El ojo que ve y que siente
Una c¨¢mara nunca es neutral al registrar la realidad que, lejos de ser para ¨¦l un objeto de contemplaci¨®n, lo convierte en participante
Un cura de sotana blanca y baja estatura camina por en medio de una calle desnuda de pavimento que muestra las huellas de la pobreza en las paredes desconchadas de las casas, y las de la guerra, que entonces asola a Nicaragua. Al mirar esa foto, se siente el olor a p¨®lvora. El curita luce un sombrero de fieltro negro, que si no fuera por el desastre que lo rodea, y su propia figura humilde, parecer¨ªa un capelo cardenalicio. Puede ser que al final de esa calle haya una barricada.
Esa foto nos devuelve el drama que vive el pa¨ªs en 1979, har¨¢ pronto cuarenta a?os, cuando la dictadura de la familia Somoza va a derrumbarse. La ha tomado Pedro Valtierra, un fot¨®grafo callejero, como ¨¦l mismo se define. El fot¨®grafo es lo que ve, y ¨¦l mismo se convierte en los ojos de los dem¨¢s. Plasmar lo extraordinario, atrapar la casualidad, convertir el instante inusual en memoria. La epifan¨ªa visual.
Nacido en 1955 en Zacatecas, Pedro proviene del vasto mundo rural mexicano donde el paisaje no termina nunca de cambiar igual que los rostros. A los 12 a?os ayudaba a su padre en las labores agr¨ªcolas. Y cuando la familia se traslad¨® a la Ciudad de M¨¦xico en 1969, al a?o siguiente de la masacre de Tlatelolco, la necesidad lo hizo subir a los andamios de alba?il, a¨²n adolescente, fue vendedor callejero de discos y ropa de segunda mano en los mercados, y voceador de peri¨®dicos.
Ten¨ªa 24 a?os cuando vino a Nicaragua enviado por el diario Unom¨¢suno. Al entrar en el paisaje de guerra, su edad era la misma de muchos de los guerrilleros. Un muchacho con una c¨¢mara entre miles de muchachos con fusiles.
Esa c¨¢mara nunca es neutral al registrar la realidad que, lejos de ser para ¨¦l un objeto de contemplaci¨®n, lo convierte en participante. Todo ocurre no ante sus ojos, sino en sus ojos. Agarrar a la historia por la cola es la tarea m¨¢s dif¨ªcil para un cazador de im¨¢genes.
Cad¨¢veres de combatientes, fosas abiertas con los ata¨²des sobre los terrones esperando ser bajados por otros combatientes mientras terminan de excavar; barricadas de adoquines arrancados de las calles, o hechas con carcasas de autom¨®viles, puertas, muebles; consignas en las paredes, cielos de lluvia, las primeras marchas de la victoria en los pueblos conquistados. Todo sucede en las im¨¢genes.
?D¨®nde no estuvo en aquellos d¨ªas? Un testigo que sabe que la historia nunca es un todo total, sino que existe gracias a su multiplicidad, a la diversidad de las escenas, al drama individual. La historia en rollo tras rollo de pel¨ªcula, las fotos que ir¨¢n surgiendo a la luz fantasmag¨®rica en las palanganas de ¨¢cido del cuarto oscuro, se convierten en un friso que librar¨¢ la haza?a del olvido.
Pedro no ha estado aqu¨ª esta vez, pero las im¨¢genes de hoy se parecen mucho a las suyas de entonces
Y luego, la victoria registrada en el carrete que corre cuadro tras cuadro hasta el 19 de julio de 1979. Yo mismo me veo en ese friso, en el paraninfo de la universidad la ma?ana en que la Junta de Gobierno proclama a Le¨®n como capital provisional de Nicaragua. La primera ciudad liberada por las columnas guerrilleras al mando de una muchacha que tiene la misma edad de Pedro, la comandante Dora Mar¨ªa T¨¦llez.
Y all¨ª est¨¢n los vencedores en la guarida del tirano en Managua, ahora desierta. Se acuestan a descansar, felices, en la mullida cama del dictador, se desnudan y se meten a refrescarse en la tina de su ba?o de m¨¢rmoles.
La plaza en fiesta, el reloj de la catedral descalabrada por el terremoto de 1972, detenido a la hora exacta del sismo, las cornisas, en la altura, colmadas de gente.
Y otra foto de Pedro que me ha acompa?ado desde hace 20 a?os, porque es la portada de mi libro Adi¨®s Muchachos: una tanqueta que entra a la plaza colmada de combatientes, la bandera de Sandino en lo alto, los fusiles en alto.
Hoy, otros j¨®venes como ellos, nietos de aquella revoluci¨®n ahora marchita, se han volcado a las calles por miles a reclamar lo que les ha sido confiscado, la esperanza que sus abuelos debieron haberles heredado.
Pedro no ha estado aqu¨ª esta vez, pero las im¨¢genes de hoy se parecen mucho a las suyas de entonces. Pero si hubiera estado, y se asomara al visor de su c¨¢mara, ver¨ªa la misma luz di¨¢fana en los ojos de esos muchachos, la misma decisi¨®n y el mismo coraje para enfrentarse al pasado buscando convertirlo en futuro.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y Premio Cervantes 2017.
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