El tic tac que nos mueve
Un viaje desde el origen del universo hasta nuestros d¨ªas para reflexionar sobre el tiempo. Es lo que el autor de este texto esboza en su nuevo libro, Por qu¨¦ el tiempo vuela, del que presentamos este extracto
ALGUNAS NOCHES, ¨²ltimamente m¨¢s de las que quisiera, me despierto con el sonido del reloj que tengo junto a la cama. La habitaci¨®n est¨¢ oscura, sin detalles, y en la oscuridad el cuarto se expande de tal manera que tengo la sensaci¨®n de estar al aire libre, bajo un vac¨ªo cielo infinito, aunque al mismo tiempo bajo tierra, en una enorme caverna. Podr¨ªa estar cayendo por el espacio. Podr¨ªa estar so?ando. Podr¨ªa estar muerto. Solo se mueve el reloj, con su tictac constante, pausado, implacable. En esos momentos comprendo con la claridad m¨¢s espeluznante que el tiempo se mueve en una sola direcci¨®n.
Al principio, o justo antes del principio, no exist¨ªa el tiempo. Seg¨²n los cosm¨®logos, el universo comenz¨® hace casi 14.000 millones de a?os con una gran explosi¨®n o Big Bang y, en un instante, se expandi¨® hasta algo m¨¢s pr¨®ximo a su tama?o actual, y contin¨²a expandi¨¦ndose a una velocidad superior a la de la luz. Antes de todo eso, sin embargo, no hab¨ªa nada: ni masa, ni materia, ni energ¨ªa, ni gravedad, ni movimiento, ni cambio. No hab¨ªa tiempo.
Tal vez t¨² puedas imaginar c¨®mo era aquello. Yo soy incapaz de comprenderlo. Mi mente se niega a aceptar la idea y, en lugar de ello, insiste en preguntar: ?De d¨®nde vino el universo?
?C¨®mo aparece algo a partir de la nada? Aceptemos como hip¨®tesis que quiz¨¢s el universo no existiera antes del Big Bang, pero explot¨® en algo, ?no? ?De qu¨¦ se trataba? ?Qu¨¦ hab¨ªa antes del principio?
El tiempo est¨¢ en nosotros. Desde que me despierto hasta que me duermo. Inunda el aire, impregna la mente y el cuerpo
Formular estas preguntas, dice el astrof¨ªsico Stephen Hawking, es como estar en el Polo Sur y preguntar por d¨®nde se va al sur: ¡°Los tiempos pasados simplemente no podr¨ªan definirse¡±. Tal vez Hawking est¨¦ intentando tranquilizarnos. Lo que parece querer decir es que el lenguaje humano posee un l¨ªmite. Nosotros (o al menos el resto de nosotros) llegamos a este l¨ªmite cada vez que reflexionamos sobre lo c¨®smico. Imaginamos mediante analog¨ªas y met¨¢foras: esa cosa extra?a y vasta es como esta otra m¨¢s peque?a y m¨¢s familiar. El universo es una catedral, un mecanismo de relojer¨ªa, un huevo. Pero los paralelismos acaban divergiendo; solo un huevo es un huevo. Estas analog¨ªas atraen precisamente porque constituyen elementos tangibles del universo. Como t¨¦rminos son autosuficientes, pero no pueden contener al contenedor que los engloba.
Lo mismo sucede con el tiempo. Cada vez que hablamos de ¨¦l, lo hacemos en t¨¦rminos de algo menor. Encontramos o perdemos tiempo como un juego de llaves, lo ahorramos y lo gastamos como el dinero. El tiempo pasa, se desliza, vuela, se escapa, fluye y se detiene; es abundante o escaso; pesa sobre nosotros de manera palpable. Las campanas suenan durante un tiempo ¡°largo¡± o ¡°corto¡±, como si su sonido pudiera medirse con una regla. La infancia se aleja, los plazos se acercan. Los fil¨®sofos contempor¨¢neos George Lakoff y Mark Johnson han propuesto un experimento mental: por un momento, intenta abordar el tiempo estrictamente en sus propios t¨¦rminos, despojado de toda met¨¢fora. Quedar¨¢s con las manos vac¨ªas.
¡°?Seguir¨ªa el tiempo siendo todav¨ªa tiempo para nosotros si no pudi¨¦ramos perderlo o administrarlo? ¡ªse preguntan¡ª. Creemos que no¡±.
Empieza con una palabra, como hizo Dios, insta Agust¨ªn al lector: ¡°Hablaste y se crearon las cosas. Mediante tu palabra las creaste¡±.
