La plaga tur¨ªstica en el avispero de Salzburgo
La ciudad austriaca aloja las contradicciones que alertaron a Mozart, Zweig y Thomas Bernhard
La transformaci¨®n m¨¢s llamativa de Salzburgo en los ¨²ltimos tiempos de mestizaje cultural concierne a la proliferaci¨®n de turistas chinos y de mujeres embozadas, extroversi¨®n e introversi¨®n de una plaga tur¨ªstica cuya ferocidad malogra la ingenua aspiraci¨®n del cosmopolitismo.
Agradecen los comerciantes la novedad de los s¨¢trapas y de sus esclavas, expresi¨®n de un oscurantismo que explica el rechazo a los acontecimientos del Festival, precisamente porque el teatro constituye una de las prohibiciones expl¨ªcitas de esta absurda, arbitraria y dogm¨¢tica lectura del Cor¨¢n. No es tan sencillo acostumbrarse al traj¨ªn de nijabs y burkas, menos a¨²n cuando implican una negaci¨®n de la identidad femenina y una transgresi¨®n a la igualdad de derechos que tanto cuesta lograrse en Occidente, entre otras razones gracias a la acotaci¨®n de la religi¨®n en la esfera privada.
Salzburgo fue por a?adidura una ciudad de extraordinario poder religioso, unificado en las figura del pr¨ªncipe arzobispo. Incluido Colloredo, cuya aversi¨®n hacia Mozart -y viceversa- precipit¨® que el genio decidiera instalarse en Viena. Su desencanto hacia el provincianismo y conservadurismo de Salzburgo no le ha prevenido el hostigamiento comercial con que lo vampirizan los mercaderes, pero esta hermosa y contradictoria ciudad ha engendrado mecanismos de repulsa hacia las luminarias que se arraigaron.
El caso de Thomas Bernhard es uno de los m¨¢s representativos porque hizo de Salzburgo su mayor argumento literario. La "exasperante vacuidad de los salzburgueses" le permiti¨® reunir un memorial exorcista en la dial¨¦ctica de la oposici¨®n. Bernhard odiaba Salzburgo, pero la necesitaba para vengarse de ella en sus escritos, como prueban sus memorias escalonadas y su resentimiento.
Stefan Zweig, en cambio, decidi¨® instalarse en el monte de los Capuchinos porque Salzburgo le proporcionaba sosiego y tranquilidad. Algunas im¨¢genes en blanco y negro demuestran la felicidad de su refugio buc¨®lico durante 15 a?os. Impresiona entre ellas la foto en la que aparece junto a James Joyce, aunque son m¨¢s conocidas sus tertulias "en blanco y negro" con Max Reinhard y Richard Strauss en el asombroso magma de ideas con que Salzburgo abander¨® la vanguardia de entreguerras. El r¨¦gimen nazi se ocup¨® de reprsaliarla y de escarmentarla. Hubo una pira de libros prohibidos en el inicio del fin, y se le expuls¨® a Zweig de su casa, censurando por a?adidura todas sus obras y constri?¨¦ndolo a exiliarse so pena de ejecutarlo en la categor¨ªa de los artistas degenerados.
Curiosa la idiosincrasia de una ciudad donde naci¨® Doppler y donde fue proscrito Paracelso. Fue Salzburgo el reino de Karajan y la gruta de la familia Trapp, cuya memoria ha quedado sepultada por la sensibler¨ªa de la estomagante pel¨ªcula de Robert Wise. Vienen a evocarla millares de turistas. Lo hacen secuestrados en un horripilante tour que recrea las escenas de la limonada rosa y de la boda m¨¢s rosa a¨²n. Y que sustrae a la candidez de los ingenuos chinos -y de las mujeres ¨¢rabes embozadas - la evidencia seg¨²n la cual Himmler se apropi¨® de la mansi¨®n de los Trapp para sofisticar el Holocausto y pisotear con sus botas de sangre y de acero la florecilla del edelweiss.
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