Cincuenta veces mayo
Mayo del 68 permiti¨® quedarse con lo mejor de una revoluci¨®n desechando lo peor. Por fin la revoluci¨®n pod¨ªa dejar de ser una org¨ªa de sangre. Pero, antes de darnos cuenta, la revoluci¨®n neoliberal fue la que venci¨® de manera implacable
La palabra ¡°revoluci¨®n¡± sugiere la idea de una agitaci¨®n hist¨®rica que rompe el ritmo consabido de los h¨¢bitos, logrando que la historia recorra en pocos d¨ªas un camino que, de otro modo, habr¨ªa costado d¨¦cadas o no se habr¨ªa transitado nunca. Pero esta noci¨®n tan familiar no es, en realidad, demasiado vieja: todav¨ªa en las v¨ªsperas de las dos grandes revoluciones del siglo XVIII perduraba el sentido tradicional de la palabra, conforme al cual la revoluci¨®n es un vuelco de los tiempos que permite a estos regresar a alg¨²n estado anterior. No en vano se trata de una met¨¢fora astron¨®mica, tomada de las ¨®rbitas de los cuerpos celestes. La revoluci¨®n consist¨ªa en detener los tiempos y volver atr¨¢s, algo muy distinto a la explosi¨®n de novedad que provocaron las revoluciones estadounidense y francesa.
Para dar rienda suelta a la libertad revolucionaria era preciso estar muy agobiado por la necesidad
Mayo de 1968 fue quiz¨¢ una revoluci¨®n, aunque lo fue de manera bien parad¨®jica. Mientras que Raymond Aron se apresur¨® a llamarla ¡°la revoluci¨®n inencontrable¡±, Deleuze y Guattari sentenciaron, quince a?os despu¨¦s, que en realidad no hab¨ªa llegado nunca a darse. Los acontecimientos de mayo constituyeron un episodio esencialmente universitario, y lo fueron, sobre todo, porque estaban dise?ados para ser objeto de inagotable comentario escolar y de fatigosa conmemoraci¨®n cultural. Se responder¨¢ que casi todas las revoluciones de este mundo han sido prolijamente estudiadas y celebradas, pero el caso del 68 es harto singular, porque en mayo de aquel a?o el estar posando para la historia era el gesto al que todo lo dem¨¢s ten¨ªa que subordinarse.
Cuando la revoluci¨®n es una fiesta, lo que se desea es que no termine nunca y que se repita
Comparando las dos grandes revoluciones del siglo XVIII, Hannah Arendt abog¨® por el modelo estadounidense contra el franc¨¦s porque en el primero la ¡°cuesti¨®n social¡± hab¨ªa estado ausente. La revoluci¨®n francesa ¡ªla de verdad, no la de 1968¡ª deriv¨® pronto en una pugna de los pobres para dejar de serlo, mientras que la americana la ejecutaron hombres libres y bien alimentados para dar a los tiempos un inicio nuevo, algo que, seg¨²n Arendt, constituye precisamente la esencia de la genuina revoluci¨®n. La verdad es que estas revoluciones arendtianas poseen un aspecto m¨¢s bien extravagante y quiz¨¢ no resulten muy frecuentes, pero al menos la de Estados Unidos aspiraba al triunfo y lo logr¨®. La gran diferencia entre la revoluci¨®n estadounidense y la de mayo del 68 fue que en esta ¨²ltima daba igual ganar que perder, porque lo que importaba en ella era el acontecimiento mismo y su orgi¨¢stica intensidad. Es m¨¢s: si hubiese triunfado como revoluci¨®n (aunque no es f¨¢cil imaginar en qu¨¦ habr¨ªa podido consistir dicho triunfo), habr¨ªa fracasado como acontecimiento.
¡°Cuando ayer en Valle Giulia os pegasteis con los polic¨ªas, ?yo simpatizaba con los polic¨ªas! Porque los polic¨ªas son hijos de pobres¡±, apostrof¨® Pasolini a los estudiantes romanos en relaci¨®n con los enfrentamientos del 1 de marzo de 1968, metiendo el dedo en los tiernos ojos de unos j¨®venes en plena ebriedad de vivencias. Hasta entonces las revoluciones se hab¨ªan hecho para lograr un triunfo que permitiera no tener que repetirlas. La necesidad de repetici¨®n era, como es natural, la se?al m¨¢s cierta de la derrota, mientras que la conveniencia de proseguir una revuelta se deb¨ªa tan solo a no haber triunfado a¨²n del todo. Adem¨¢s, cuando las revoluciones eran derrotadas, quienes hab¨ªan participado en ellas se expon¨ªan a una crueldad descomunal, de manera que, para dar rienda suelta a la libertad revolucionaria, era preciso estar muy agobiado por la necesidad. Pero resulta claro que nada de esto ocurri¨® en aquel mes de mayo.
