El chasquido de la ciencia
Herman Melville construy¨® la fabulosa historia de una alianza entre el cazador y su presa, y lo hizo en un tiempo donde el ambiente del naturalismo empezaba a infiltrarse en la sociedad
Evocar el mar, la inmensidad de sus abismos donde reina el Leviat¨¢n, tiene un componente literario para toda persona que conozca la historia de Moby Dick. Sin lugar a dudas, la ballena blanca es la hero¨ªna por excelencia de las novelas de aventuras y nadie que haya le¨ªdo el relato de Herman Melville puede escapar de su mordisco. El monstruo marino que arranca la pierna y el alma al capit¨¢n Ahab traspasa las fronteras de la realidad, decidido a quedarse para siempre en nuestra memoria.
Bien mirado, tal asunto solo lo consigue la f¨¢bula cuando est¨¢ basada en hechos reales y eso es lo que sucede con Moby Dick. Su soporte es la realidad del mar en aquellos tiempos donde los cet¨¢ceos eran una mercanc¨ªa valiosa debido a su aceite y sobre todo al ¨¢mbar gris, secreci¨®n muy apreciada en perfumer¨ªa; un v¨®mito f¨¦tido que, con el tiempo, llega a convertirse en arom¨¢tico y que se utilizaba para fijar la esencia olorosa de los perfumes. La fragancia cruel del crimen es uno de los aspectos de la realidad en los que se basa la novela de Melville.
A decir verdad, Moby Dick no era ballena, sino un cachalote de color blanco que fue visto por primera vez a principios del siglo XIX en las aguas del Pac¨ªfico, cerca de la isla de Mocha, frente a las costas de Arauco, en Chile, donde fue arponeado. Su historia la recoger¨ªa el explorador Jeremiah Reynolds y fue publicada en 1839 por entregas en la Knickerbocker Magazine bajo el t¨ªtulo Mocha Dick: Or the White Whale of the Pacific. Seg¨²n el relato de Reynolds, un buen n¨²mero de botes hab¨ªan sido destrozados por sus terror¨ªficas mand¨ªbulas. Se trataba de un monstruo invencible que una vez herido, pudo escapar de la encerrona de tres balleneros ingleses con el lomo atestado de hierros. A partir de entonces, su nombre aparec¨ªa siempre que las tripulaciones de los balleneros coincid¨ªan. ¡°?Alguna noticia de Mocha Dick?¡±, se preguntaban los marineros desde cubierta.
Uno de aquellos barcos, el Essex, parti¨® de Nantucket rumbo al Pac¨ªfico Sur. En noviembre de 1820, sus marineros se encontrar¨ªan en alta mar con el terror b¨ªblico del Leviat¨¢n encarnado en un cachalote gigante que embisti¨® el barco hasta hundirlo. El primer oficial, Owen Chase, escribir¨ªa un relato asfixiante titulado Narraci¨®n del m¨¢s extraordinario y desastroso naufragio del ballenero Essex y donde se describe la cabeza del cachalote como si estuviese dise?ada para embestir. Parece ser que Herman Melville lo ley¨® mientras serv¨ªa en el ballenero Acushnet. De esta manera, el futuro autor de Moby Dick fue inspirado por la idea de que los cet¨¢ceos eran capaces de agredir a los barcos.
Cient¨ªficamente, la agresividad del cet¨¢ceo no es un hecho probado y por ello, casi dos siglos despu¨¦s del naufragio, los cet¨®logos no pueden precisar lo sucedido. Tan solo pueden lanzar hip¨®tesis y las hip¨®tesis, ya se sabe, ni son verdaderas ni son falsas. Por algo son hip¨®tesis. Una de las suposiciones se refiere a que la agresividad del cet¨¢ceo se desat¨® cuando los tripulantes del ballenero persegu¨ªan y arponeaban a otros miembros de la manada, incluidas las cr¨ªas. Pero no se sabe a ciencia cierta.
Lo ¨²nico cierto es que, con tales asuntos, Melville construy¨® la fabulosa historia de una alianza entre el cazador y su presa, y lo hizo en un tiempo donde el ambiente del naturalismo empezaba a infiltrarse en la sociedad. Sin ir m¨¢s lejos, Darwin hab¨ªa terminado su viaje y Alfred Wallace andaba recolectando insectos en la selva amaz¨®nica dispuesto a mostrar al mundo la evidencia de la transmutaci¨®n de las especies.
Eran tiempos en los que la raz¨®n cient¨ªfica ven¨ªa dispuesta a explicarnos que no hay efecto sin causa y que aunque podamos pensar en la nada, los seres vivos no aparecemos de dicha nada. Por eso, Moby Dick es algo m¨¢s que el relato de la obsesi¨®n del Capit¨¢n Ahab por dar caza al Leviat¨¢n. Algo m¨¢s que la historia de una venganza y mucho m¨¢s que una novela de aventuras. Porque Melville consigui¨® con su relato la tensi¨®n entre lo eterno y lo perecedero, entre el c¨®digo literario y el c¨®digo cient¨ªfico que dej¨® expresado en las disertaciones que va intercalando entre cap¨ªtulos. Esa es su verdadera grandeza.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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