30 a?os de muertes evitables
Entre 1988 y octubre de 2018, m¨¢s de 6.700 personas perdieron la vida o desaparecieron bajo las aguas intentando cruzar el Estrecho
El pasado primero de noviembre fue un triste aniversario para nuestra Frontera Sur. Hace 30 a?os, se encontr¨® el cad¨¢ver del que se considera la primera persona migrante muerta en nuestras costas. En estas tres d¨¦cadas, desde 1988, Espa?a ha pasado de ser un pa¨ªs de tr¨¢nsito migratorio hacia el norte de los Pirineos a pa¨ªs de destino de personas migrantes. De tener tan solo una frontera nacional con Marruecos a ser Frontera Sur de la Uni¨®n Europea con ?frica. De ser una mera estaci¨®n de paso, Espa?a ha tenido que ejercer de cancerbero de la Europa Fortaleza. Pero ese cambio no solo ha afectado a nuestro papel como Estado miembro o a las pol¨ªticas migratorias nacionales, sino al conjunto de la opini¨®n p¨²blica, a los agentes sociales y a nuestros valores.
El Informe '1988-2018. Recorrido migratorio: 30 a?os de muertes en el Estrecho' de la Federaci¨®n Andaluc¨ªa Acoge en colaboraci¨®n con la Fundaci¨®n porCausa, recorre a?o a a?o los hechos y decisiones que han conformado nuestro presente como pa¨ªs de acogida. En 1988, Espa?a era un miembro muy reciente de la Uni¨®n Europea y consideraba el flujo migratorio en su territorio como un fen¨®meno transitorio, regulado en el ¨¢mbito del derecho de los trabajadores. Con los a?os y el incremento constante de las llegadas la inmigraci¨®n fue adquiriendo un car¨¢cter estructural y como tal, empez¨® a regularse desde el enfoque del control y la contenci¨®n, hasta la actual simbiosis inmigraci¨®n-seguridad.
El estrecho de Gibraltar, de apenas quince kil¨®metros, se transforma en un abismo entre dos pa¨ªses y dos continentes, con la frontera m¨¢s desigual del planeta. Desde que se levantaron las primeras vallas fronterizas con ?frica en Ceuta y Melilla, y se empez¨® a exigir visado en 1991, la inmigraci¨®n clandestina aument¨® de manera espectacular, sobre todo en el Estrecho, adonde se dirig¨ªan no solo personas marroqu¨ªes sino subsaharianas jug¨¢ndose la vida en el espejismo de la cercan¨ªa. Al comienzo solo llegaban varones j¨®venes, pero luego empezaron a cruzar mujeres y menores. La imposibilidad de entrar por v¨ªas legales aliment¨® las redes de tr¨¢fico de personas migrantes y de trata de seres humanos. El Mediterr¨¢neo occidental se convertir¨ªa en un gran cementerio: se calcula que entre 1988 y octubre de 2018 m¨¢s de 6.700 personas perdieron la vida o desaparecieron bajo las aguas intentando cruzar el Estrecho.
Con el tiempo se fue levantando tambi¨¦n un muro de pol¨ªticas de extranjer¨ªa y normas penales restrictivas con una ¨®ptica m¨¢s securitaria que econ¨®mica, acompa?adas de procesos, sistemas e instalaciones de acogida, internamiento y retorno escasamente garantistas que, con los atentados del 11 de septiembre de 2001, afianzaron la Europa Fortaleza. Se dio prioridad a la seguridad y al enfoque de orden p¨²blico en materia migratoria frente a la libertad, la multiculturalidad o la integraci¨®n. Hemos levantado vallas y hemos externalizado nuestras fronteras para contener la inmigraci¨®n, cerrando los ojos ante las violaciones de derechos humanos por parte de algunos pa¨ªses de origen y tr¨¢nsito. Esa subcontrataci¨®n del control migratorio se refleja en programas de cooperaci¨®n policial encubiertos como ayuda al desarrollo o promesas de financiaci¨®n a cambio de retornos sin garant¨ªas reales de respeto por los derechos de los retornados.
Sin embargo, los flujos migratorios no cejan; tan solo cambian las rutas y aumenta el peligro. Treinta a?os despu¨¦s del primer n¨¢ufrago migrante en costas espa?olas, el Mediterr¨¢neo se ha convertido es una fosa com¨²n llena de cad¨¢veres y sue?os rotos. A pesar de cierto cambio de actitud del actual Gobierno espa?ol, la pol¨ªtica real sigue su pertinaz camino de insolidaridad, restricciones y miedos. As¨ª, la percepci¨®n negativa de la migraci¨®n ha calado hondo en gran parte de los europeos. En eso, Espa?a ha dejado de ser una excepci¨®n. Ya tenemos un partido abiertamente xen¨®fobo y racista con una campa?a que alienta los miedos y la intolerancia y, de paso, intoxica a los partidos tradicionales. Ya no estamos a salvo del discurso del odio al diferente.
Frente a este panorama nada halag¨¹e?o, a lo largo de estos treinta a?os, otra parte de la sociedad se ha movilizado a favor de los derechos de las personas migrantes desde la iniciativa individual, local y asociativa, dando ejemplo de entrega y eficacia a la hora de defender y acompa?ar a estas personas en su periplo vital y darles apoyo para tejer sus propias organizaciones y redes para actuar en su propio nombre. Como recuerda Andaluc¨ªa Acoge, los primeros lo hicieron de manera espont¨¢nea, desde la sierra de Tarifa a la costa malague?a, dejando bolsas con ropa y alimentos en la puerta de sus casas para aquellos que llegaban exhaustos. Estas redes se organizaron o se unieron a organizaciones laicas y religiosas, locales, nacionales e internacionales presentes en el terreno, en el rescate mar¨ªtimo, a pie de calle, de puerto y playa, a uno y otro lado de la frontera. Su misi¨®n es hoy m¨¢s importante que nunca, ya que lo hacen a contracorriente, enfrent¨¢ndose a un contexto hostil hacia los defensores de las personas migrantes, record¨¢ndonos la riqueza que aporta la migraci¨®n a las comunidades de acogida y los propios valores en los que deber¨ªa fundarse nuestra sociedad.
Como concluye Andaluc¨ªa Acoge en su informe: ¡°aunque no conozcamos sus nombres, ni la edad de todas estas personas muertas, una sola de ellas ya merece todos nuestros esfuerzos, nuestro compromiso y nuestra intenci¨®n firme para lograr que las pol¨ªticas migratorias tengan como eje central el respeto a la vida y a la dignidad, que sean inclusivas y respetuosas con la diversidad y que busquen sobre todo el acabar con el sufrimiento humano¡±.
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