Corre el a?o 397. A sus 43, Agust¨ªn se halla a mitad de su vida y ejerce como abrumado obispo de Hipona, una ciudad portuaria del norte de ?frica del ca¨ªdo Imperio romano. Ha escrito docenas de libros ¡ªrecopilaciones de sermones, reprimendas eruditas a sus rivales teol¨®gicos¡ª y ahora emprende las Confesiones, una obra extra?a y fascinante que tardar¨¢ cuatro a?os en completar. En los primeros 9 de sus 13 cap¨ªtulos, Agust¨ªn cuenta los detalles clave de su vida, desde su m¨¢s tierna infancia (hasta donde es capaz de inferir) hasta su aceptaci¨®n oficial del cristianismo, en el 386, y la muerte de su madre al a?o siguiente. Por el camino da cuenta de sus pecados, entre los que figuran el hurto (rob¨® peras del peral de un vecino), el sexo extramatrimonial, la astrolog¨ªa, la adivinaci¨®n, las supersticiones, el inter¨¦s por el teatro, y m¨¢s sexo. (En realidad, Agust¨ªn fue mon¨®gamo durante la mayor parte de su vida, primero con una compa?era de toda la vida y m¨¢s tarde con una esposa de un matrimonio concertado, tras lo cual opt¨® por la castidad).
Los cuatro cap¨ªtulos restantes son completamente diferentes: una extensa meditaci¨®n sobre, en orden ascendente, la memoria, el tiempo, la eternidad y la Creaci¨®n. Agust¨ªn habla con franqueza de su ignorancia del orden divino y natural, y persevera en su b¨²squeda de la claridad. Sus conclusiones y su m¨¦todo introspectivo inspirar¨¢n durante siglos a los fil¨®sofos subsiguientes, desde Descartes (cuyo cogito ergo sum, pienso luego existo, es un eco directo del dubito ergo sum, dudo luego existo, de Agust¨ªn) hasta Heidegger y Wittgenstein. Lidia con el Principio: ¡°Comenzar¨¦ por responder al interrogador que pregunta: ¡®?Qu¨¦ hac¨ªa Dios antes de crear el cielo y la tierra?¡¯. Pero no responder¨¦ con ese chiste que alguien habr¨ªa contado: ¡®Est¨¢ preparando el infierno para aquellos que escudri?an con curiosidad las cuestiones profundas¡±.
En ocasiones se describen las Confesiones de Agust¨ªn como la primera autobiograf¨ªa aut¨¦ntica, una historia en la que uno mismo cuenta c¨®mo ha ido creciendo y cambiando con el tiempo. Yo he llegado a considerarlas unas memorias de evasi¨®n. En los primeros cap¨ªtulos, la divinidad llama a la puerta, pero Agust¨ªn no responde. Engendra un hijo ileg¨ªtimo; mientras estudia ret¨®rica en Roma, hace buenas migas con un grupo de amigos agitadores a los que llama ¡°los destructores¡±; su devota madre se preocupa por su d¨ªscolo estilo de vida. Agust¨ªn describir¨¢ m¨¢s tarde este periodo de su vida como ¡°mera distracci¨®n ansiosa¡±. Sus Confesiones manifiestan lo que hemos llegado a aceptar como una idea netamente moderna, conocida por cualquiera que est¨¦ familiarizado con la psicoterapia: que nuestro pasado disperso puede transformarse en un presente significativo. Tus recuerdos son tuyos y, a trav¨¦s de ellos, puedes configurar por ti mismo un nuevo relato que te ilumine y te defina. ¡°Que a partir de los d¨ªas de previa dispersi¨®n puedo construir mi propia identidad¡±, escribe Agust¨ªn. Se trata de la autobiograf¨ªa como autoayuda. Las Confesiones son un libro que trata de muchas cosas, entre las que destacan las palabras y su capacidad de redimir a trav¨¦s del tiempo.
Durante mucho tiempo, el tiempo era algo que yo hac¨ªa todo lo posible por evitar. Por ejemplo, durante buena parte de mi adultez temprana me negaba a llevar reloj. No estoy muy seguro de c¨®mo aterric¨¦ en esa decisi¨®n. Recuerdo vagamente haber le¨ªdo que Yoko Ono nunca lo lleva porque odia la idea de tener el tiempo atado a su mu?eca con una correa. Aquello ten¨ªa sentido. Me parec¨ªa que el tiempo era un fen¨®meno externo, impuesto y opresivo y, por consiguiente, algo que pod¨ªa decidir activamente eliminar de mi persona y dejar atr¨¢s.
