La arque¨®loga
CASI NO reconoc¨ªa su ciudad. Hab¨ªa pasado tanto tiempo en aquella peque?a aldea de Belice desenterrando huesos y vasijas y m¨¢s tarde en una isla del Caribe que ya hab¨ªa perdido incluso la costumbre de llevar zapatos. Eran las primeras vacaciones en mucho tiempo que decid¨ªa regresar a casa. Se hab¨ªa dicho que no volver¨ªa despu¨¦s de la muerte de su padre y lo hab¨ªa cumplido. S¨®lo hab¨ªa vuelto algunas veces para tratar temas administrativos y para firmar papeles relacionados con el legado familiar de cuya gesti¨®n, a Dios gracias, se encargaba su hermano.
Hab¨ªa pasado dos a?os hablando con los muertos, ahora iba a hablar con los vivos y a continuaci¨®n aceptar¨ªa con elegancia y resignaci¨®n la llegada de la edad madura. No iba a pelearse como hab¨ªa visto hacer a algunas de sus amigas. Simplemente depositar¨ªa con gratitud y dignidad sus armas, que tan bien le hab¨ªan servido, a los pies de la resplandeciente juventud y se convertir¨ªa en una mujer respetable. Javier le hab¨ªa pedido que se casase con ¨¦l en muchas ocasiones. Tal vez esta vez aceptar¨ªa.
Tal vez se pondr¨ªa a cubierto de una vez por todas. Estaba calada hasta los huesos. Se estremeci¨® al desabrocharse el vestido de seda color tabaco con el que hab¨ªa volado desde Madrid y dej¨® que se deslizase por sus hombros exiguos, dorados y pecosos hasta el suelo gris p¨¢lido, mullido y enmoquetado. Por un momento dese¨® tumbarse all¨ª mismo y echarse a dormir. Le hab¨ªa ido invadiendo un fr¨ªo que no lograba sacudirse de encima ni siquiera recordando las palabras burlonas de su abuela que consideraba que las mujeres frioleras eran unas cursis que lo ¨²nico que quer¨ªan en realidad era dar la lata al pr¨®jimo con sus intempestivas peticiones para cerrar ventanas, apagar ventiladores y encender estufas. Ella siempre hab¨ªa tenido una estufa dentro. De todos modos, lo ¨²nico que le quitaba un poco el fr¨ªo era el amor de los hombres, ellos lo sab¨ªan y la envolv¨ªan con su deseo como con una manta. Hab¨ªa dejado a Marc en Belice. La ¨²ltima noche la hab¨ªa pasado en sus brazos, tiritando, ¨¦l le hab¨ªa prometido que no la soltar¨ªa hasta que se encontrase mejor y la hab¨ªa sujetado con firmeza durante toda la noche. Cuando ya no necesitemos a los hombres para nada, ni para subsistir econ¨®micamente, ni para fabricar hijos, ni para dirigir ciudades e imperios, los seguiremos necesitando para el amor; una ma?ana cualquiera, en un colegio cualquiera, una ni?a cualquiera mirar¨¢ a un ni?o cualquiera y de pronto se sentir¨¢ traspasada por la misma sorpresa, emoci¨®n y deseo que Miranda en La Tempestad cuando ve por primera vez a Fernando, y volveremos a la casilla de salida, una y otra vez, interminablemente. Pero como sol¨ªa ocurrir en los ¨²ltimos tiempos, hab¨ªa llegado el alba antes que la mejor¨ªa y ella no hab¨ªa querido perder el avi¨®n. Tal vez su ciudad que tan enferma la hab¨ªa puesto en el pasado, ahora la salvar¨ªa. Ten¨ªa ganas de ver a Javier. Se quer¨ªan y el vendaval de deseo f¨ªsico que hab¨ªan sentido al conocerse nunca hab¨ªa amainado del todo y volv¨ªa a soplar cada vez que se encontraban. Quiz¨¢ esta vez ella no se aburriese y ¨¦l no intentase convertirla en otra persona.
Estuviese donde estuviese, fing¨ªa ser una turista m¨¢s, no saber d¨®nde se encontraba
Sac¨® del fondo de la maleta un vestido liviano color avellana que le dejaba la espalda al descubierto y se pas¨® distra¨ªdamente las manos por el cabello, rubio y fin¨ªsimo, que siempre hab¨ªa llevado corto. Ten¨ªa el mismo rostro de p¨¢jaro que su padre y que su abuelo, nunca se hab¨ªa maquillado y s¨®lo resultaba realmente hermosa cuando estaba enamorada o en alta mar.
Javier la esperaba abajo, hab¨ªa pasado una semana navegando y estaba moreno, contento y relajado aunque un poco inquieto, como siempre que sab¨ªa que iba a verla. Hab¨ªan quedado en el bar del hotel porque recordaba (lo recordaba todo) lo mucho que le gustaban a ella. Ella que necesitaba sentirse extranjera hasta en su propia ciudad y que siempre, estuviese donde estuviese, fing¨ªa ser una turista m¨¢s, no saber d¨®nde se encontraba, estar medio perdida, chapurrear todas las lenguas, conocer s¨®lo diez o doce frases de cada una pero poder hacer el amor, bromear y troncharse de risa en todos los idiomas. De pronto se sinti¨® muy viejo y muy cansado. Se hab¨ªa puesto una camisa de rayas azules que hab¨ªan comprado juntos hac¨ªa mil a?os en un mercadillo griego y que ya s¨®lo se pon¨ªa en contadas ocasiones. Quiz¨¢ no hab¨ªa sido una elecci¨®n adecuada, pens¨® de pronto mientras apuraba la segunda cerveza y buscaba su paquete de cigarrillos, tal vez hubiese debido ponerse una camisa blanca. Iba a decirle que hab¨ªa decidido sentar la cabeza y casarse con Raquel, su novia de la universidad.
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