Deseada
Omiten que esta violencia contra las mujeres es tambi¨¦n cristiana y europea
La violaci¨®n y asesinato de Desir¨¦e Mariottini me llev¨® a pensar que no es motivo de alegr¨ªa que la realidad nos d¨¦ la raz¨®n tozudamente. Globalizada cultura de la violaci¨®n. Tambi¨¦n evoqu¨¦ ese imaginario cultural que, elevando a la categor¨ªa de divinidad, fetiche, exvoto, cosa, el cuerpo femenino, lo destruye. Desde la altura, la porcelana se tira contra el suelo, se rompe y se produce un efecto est¨¦tico relacionado con la normalizaci¨®n de la crueldad contra las mujeres: paralizadas novias cad¨¢ver y muertas enamoradas, aut¨®matas y Copp¨¦lias, bailarinas descuartizadas del giallo, snuff movie y pornograf¨ªa, el petrarquismo bub¨®nico denunciado por mi amigo Rafael Reig, la Clori de G¨®ngora que se corta al quitarse un anillo y qu¨¦ bello es el contraste del rojo sangre con el dedo n¨¢car¡ A las diosas, que son de ¨¦ter, no les duele el cuerpo. A las maniqu¨ªes movidas por un reloj interior tampoco. Las chicas que ¡°se regalan¡± ya saben a lo que est¨¢n expuestas. La estilizaci¨®n de la violencia contra las mujeres culmina en la met¨¢fora del juguete roto y la mujer patchwork. Pero estamos hablando de carne y de la perturbada costumbre de que la carne de las mujeres est¨¢ ah¨ª para disfrutarla magre¨¢ndola, filete¨¢ndola, reduci¨¦ndola a orificios. Nuestro hipot¨¢lamo est¨¢ colonizado por estas voces y a algunas mujeres nos cuesta descubrir el propio placer sin rodearlo de m¨¢culas y deseos de ser secuestrada como prueba de un amor loco y verdadero. Espectacular. Un amor que nos coloca una argolla en la garganta y nos encadena a la pared. Nos rebelamos contra los imperativos de nuestro hipot¨¢lamo y bebemos orujo en fiestas dionisiacas sin merecer por ello que nos rasguen la vagina y nos corten la cabeza. Lo que le ha sucedido a Desir¨¦e no puede repetirse. En el sadismo extremo que se ejerce contra los cuerpos femeninos perdura la m¨¢xima arqueol¨®gica de que la mujer no tiene alma, no siente, no padece, no importa, pero tambi¨¦n prevalecen nuevos rencores vinculados con la conquista de derechos. Pienso en todos los componentes horribles que envuelven la violaci¨®n y asesinato de Desir¨¦e Mariottini: mantenerla viva a base de agua con az¨²car, diez horas de tormentos y la decisi¨®n de dejarla morir.
Ya sabemos qui¨¦nes son los asesinos de Desir¨¦e Mariottini y otros monstruos se yerguen en nuestro horizonte imperfecto. Entre la docena de presuntos culpables, hay inmigrantes subsaharianos y, en ese punto, el odio a las mujeres se cruza con el deseo de limpieza ¨¦tnica de Matteo Salvini o Democracia Nacional. Se aprovechan los insultos machistas en redes para justificar la necesidad de una ley mordaza y se utiliza la violencia contra las mujeres blancas para avalar la xenofobia. Manipulan el dolor para criminalizar a todos los inmigrantes. Arguyen que los extranjeros ¡ªpobres¡ª no entienden nuestras normas de convivencia y en la voz de su hipot¨¢lamo no resuena Dario Argento, sino tantanes m¨¢s sanguinarios a los que se une el rencor de clase y mucha envidia nacional. Maldad innata y salvajismo. Sin embargo, se borra mal¨¦volamente que el vendedor de pa?uelos ghan¨¦s es un excelente muchacho, la mujer que prepara el cusc¨²s cumple con sus obligaciones fiscales y el jardinero hondure?o salv¨® al ni?o de morir en la piscina. Omiten que esta violencia contra las mujeres es tambi¨¦n cristiana y europea. As¨ª lo ponen de manifiesto los nebulosos asesinos de las ni?as de Alc¨¤sser. Ese padre tan religioso que mata a sus criaturas para vengarse de su mujer. Ana Orantes, quemada viva por su espa?ol¨ªsimo marido a la puerta de casa.
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