Esta idea me confiri¨® inicialmente una profunda sensaci¨®n de placer y de alivio, como ocurre con frecuencia con las rebeliones. Tambi¨¦n sol¨ªa implicar que cuando me dirig¨ªa hacia alg¨²n lugar o a encontrarme con alguien, no estaba en absoluto fuera del tiempo, sino que iba simplemente por detr¨¢s de ¨¦l. Iba tarde. Con tanta eficacia evitaba el tiempo que pas¨® mucho tiempo antes de que comprendiera que eso era lo que estaba haciendo. Y a ese descubrimiento le sigui¨® enseguida otro: estaba evitando el tiempo porque en secreto lo tem¨ªa. Consegu¨ªa una sensaci¨®n de control al percibir el tiempo como algo externo, como si fuera algo en lo que pudiera entrar y de lo que pudiera salir como un riachuelo, o esquivar del todo como una farola. Pero en lo m¨¢s profundo de mi ser sent¨ªa la verdad: el tiempo estaba ¡ªest¨¢¡ª en m¨ª, en nosotros. Est¨¢ ah¨ª desde el momento en que me despierto hasta el momento en que me duermo, inunda el aire, impregna la mente y el cuerpo, se desliza por mis c¨¦lulas, atraviesa todo momento de mi vida y continuar¨¢ avanzando mucho despu¨¦s del momento en que deje atr¨¢s todas las c¨¦lulas. Me sent¨ªa infectado. Y, sin embargo, era incapaz de decir de d¨®nde ven¨ªa y mucho menos ad¨®nde iba el tiempo (y sigue yendo, filtr¨¢ndose incesantemente). Como sucede con tantas cosas que uno teme, yo no ten¨ªa ni la m¨¢s remota idea de lo que es el tiempo en realidad, y mi destreza para evitarlo no hac¨ªa m¨¢s que alejarme de cualquier respuesta aut¨¦ntica.
Hasta que un buen d¨ªa, m¨¢s remoto de lo que me gustar¨ªa, emprend¨ª un viaje por el mundo del tiempo con el fin de comprenderlo; para preguntar, como hiciera Agust¨ªn: ¡°?De d¨®nde viene, qu¨¦ est¨¢ atravesando y ad¨®nde va?¡±. Los aspectos m¨¢s puramente f¨ªsicos y matem¨¢ticos del tiempo siguen siendo debatidos por las grandes mentes de la cosmolog¨ªa. Lo que a m¨ª me interesaba, y lo que la ciencia solo ha comenzado a revelar, es c¨®mo se manifiesta el tiempo en la biolog¨ªa: c¨®mo lo interpretan y lo cuentan las c¨¦lulas y la maquinaria subcelular, y c¨®mo esa narraci¨®n se filtra hacia arriba para adentrarse en la neurobiolog¨ªa, la psicolog¨ªa y la conciencia de nuestra especie. Mientras viajaba por el mundo de la investigaci¨®n del tiempo y visitaba a sus muchos ¡°¨®logos¡±, buscaba respuestas a preguntas que me acosan desde hace mucho, y quiz¨¢s tambi¨¦n a ti, tales como: ?Por qu¨¦ el tiempo parec¨ªa durar m¨¢s cuando ¨¦ramos ni?os? ?Se ralentiza de veras la experiencia del tiempo cuando est¨¢s en un accidente de coche? ?C¨®mo es que soy m¨¢s productivo cuando tengo demasiadas cosas que hacer, mientras que cuando dispongo de todo el tiempo del mundo tengo la impresi¨®n de no hacer nada? ?Tenemos un reloj interior que cuenta los segundos, las horas y los d¨ªas, como el reloj de un ordenador? Y si contenemos un reloj semejante, ?hasta qu¨¦ punto es flexible? ?Puedo hacer que el tiempo se acelere, se ralentice, se detenga o se invierta? ?C¨®mo y por qu¨¦ vuela el tiempo?
No s¨¦ qu¨¦ es lo que persegu¨ªa exactamente; tal vez tranquilidad de esp¨ªritu, o acaso alg¨²n conocimiento de lo que Susan, mi mujer, describiera en cierta ocasi¨®n como mi ¡°negaci¨®n deliberada del paso del tiempo¡±. Para Agust¨ªn, el tiempo era una ventana abierta al alma. A la ciencia moderna le preocupa m¨¢s investigar el marco y la textura de la conciencia, un concepto solo ligeramente menos escurridizo (William James despach¨® la conciencia como ¡°el nombre de una no entidad¡, un mero eco, el tenue rumor que deja atr¨¢s el ¡®alma¡¯ que se desvanece en el aire de la filosof¨ªa¡±). Ahora bien, como quiera que la llamemos, compartimos una idea aproximada de lo que significa: una sensaci¨®n duradera de nuestro yo movi¨¦ndose en un mar de yoes, dependiente pero solitario; una sensaci¨®n, o quiz¨¢s un deseo profundo y com¨²n, de que yo pertenezco de alg¨²n modo al nosotros, y de que este nosotros pertenece a algo todav¨ªa mayor y menos comprensible; y el pensamiento recurrente ¡ªtan f¨¢cil de dejar de lado en el esfuerzo cotidiano por cruzar la calle con seguridad y ocuparnos de la lista de tareas pendientes, mucho menos para confrontar las aut¨¦nticas crisis del mundo¡ª de que mi tiempo, nuestro tiempo, importa precisamente porque termina.?
El libro Por qu¨¦ el tiempo vuela, de Alan Burdick, est¨¢ publicado en Espa?a por Plataforma Editorial.
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