EE UU excluy¨® de la carrera espacial a mujeres que superaron a los hombres en las pruebas
Un documental recupera la olvidada historia de las pioneras que fueron discriminadas por la NASA
"?Hay sitio en nuestro programa espacial para una mujer? Bueno, podr¨ªamos haber enviado a una mujer en lugar de al chimpanc¨¦", dijo Gordon Cooper en una rueda de prensa, provocando la carcajada de los periodistas. Cooper, entonces uno de los siete primeros candidatos a astronauta de EE UU, ni siquiera es consciente de la barbaridad que acaba de decir y sonr¨ªe al ver la reacci¨®n de la prensa. Esta an¨¦cdota sirve para ilustrar el contexto en el que luchaban las Mercury 13, las mujeres que pudieron ser astronautas de no ser por el machismo imperante en la NASA y el gobierno estadounidense.
Era un tiempo, a finales de la d¨¦cada de 1950 y principios de la siguiente, en que la URSS ganaba todas y cada una de las metas volantes de la carrera espacial. Pero hubo una que EE UU regal¨® en bandeja por un prejuicio machista que hoy ser¨ªa ilegal, discriminando de forma expl¨ªcita a un grupo de mujeres con gran experiencia a los mandos de aeronaves. Hab¨ªan superado todas las pruebas, incluso superando a los hombres en muchos casos y en muchos ex¨¢menes. Los estadounidenses estaban en condiciones de ganar la carrera de poner a la primera mujer en ¨®rbita. Ten¨ªan las candidatas id¨®neas, pero tambi¨¦n ten¨ªan mucho m¨¢s sexismo.
Esta historia la ha rescatado ahora Netflix en el documental Mercury 13, el nombre de aquellas trece mujeres ninguneadas por serlo. Finalmente, la primera mujer en el espacio fue la cosmonauta Valentina Tereshkova, recibida como una gigantesca hero¨ªna por los sovi¨¦ticos y que sirvi¨® para hacer un nuevo alarde de propaganda. Le hab¨ªan dado "otra gran victoria a los rusos. 'B' no para de pensar en lo est¨²pidos que eran estos hombres", dice en el documental el marido de Bernice Steadman, una de las candidatas, en referencia a los que las hab¨ªan dejado en tierra.
A finales de los 50, el m¨¦dico aeroespacial Randy Lovelace dise?aba las exigentes pruebas que deber¨ªan pasar los aspirantes a astronauta. Y estaba convencido de que las mujeres ten¨ªan condiciones que las hac¨ªan tener ventaja sobre los hombres. Para empezar, su tama?o: los candidatos masculinos no pod¨ªan superar 1,80 metros. "Pens¨® que se ahorrar¨ªa combustible y ox¨ªgeno con las mujeres", explica la divulgadora y f¨ªsica Sara Gil. Pero al realizarle las pruebas a la piloto Jerrie Cobb descubri¨® el potencial de las mujeres. As¨ª que decidi¨® montar un proyecto en paralelo, y en absoluto secreto, para reclutar a las mejores de entre las magn¨ªficas aviadoras que se hab¨ªan formado tras la Segunda Guerra Mundial.
John Glenn asegur¨® que las mujeres no deb¨ªan ir al espacio porque era una cuesti¨®n de "orden social"
La primera de las tres fases del entrenamiento, las pruebas psicol¨®gicas, ellas la superaron con mucha mejor nota que los hombres, a pesar de que las sometieron a pruebas m¨¢s duras, como el tanque de aislamiento sensorial. Donde muchos pilotos de combate perdieron los nervios, las aspirantes batieron r¨¦cords de aguante. Finalmente, Cobb obtuvo una nota global en todas las pruebas que superaba al 98% de los candidatos masculinos. Pero se qued¨® en tierra.
