y perd¨ª inter¨¦s. Simenon nunca me sedujo. Aparte de los cl¨¢sicos del misterio de mi t¨ªa Charo, en aquella casa s¨®lo hab¨ªa algunos best sellers, que nadie declaraba haber comprado pero que all¨ª estaban, y una colecci¨®n completa de seis tomos, encuadernados en piel roja, de la editorial Aguilar, con el retrato de un se?or barbudo impreso en oro sobre el lomo, que me daban mucho miedo, porque sus p¨¢ginas eran de papel biblia y estaban impresas a dos columnas.
Sab¨ªa que aquellos libros hab¨ªan sido de mi abuelo. Sab¨ªa que le gustaban mucho, porque en su casa de Madrid hab¨ªa una colecci¨®n exactamente igual. Sab¨ªa que todo cuanto ven¨ªa de mi abuelo hab¨ªa sido siempre bueno para m¨ª, pero, aun sabiendo todo esto, me resist¨ª tenazmente, hasta que el hambre de libros me hizo claudicar. Una ma?ana de finales del mes de julio me acerqu¨¦ con cautela a la estanter¨ªa que habitaban, deslic¨¦ un dedo sobre la piel suave, arrugada, de sus cubiertas, prefer¨ª las Novelas a los Episodios Nacionales y saqu¨¦ con mucho cuidado el tomo IV. Me acerqu¨¦ a la ventana con ¨¦l entre las manos y tom¨¦ una decisi¨®n. Voy a abrirlo al azar, voy a pasar p¨¢ginas hasta que empiece una novela, y esa es la que voy a leer¡
Ahora s¨¦ que don Benito ten¨ªa un plan para m¨ª, porque la primera novela que encontr¨¦, la primera que le¨ª, fue Tormento, la oscura y desgraciada pasi¨®n de un sacerdote que seduce a una hu¨¦rfana, una historia imposible de amor verdadero contada con una misteriosa ternura, una compasi¨®n profunda, sutil, que me impresion¨® entonces, cuando no me entraba en la cabeza que un escritor espa?ol, con un argumento como aquel, pudiera rehuir con la misma airosa elegancia el melodrama barato y la todav¨ªa m¨¢s barata moraleja, y que hoy no me impresiona menos. As¨ª, con la boca abierta, le¨ª Tormento y, despu¨¦s, todo lo dem¨¢s, primero las Novelas, luego los Episodios Nacionales, y vuelta a empezar. Me daba cuenta de que algunos libros me gustaban m¨¢s y otros menos, pero eso no me importaba. Nada fue nunca tan importante como el descubrimiento de que no pod¨ªa parar de leer a Gald¨®s, y esa implacable avidez es uno de los pocos, tal vez el ¨²nico rasgo de mi adolescencia que conservo todav¨ªa.
El 10 de mayo de 2018 se cumpli¨® el 175? aniversario del nacimiento de Benito P¨¦rez Gald¨®s. Yo lo celebr¨¦ recordando que en la primera sesi¨®n que tuvo lugar tras la victoria de Franco, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria acord¨® solicitar al Registro Civil de la ciudad que se eliminara la inscripci¨®n del nacimiento del escritor. As¨ª, le condenaron a la inexistencia civil, con la misma sa?a con la que decretar¨ªan despu¨¦s su muerte literaria tantos escritores, en su mayor¨ªa objetivamente mediocres, que durante d¨¦cadas se complacieron en despreciarle, humillarle, ignorarle o llamarle don Benito el Garbancero. Tanto esfuerzo, y todo en vano.
Hoy brindo por su fracaso y levanto una copa imaginaria mientras grito que Gald¨®s vive.
?Viva Gald¨®s!?
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