Las razones de Casandra
Numerosas voces alertan de que nuestra democracia atraviesa una crisis. Espero que no les ocurra como a la adivina griega, condenada a no ser cre¨ªda
VUELVO AL TEMA de nuestro tiempo: la crisis de la democracia. En todo Occidente, de unos a?os para ac¨¢, gentes de todas las clases e ideolog¨ªas, desde financieros como George Soros hasta pol¨ªticos como Alexis Tsipras, pasando por pensadores como John Gray o Yascha Mounk, vienen alertando del mismo hecho: vivimos tiempos extraordinarios, nuestra democracia ¡ªun sistema pol¨ªtico que ha hecho m¨¢s que cualquier otro por extender la paz y la prosperidad en el mundo¡ª atraviesa una crisis existencial que puede terminar con ella y sumirnos en una nueva ¨¦poca de caos, violencia y falta de libertades, la Uni¨®n Europea puede desintegrarse o al menos convertir Europa, como dijo Tsipras en el Parlamento Europeo, en ¡°un continente fragmentado, sin cohesi¨®n, sin papel en la escena internacional y sin futuro¡±. Apoltronados desde hace d¨¦cadas en nuestras confortables democracias europeas, convencidos de que la UE es un proyecto sin vuelta atr¨¢s, muchos se reir¨¢n de estas predicciones sombr¨ªas; ha ocurrido infinidad de veces en la historia: hacia 1912 tambi¨¦n la mayor¨ªa de los vieneses o los moscovitas estaban seguros de que el Imperio Austroh¨²ngaro y el de los zares eran para siempre, y ambos se hab¨ªan derrumbado al cabo de menos de una d¨¦cada. Hija de H¨¦cuba y Pr¨ªamo, Casandra pact¨® con Apolo que, a cambio de acostarse con ¨¦l, ¨¦ste le otorgara la facultad de prever el futuro; pero, una vez obtenido ese don, Casandra se neg¨® a entregarse al dios, quien la conden¨® a que nadie creyese sus profec¨ªas. Ninguna de las personas mencionadas m¨¢s arriba posee la capacidad de adivinar el futuro, pero todas tienen buenas razones para decir lo que dicen, unas razones que, como en 1912, est¨¢n a la vista de todos, aunque muchos no quieran verlas. Casandra predijo la ca¨ªda de Troya, pero nadie atendi¨® a su vaticinio, y Troya cay¨®; esperemos que a ellos no les ocurra lo mismo.
El pen¨²ltimo aspirante a Casandra es el historiador norteamericano Max Boot. ?ste, a finales de agosto, public¨® en The Washington Post un art¨ªculo donde contaba que el pasado verano viaj¨® a Barcelona y se qued¨® petrificado al comprobar que uno de los lugares m¨¢s privilegiados del mundo, cuyos habitantes gozan de una libertad y una prosperidad in¨¦ditas en su historia, estuviese agitado por protestas nacionalistas y sembrado de carteles donde se exig¨ªa la libertad para presos pol¨ªticos y exiliados, ¡°como si Espa?a fuera un Estado policial¡±. Boot entiende muy bien que lo que ocurre en Catalu?a no es un hecho aislado, sino una manifestaci¨®n particular de un fen¨®meno universal: el crecimiento del nacionalpopulismo, ese movimiento que, casi siempre enmascarado de democracia radical, constituye hoy el principal peligro para la democracia en Occidente. Es el nacionalismo blanco que proclama Trump, el brit¨¢nico del Brexit, el ruso de Putin, el h¨²ngaro de Orb¨¢n, el turco de Erdogan, el chino de Xi Jinping y el que provoca el ascenso de la ultraderecha en Europa entera, todos ellos unidos por el rechazo al otro, sea este mexicano, ¨¢rabe, kurdo o espa?ol. Boot atribuye al tedio que produce el bienestar el hecho de que esto ocurra en las sociedades m¨¢s afortunadas del mundo; no ser¨¦ yo quien le contradiga, sobre todo despu¨¦s de haber publicado aqu¨ª mismo una columna, hace apenas unos meses, donde hablaba del aburrimiento como carburante de la historia. Es evidente, sin embargo, que la crisis de 2008 provoc¨® un terremoto pol¨ªtico que, igual que ocurri¨® con la crisis de 1929, ha desestabilizado nuestras democracias. El terremoto de 1929 provoc¨® el ascenso y la consolidaci¨®n de los totalitarismos, y al final la II Guerra Mundial; el terremoto de 2008 ha provocado la consolidaci¨®n y el ascenso del nacionalpopulismo, una versi¨®n posmoderna y de momento light de los totalitarismos.
?Qu¨¦ provocar¨¢ al final? Como otros, Boot es pesimista: ¡°Occidente puede estar caminando, son¨¢mbulo, hacia otra cat¨¢strofe¡±, se titula su art¨ªculo. Tampoco aqu¨ª puedo contradecirle, por desgracia, sobre todo porque, mientras escribo estas l¨ªneas, la principal ocupaci¨®n de nuestros l¨ªderes pol¨ªticos consiste en discutir sobre sus respectivos curr¨ªculos acad¨¦micos.?
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