"?Por qu¨¦ crees que existe la necesidad de llevar mujeres al espacio?", le preguntaron a Cobb. "Por lo mismo que existe la necesidad de llevar hombres. Si vamos a enviar a un humano, deber¨ªamos mandar al m¨¢s cualificado. En algunas ¨¢reas las mujeres tienen mucho que aportar y en otras los hombres". Sus palabras eran indiscutibles, sobre todo a la luz de sus resultados, pero de nada sirvi¨®. En cuanto lo conoci¨®, la NASA tumb¨® el proyecto paralelo de Lovelace, que ya estaba convencido de que ellas eran cuando menos tan aptas como ellos. El vicepresidente Lyndon Johnson dej¨® escrito: "Paremos esto ya".
Cobb acudi¨® al Congreso a luchar contra esta discriminaci¨®n, pero solo encontr¨® rechazo: el que hubiera sido su compa?ero, John Glenn, testific¨® que las mujeres no deb¨ªan ir al espacio porque era una cuesti¨®n de "orden social". "Es solo un hecho", asegur¨® Glenn, "los hombres van y luchan en las guerras y vuelan en los aviones y vuelven y ayudan a dise?arlos y construirlos. El hecho de que las mujeres no est¨¦n en este campo es una realidad de nuestro orden social". Pasado un tiempo, en junio de 1963, Tereshkova daba 48 vueltas a nuestro planeta, cuatro meses despu¨¦s de que Glenn diera tan solo tres.
"La NASA contrat¨® a Cobb como consultora en asuntos de mujeres, pero luego le dio poco que hacer", recuerda Gil, que ha lanzado un videojuego llamado Astrochat para popularizar a las mujeres pioneras de la astron¨¢utica. "Soy el consultor menos consultado de cualquier agencia gubernamental", se quejaba Cobb despu¨¦s de un a?o de trabajo, pocos d¨ªas antes de dejar el puesto. Cuando lo hizo, lo m¨¢s cerca que hab¨ªa estado del espacio exterior fue cuando la dejaban posar con una c¨¢psula espacial Mercury para los peri¨®dicos. "Sin duda todo fue culpa de un prejuicio de g¨¦nero bastante claro: de hecho, les reconoc¨ªan que si les abr¨ªan la puerta tambi¨¦n tendr¨ªan que abr¨ªrsela a los negros", recuerda Gil.
"Soy el consultor menos consultado de cualquier agencia gubernamental", se quejaba Cobb de su puesto en la NASA
Mientras estuvieron en el debate p¨²blico, estas mujeres sufrieron todo tipo de comentarios de la prensa que no ayudaban en absoluto, algo que sigue sucediendo hoy en d¨ªa, con comentarios en torno a no estropear su peinado con el casco o como cuidar de su familia en ¨®rbita. Estas mujeres, volcadas en sus trabajos como pilotos de pruebas, se ve¨ªan obligadas a manejar los protopipos en vestido y tacones para atraer la publicidad gratuita de la prensa.
Hasta veinte a?os despu¨¦s, en 1983, EE UU no puso una mujer en el espacio, Sally Ride, que tambi¨¦n detestaba lidiar con la estupidez sexista de los periodistas. Pero las Mercury 13 todav¨ªa tardar¨ªan m¨¢s en ver a los mandos de una nave a una piloto como ellas. Eileen Collins, primera piloto y primera comandante de un transbordador, las invit¨® a su pionero lanzamiento en 1995. En cuanto se enter¨®, la NASA quit¨® a las invitadas de Collins de su lista y las convirti¨® en invitadas VIP, seg¨²n recuerda la astronauta en el documental. La imagen de esas ancianas mirando la nave entre l¨¢grimas es una monta?a rusa de alegr¨ªa y frustraci¨®n: "Ella pilota. Esa mujer est¨¢ en el asiento del piloto", dicen emocionadas.
El documental recupera la olvidada historia de estas mujeres y plantea una pregunta decisiva, sobre todo en el contexto de la primera gran victoria de EE UU en la carrera espacial. C¨®mo hubiera cambiado la historia, sobre todo la de las mujeres, si en julio de 1969 hubi¨¦ramos escuchado: "Es un peque?o paso para una mujer, pero un gran salto para la humanidad".
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