?Qu¨¦ dir¨ªa Madame de Sta?l?
Esto va m¨¢s all¨¢ del feminismo y de la revoluci¨®n sexual, m¨¢s all¨¢ de los derechos individuales y de los condicionantes biol¨®gicos
Leer a Madame de Sta?l es un ejercicio desasosegante. Anne-Louise Germaine Necker, baronesa de Sta?l-Holstein, fue una de las mentes m¨¢s brillantes de su tiempo, la del tumultuoso tr¨¢nsito desde el siglo XVIII al XIX, y no solo fascin¨® a sus contempor¨¢neos, gente como Stendhal o Chateaubriand: hoy sigue deslumbrando. Feminista, liberal, ir¨®nica, capaz de analizar las situaciones m¨¢s diversas con una precisi¨®n cient¨ªfica, firme en sus principios, despliega todos los talentos atribuibles a esa figura que los franceses llaman ma?tre ¨¤ penser. No hace mucho que se publicaron en Espa?a sus Consideraciones sobre la Revoluci¨®n Francesa (Arpa). L¨ªnea por l¨ªnea, resulta casi irrebatible.
Era hija del banquero suizo Jacques Necker, eficiente ministro de Finanzas de Luis XVI, y cre¨ªa en el reformismo sensato. Compaginaba un talante rom¨¢ntico y un conocimiento profundo del esp¨ªritu germ¨¢nico con una admiraci¨®n completa por el sistema pol¨ªtico brit¨¢nico, tan pragm¨¢tico que rozaba la mezquindad. Sus Consideraciones rebosan desprecio hacia los abusos del jacobinismo revolucionario franc¨¦s y hacia la tiran¨ªa de Napole¨®n, quien la forz¨® a exiliarse. ?C¨®mo no darle la raz¨®n en su cr¨ªtica al peque?o general corso? ?C¨®mo no empatizar con su repugnancia ante la turba que tortur¨® a la pobre princesa de Lamballe, que celebr¨® delirantes juicios populares y core¨® cada ca¨ªda de la guillotina?
Pero leerla obliga a mantener en la cabeza un constante ¡°sin embargo¡±. Porque de la turba despreciable y de las guerras napole¨®nicas surgi¨® el impulso de la Europa liberal, en una continua cadena de incoherencias (pensemos en el triste final de las Cortes de C¨¢diz y de la primera Constituci¨®n espa?ola) que condujo a la ca¨ªda de los sistemas absolutistas. Y, por otra parte, al fen¨®meno de las naciones, un asunto engorroso que extrajo de Europa lo peor de s¨ª misma. Madame de Sta?l muri¨® en 1817. ?Qu¨¦ habr¨ªa opinado de la revoluci¨®n industrial iniciada por sus admirados brit¨¢nicos? Esa revoluci¨®n caus¨® m¨¢s miseria y probablemente m¨¢s muertes que la iniciada con la toma de la Bastilla.
La historia, vista de cerca y examinada al detalle, no suele ofrecer un espect¨¢culo edificante. La justicia de los grandes movimientos sociales conlleva un caudal de peque?as injusticias y raramente respeta las formas.
Esto va m¨¢s all¨¢ del feminismo y de la revoluci¨®n sexual, m¨¢s all¨¢ de los derechos individuales y de los condicionantes biol¨®gicos
Creo que ahora contemplamos una revoluci¨®n. Comenz¨® hace mucho, porque, como todos los movimientos revolucionarios, se nutre de ideas y luchas antiguas, y cuesta adivinar su ritmo y sus consecuencias en un futuro inmediato. Como es habitual en estas cosas, exige estar de un lado o de otro: la defensa de la sensatez y los reparos ante algunos excesos (las denuncias populares no se atienen a c¨®digos procesales) no deber¨ªan privarnos de una visi¨®n global. Una causa justa es una causa justa. Me refiero a lo que este a?o llamamos Me Too y quiz¨¢ luego adopte otras denominaciones. Esto va m¨¢s all¨¢ del feminismo y de la revoluci¨®n sexual, m¨¢s all¨¢ de los derechos individuales com¨²nmente reconocidos y de los condicionantes biol¨®gicos. Se trata de una revoluci¨®n social que ha de acabar con absurdas estructuras patriarcales y con la inercia de un machismo (perd¨®n por la simplificaci¨®n) tan evidente que no requiere denuncia: est¨¢ ah¨ª, basta con mirar.
?Qu¨¦ dir¨ªa Madame de Sta?l de todo esto?
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