Un mundo sin machos
Los cient¨ªficos logran en ratones que dos hembras se reproduzcan sin la menor colaboraci¨®n del macho. La ciencia que hay detr¨¢s es importante
Los cient¨ªficos han logrado la reproducci¨®n entre dos hembras, como puedes leer en Materia. Tranquilos los lectores machos: el experimento se ha hecho en ratones, y de momento no es aplicable a nuestra especie. Pero, claro, en el fondo no somos m¨¢s que ratones con un enorme cabez¨®n, y los problemas t¨¦cnicos siempre se acaban resolviendo de un modo u otro. Dada la situaci¨®n, es inevitable especular sobre un futuro mundo sin machos o, al menos, un mundo en que los machos no seamos necesarios para la reproducci¨®n. La investigaci¨®n que hemos conocido esta semana es importante, y merece la pena echar un buen vistazo a sus fundamentos cient¨ªficos antes de sobrecalentar la imaginaci¨®n. La clave est¨¢ en un proceso poco conocido por el p¨²blico lector, la impronta gen¨®mica, y necesitamos saber en qu¨¦ consiste. Enciende todas tus neuronas y sigue leyendo.
La impronta gen¨®mica (genomic imprinting) solo ocurre en los mam¨ªferos. Consiste en que un gen est¨¢ activo o no dependiendo de si viene del padre o de la madre. En ese sentido, viola las leyes de Mendel, que no hacen distingos entre los progenitores de un individuo. El fen¨®meno se origina durante el desarrollo de las c¨¦lulas sexuales (¨®vulos o espermatozoides), y se debe a procesos ¡°epigen¨¦ticos¡±, que no alteran la secuencia de los genes (gatacca¡), sino que los inactivan mediante otras cosas que se les pegan encima, como el m¨¢s simple de los radicales de la qu¨ªmica org¨¢nica (el grupo metilo, ¨CCH3). Esta inactivaci¨®n por ¡°metilaci¨®n¡± sobrevive a la fecundaci¨®n y a todo el desarrollo embrionario y fetal.
Cuando un gen que proviene del padre est¨¢ inactivado por metilaci¨®n, el mismo gen que proviene de la madre debe estar activo (y viceversa), o de otro modo el feto carecer¨¢ de la actividad de ese gen por completo, y no ser¨¢ viable. Esta es la raz¨®n profunda por la que los mam¨ªferos, a diferencia de otros animales, no podemos reproducirnos en parejas del mismo sexo. Aun cuando logremos en el laboratorio que una hembra produzca espermatozoides, y fecundar con ellos un ¨®vulo, los mismos genes estar¨¢n inactivados por impronta (metilaci¨®n) en el embri¨®n resultante, y el feto no ser¨¢ viable.
La raz¨®n evolutiva por la que ocurre esto es bien interesante, por cierto. Los intereses evolutivos de macho y hembra son muy diferentes, o m¨¢s bien opuestos. Tomemos el caso humano. La inversi¨®n que hace un hombre para reproducirse es m¨ªnima: cinco minutos de coito, siendo optimistas. A la mujer, en cambio, le lleva nueve meses de gestaci¨®n y un mont¨®n de energ¨ªa conseguir el mismo prop¨®sito. Muchos de los genes regulados por impronta tienen una relaci¨®n directa con este hecho. Los genes que vienen activos del padre favorecen el consumo de nutrientes de la madre durante el desarrollo fetal e infantil; los que vienen activos de la madre imponen recortes en esa rapi?a. Por supuesto, ni el padre ni la madre hacen esto conscientemente: todos somos v¨ªctimas evolutivas de nuestro pasado remoto.
En cualquier caso, este es el problema que han resuelto ahora los cient¨ªficos. En ratones. Y usando un mont¨®n de manipulaciones gen¨¦ticas que, desde luego, son inaplicables a los humanos, al menos en su forma actual. Pero los experimentos revelan que no hay ning¨²n problema de principio para que dos mujeres se reproduzcan. Echando a volar la imaginaci¨®n, podemos imaginar un futuro en que los hombres no seamos necesarios para la reproducci¨®n. Pero hay un premio de consolaci¨®n para los machirulos: los hombres seguiremos apareciendo en cada generaci¨®n humana, por m¨¢s que tengamos dos madres.
Aunque, bien pensado, esto podr¨ªa tambi¨¦n arreglarse. Pensad en ello.
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