Botijos para el siglo XXI
Jos¨¦ ?ngel Boix sigue la tradici¨®n de la cuarta generaci¨®n de alfareros de su familia y reivindica el lugar y la est¨¦tica de ese objeto en la era del pl¨¢stico. Desde Agost, en Alicante, elabora piezas que se venden tambi¨¦n para decorar
Dedicarse a hacer botijos en la era del pl¨¢stico, cuando casi todas las casas cuentan con frigor¨ªfico, tiene algo de extravagante. Jos¨¦ ?ngel Boix lo sabe, pero no ha querido separarse del oficio que aprendi¨® de su padre, y este de su abuelo, y aquel de su bisabuelo. Cuatro generaciones despu¨¦s, Boix, de 35 a?os, va al taller con sus zapatillas Converse y su corte de pelo hipster, se coloca un delantal azul, se sienta en el torno y comienza a deslizar las manos sobre el barro de forma hipn¨®tica, concentr¨¢ndose en ejercer la presi¨®n necesaria en cada momento. De ellas salen blanqu¨ªsimas piezas barrigonas, otras circulares, unas m¨¢s anchas y otras m¨¢s estrechas. Tambi¨¦n versiones con forma de cafetera italiana, de bolso y de ping¨¹ino, todas ellas al servicio del acto simple y reconfortante de beber agua fresca cuando hace calor.
¡°Estamos acostumbrados a tocar pantallas, ahora todo es digital, por eso me gusta la sensaci¨®n de crear algo a partir de un trozo de arcilla, del trabajo manual¡±, cuenta Boix en la vieja estancia en la que trabaja, llena de estanter¨ªas vac¨ªas y piezas de?sechadas. Ha conservado para su empresa el nombre de sus antepasados, Severino Boix. El taller-f¨¢brica, situado a las afueras del peque?o pueblo alicantino de Agost, con una fuerte tradici¨®n alfarera, est¨¢ compuesto de varias casas bajas. A la ?izquierda se ven montones de tierra tapados por pl¨¢sticos. Al otro lado, una peque?a exposici¨®n en la que, aparte de los botijos de un exuberante color blanco ¡ªllevan una peque?a proporci¨®n de sal¡ª, hay unos pocos de colores fl¨²or ¡ªrosa, verde, ama?rillo¡¡ª hechos con pintura ecol¨®gica, pero de estos no se puede ?beber. ¡°Yo me ocupo de todo el proceso. Desde conseguir la tierra hasta hacer el barro y filtrarlo, trabajarlo, cocerlo y venderlo¡±, dice.
La ¨²nica parte en la que se se?para de la forma tradicional de crearlos es la del horno. Ha adquirido uno de gas, que se parece a una especie de frigor¨ªfico naranja gigante. Ah¨ª coloca los botijos, unos 500 en total, lo cierra, pulsa un bot¨®n y en 60 horas est¨¢n todos cocidos. Nada que ver con el m¨¦todo antiguo, el que usaban sus predecesores. Era un horno de inspiraci¨®n ¨¢rabe, con un enorme foso donde varios hombres colocaban la le?a. Las piezas quedaban varios metros hacia arriba, en una c¨²pula de ladrillo con una ventilaci¨®n en la c¨²spide. El fuego ascend¨ªa varios metros, con temperaturas de hasta 1.000 grados, y era necesario alimentarlo durante 100 horas, sin descanso, por varias personas.
De este taller salen unos 5.000 botijos al a?o, que cuestan de 3 a 30 euros. ?l mismo se encarga de promocionarlos en su p¨¢gina web y por las redes sociales, pero sobre todo funcionan en las ferias de artesan¨ªa a las que acude, donde se encuentra ¡°con muchos j¨®venes que los compran como alternativa a las botellas de pl¨¢stico. Est¨¢n volviendo a usarlos. Adem¨¢s, cada uno dura de media ocho o nueve a?os¡±, explica. Tambi¨¦n se los piden en un museo, para que los alumnos de los talleres los coloreen inspir¨¢ndose en Picasso, y el resto se reparte entre ferreter¨ªas y almacenes de toda la vida y tiendas vintage, donde se adquieren como objetos decorativos porque, dice, ¡°a mucha gente les recuerda a sus abuelos¡±.
Boix imparte talleres a ni?os para que se familiaricen con el barro y trata de transmitir a su hija lo que sabe. ¡°S¨¦ que este es un oficio en extinci¨®n. En Agost lleg¨® a haber 25 talleres dedicados a los botijos tradicionales y hoy solo quedamos 3¡±, cuenta en el almac¨¦n, un lugar seco, fr¨ªo, enorme y oscuro donde hay cientos de piezas apiladas con cuidado en compartimentos. Aparte de toda clase de modelos blancos, all¨ª se pueden ver tambi¨¦n algunos pensados para que beban los animales de compa?¨ªa ¡ªunos miniabrevaderos con la panza del botijo abierta¡ª y huchas con forma de cerdo.
Ha vendido piezas en Per¨² y en Canad¨¢, pero no queda ni rastro de los antiguos clientes del norte de ?frica, Francia e Italia que conservaba su abuelo. Aun as¨ª, cree que hoy d¨ªa hay sitio para el botijo. ¡°A los turistas les llama mucho la atenci¨®n. No lo conocen. A veces me los quieren comprar para mantener el vino fresco, pero se lo desaconsejo; est¨¢ pensado para el agua¡±. Boix explica con entusiasmo las virtudes del objeto: ¡°Consigue que el agua est¨¦ seis o siete grados m¨¢s fr¨ªa que la temperatura ambiente¡±. Pese a la famosa sencillez de su uso, da algunas instrucciones para emplearlo: ¡°Antes de estrenarlo, hay que llenarlo de agua durante 24 horas. Luego se tira y ya se puede beber. La clave est¨¢ en la porosidad del material. El botijo tiene que sudar; si no, no hace agua fresca. Por eso hay que ponerle un plato debajo siempre¡±.
Tambi¨¦n da un truco para elegir el modelo correcto: ¡°Si pesa mucho, est¨¢ mal hecho. Pero lo m¨¢s importante es el ruido: se coge de la base y se le da golpecitos con el dedo al asa, arriba. Si suena como una campana, es perfecto¡±.
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