Cuando Madonna se convirti¨® en la obsesi¨®n de otra mujer
Ocurri¨® en 'Buscando a Susan desesperadamente', una de las pocas cintas estadounidenses de los ochenta que trataba sobre la amistad entre mujeres. No es casual que la pel¨ªcula la dirigiese una mujer: Susan Seidelman
Hay pel¨ªculas sin aparente prestigio que nos marcan tanto como las can¨®nicas. Hace poco descubr¨ª que una de las favoritas de mi adolescencia tambi¨¦n result¨® ser un referente para muchas de mis amigas. Buscando a Susan desesperadamente fue de las pocas cintas estadounidenses de los ochenta (en realidad la ¨²nica que yo recuerdo) que trataba sobre la amistad entre mujeres. Interpretada por Rosanna Arquette y Madonna, relataba bajo el paraguas de una screwball comedy la obsesi¨®n del personaje que interpretaba Arquette, una aburrida ama de casa de New Jersey, por una desconocida, una buscavidas que sobreviv¨ªa en el East Village neoyorquino a la que daba vida la entonces diva-del-pop-en-ciernes. Ninguneada como subproducto comercial, lastrada por la sombra de Madonna, nunca nos hab¨ªamos detenido en ella, hasta que hace poco, en una conversaci¨®n sobre cine y g¨¦nero, resucit¨®.
No es casual que la pel¨ªcula la dirigiese una mujer, Susan Seidelman, cineasta que hab¨ªa debutado en 1982 con Smithereens, un filme de bajo coste sobre las andanzas de una chica en la escena punk neoyorquina. La obsesi¨®n de una mujer por otra es un tema que suele abordarse desde la perspectiva del deseo (cayendo con frecuencia en clich¨¦s er¨®ticos masculinos) o desde una ¨®ptica negativa (rivalidad, celos, envidias, Mujer blanca soltera busca) en la que los hombres juegan un papel relevante. Nada de eso tiene que ver con Buscando a Susan desesperadamente. Aqu¨ª la obsesi¨®n con otra mujer es sencillamente la puerta a una vida mejor.
Ninguneada como subproducto comercial, lastrada por la sombra de Madonna, nunca nos hab¨ªamos detenido en ¡®Buscando a Susan desesperadamente¡¯
Exc¨¦ntrica y moderna, la forma en la que Madonna iba vestida era parte sustancial del relato. Subestimar el lenguaje de la ropa es tan tonto como intentar convertirlo en algo demasiado profundo. El verdadero encanto de una prenda, su maravilloso poder, siempre estar¨¢ al margen de esa disyuntiva. En eso tambi¨¦n acertaba la pel¨ªcula. Los andares de chicazo de Madonna, su pelo mal te?ido y despeinado, sus lazos absurdos y sobre todo su chaqueta de segunda mano funcionaban no solo como el centro del enredo sino como un fetiche adorado por todas. No era el Nueva York de Carrie Bradshaw (aunque no parece casual que Susan Seidelman dirigiese el piloto de Sexo en Nueva York y varios de los primeros cap¨ªtulos); Susan no estaba ofuscada con cazar marido y vestirse con marcas de lujo, lo suyo era saltar de cama en cama y construirse una identidad con m¨¢s picaresca que bolsillo.
Es verdad que aquella chica dur¨® poco tiempo, la diva arras¨® con todo. A pesar de ello, admito que llevo mal las cr¨ªticas a Madonna. A punto de cumplir ?60! este agosto, y pese a los excesos con el bistur¨ª, me sigue atrayendo su energ¨ªa. Me la creo m¨¢s que a las nuevas profetas del empoderamiento, muy chulitas ellas pero siempre pegadas a sus tensiones matrimoniales. Recluida en su palacete de Sintra, prefiero las fantas¨ªas crepusculares del Instagram de Madonna, que en mi cabeza se prestan a ser descifradas casi como min¨²sculos relatos de terror: las gemelas adoptadas, la educaci¨®n entendida como un permanente reto gimn¨¢stico, la ausencia de sus hijos biol¨®gicos, las coreograf¨ªas y vestuarios esot¨¦ricos, los selfis nocturnos, los ubicuos filtros de juventud virtual, las fantasmales cabalgadas por las playas portuguesas¡ Por cierto, Susan Seidelman sigui¨® su carrera con irregular fortuna. Desde hace a?os intenta sacar a flote la historia de una mujer de la generaci¨®n del baby boom que pese a su avanzada edad se sigue sintiendo tan estupenda y joven como siempre.
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