Cuando la revoluci¨®n es una fiesta, lo que se desea es que no termine nunca y que se repita cuantas m¨¢s veces mejor. Sin embargo, la idea de una ¡°revoluci¨®n permanente¡± se hab¨ªa inventado mucho antes de mayo de 1968. La tesis de Proudhon seg¨²n la cual no hay sucesi¨®n de revoluciones, sino una ¨²nica ¡°en permanencia¡±, fue adoptada de manera c¨¦lebre por Trotski: cuando el proletariado desencadena la revoluci¨®n democr¨¢tica, esta ¡°se transforma directamente en socialista, convirti¨¦ndose con ello en permanente¡±, lo cual quiere decir que ¡°la conquista del poder por el proletariado no significa el coronamiento de la revoluci¨®n, sino simplemente su iniciaci¨®n¡±. Aunque nada de esto pod¨ªa verse como un festival en 1930, fecha en que Trotski escribe La revoluci¨®n permanente, lo cierto es que semejante cadena de guerras civiles y exteriores, que promet¨ªa m¨¢s sangre despu¨¦s de la sangre, electriz¨® a algunas gentes y a innumerables intelectuales.
Esa pulsi¨®n revolucionaria, connatural a los tiempos modernos, no puede extinguirse sin enterrar la modernidad misma, pero la org¨ªa de sangre preconizada por Trotski hab¨ªa perdido ya todo atractivo cuarenta a?os despu¨¦s. Mayo del 68 permit¨ªa, en aquella tesitura, quedarse con lo mejor de la revoluci¨®n desechando lo peor. Por fin la revoluci¨®n pod¨ªa dejar de ser una org¨ªa de sangre sin renunciar a ser una org¨ªa. Bastaba con tomar esta ¨²ltima palabra en su sentido literal y darle un ba?o de prestigio pol¨ªtico y filos¨®fico. Desata tus instintos b¨¢sicos de modo que tu experiencia pueda contarse como la mayor de las haza?as pol¨ªticas y, al mismo tiempo, como una epopeya del pensamiento. ?Qui¨¦n podr¨ªa resistirse a obedecer una consigna como esa? Lleva raz¨®n Rapha?l Glucksmann: lo que hizo mayo del 68 fue ¡°romper las antiguas reglas que obstaculizaban los cuerpos y los deseos¡±. Esa ha sido, en efecto, su herencia m¨¢s duradera.
Pero lo ha sido de una manera que pocos podr¨ªan haber predicho hace cincuenta a?os. Resulta frecuente, desde luego, que los revolucionarios no sepan lo que hacen y hagan lo que no saben. Max Weber escribi¨® en 1904 que los protestantes del siglo XVI quisieron una regulaci¨®n total de la vida, mientras que nosotros nacemos obligados a tal cosa. Algo muy semejante puede decirse de nuestra relaci¨®n con los revoltosos de 1968: ellos desearon convertirse en transgresores y nosotros estamos programados para serlo. La ideolog¨ªa profunda de nuestro tiempo exige cambiar permanentemente de reglas y sacar del cuerpo y del deseo el mayor partido posible, liberando todos sus impulsos y multiplic¨¢ndolos, pero no para romper con los tiempos, sino para sobrevivir en ellos como cada cual pueda. No debe olvidarse que es hija de una revoluci¨®n simulada ¡ªla del 68¡ª y de una revoluci¨®n de las de verdad, la neoliberal. A esta ¨²ltima s¨ª que le importaba mucho triunfar, y lo hizo implacablemente, antes de que pudi¨¦semos darnos cuenta. Es poco propensa a aniversarios y no los necesita en absoluto. Mientras tanto, la otra puede ser conmemorada sin descanso, hasta que llegue el d¨ªa en que su evocaci¨®n nos produzca un tedio infinito.
Antonio Valdecantos, fil¨®sofo y ensayista, es autor, entre otros libros, de Teor¨ªa del s¨²bdito y La excepci¨®n permanente.
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