Morir
La muerte es la ¨²nica certidumbre sobre el futuro, pero la humanidad no ha sido capaz hasta ahora de regular, ordenar y preparar ese destino inevitable.
No nos cabe en la cabeza. Nada hay m¨¢s inhumano, m¨¢s impensable que la muerte. La idea de que este yo inmenso en el que habitamos se desvanezca un d¨ªa como una leve pompa de jab¨®n resulta inconcebible (somos tan importantes para nosotros mismos) y, sin embargo, eso nos espera a todos sin remisi¨®n. Me parece chocante que, siendo la muerte la ¨²nica certidumbre que tenemos de nuestro futuro, la humanidad no haya sido capaz hasta ahora de regular, ordenar y preparar ese destino inevitable. Que no haya sido para nosotros una prioridad facilitar las cosas. Porque adem¨¢s morir, sobre todo si eres joven, si est¨¢s fuerte, puede ser un tr¨¢nsito terrible. Seg¨²n la prestigiosa revista The Lancet, s¨®lo la mitad de las personas que necesitan tratamientos paliativos en el mundo los reciben. Lo que implica que, en 2015, m¨¢s de 25,5 millones de personas, entre ellos 2,5 millones de menores de 15 a?os, murieron rabiando. Y el reparto de esos cuidados paliativos es horriblemente injusto: por ejemplo, en ese mismo 2015, la morfina lleg¨® al 36% de quien lo necesitaba en M¨¦xico, al 16% en China, al 4% en India y al 0,2% en Nigeria. En los pa¨ªses m¨¢s pobres de la Tierra, como Hait¨ª o Afganist¨¢n, la morfina oral es pr¨¢cticamente inexistente.
La eutanasia sin duda se trata de una de las cuestiones candentes de nuestro tiempo, de una frontera de la civilidad que va siendo m¨¢s y m¨¢s aceptada cada d¨ªa
En cuanto a Europa, comparados con estas cifras estamos mucho mejor, pero tampoco es para tirar cohetes. Los que hemos vivido esa traves¨ªa tan com¨²n que consiste en acompa?ar hasta el fin a un ser querido sabemos lo que cuesta morir. Y tampoco aqu¨ª estamos exentos de desigualdades. Por ejemplo, un trabajo cient¨ªfico realizado con 1.300 pacientes de c¨¢ncer demostr¨® que las mujeres ten¨ªan un 50% m¨¢s de posibilidades de estar inframedicadas contra el dolor. Y hace pocas semanas le¨ª en este peri¨®dico un reportaje espeluznante sobre la dolorosa muerte de Marcela, que, ir¨®nicamente, era la funcionaria encargada de tramitar los testamentos vitales en Las Palmas de Gran Canaria; que hab¨ªa firmado su propio testamento y que, a sus j¨®venes 63 a?os, muri¨®, seg¨²n sus familiares, amarrada durante cuatro d¨ªas a la cama sin recibir sedantes ni calmantes (la familia ha solicitado una investigaci¨®n al hospital).
No s¨¦ cu¨¢ntos lectores me habr¨¢n seguido hasta estas alturas del art¨ªculo. Porque no queremos pensar en estas cosas, no queremos recordar que somos mortales, y quiz¨¢ esa negaci¨®n animal a asumir nuestro fin sea una de las razones por las que los humanos hayamos sido tan torpes a la hora de gestionar el tr¨¢nsito. Me asombra, sobre todo, que el derecho a poner fin a la propia existencia no haya sido una obviedad desde el principio de los tiempos. Pero no s¨®lo no ha sido as¨ª, sino que el suicidio y la ayuda al suicidio que es la eutanasia han sido considerados pecaminosos, ilegales, sucios, execrables, criminales. Cuando para m¨ª es evidente que, si nos queremos responsables, libres y dignos, tenemos que tener el control de nuestras vidas, y para ello resulta imprescindible tener el control de nuestras muertes.
Ahora mismo la eutanasia es legal en una minor¨ªa de pa¨ªses en el mundo, entre ellos B¨¦lgica, Holanda o Luxemburgo, pero sin duda se trata de una de las cuestiones candentes de nuestro tiempo, de una frontera de la civilidad que va siendo m¨¢s y m¨¢s aceptada cada d¨ªa. Y ese derecho esencial nos permitir¨¢ vivir con menos miedo. En Espa?a acabamos de hacer historia hace 15 d¨ªas; despu¨¦s de 16 intentos fallidos desde 1994, el pleno de la C¨¢mara de los Diputados aprob¨® tramitar una ley que despenalizar¨¢ la eutanasia. El PP, claro, vot¨® en contra, y Ciudadanos se abstuvo (tambi¨¦n votaron en contra de darle una calle a Luis Montes: qu¨¦ miseria). La aprobaci¨®n es un paso trascendental que no ha tenido tanta repercusi¨®n como merece (ya est¨¢ dicho: no nos gusta hablar del tema). Hace tambi¨¦n un par de semanas muri¨®, por medio de un suicidio asistido en Suiza, el cient¨ªfico australiano David Goodall. Ya saben que no era un enfermo terminal, pero ten¨ªa 104 a?os y estaba harto del deterioro de sus condiciones. ¡°No soy feliz. Quiero morirme. No es particularmente triste¡±, dijo con admirable, serena, reconfortante lucidez. As¨ª de hermosa puede ser la muerte. Es decir, la vida.?
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