En la jungla
Los pobres siguen hoy sin encontrar salidas
La brecha cada vez m¨¢s grande entre ricos y pobres es un asunto que viene de lejos. El historiador brit¨¢nico Eric Hobsbawm ya hablaba de las terribles consecuencias que produjo esa desigualdad cada vez mayor durante las primeras d¨¦cadas del siglo XIX, cuando el mundo cambiaba empujado por la doble revoluci¨®n ¡ªla industrial y la francesa¡ª que lleg¨® para ponerlo todo patas arriba. ¡°Los pobres, como los b¨¢rbaros del exterior, eran tratados como si no fueran seres humanos¡±, escribe Hobsbawm en La era de la revoluci¨®n, 1789-1848. La estampa literaria que ha quedado de aquello es el Londres lleno de miseria y dolor que pint¨® Dickens. Hab¨ªa tres salidas para cualquier pobre, explica Hobsbawm: ¡°Pod¨ªa esforzarse en hacerse burgu¨¦s, pod¨ªa desmoralizarse o pod¨ªa rebelarse¡±.?
Son las mismas opciones que siguen teniendo los pobres en los tiempos que corren. Aunque, tal vez, han incorporado un cuarto camino para salvarse (aparentemente) de la ruina. Es el camino de creerse los mensajes de cualquier iluminado y salir corriendo a votarle en las pr¨®ximas elecciones. Se ha contado ya que gran parte de los seguidores m¨¢s entusiastas de Trump proceden de las capas m¨¢s golpeadas por la crisis econ¨®mica. Y lo mismo est¨¢ sucediendo en distintos lugares de Europa, donde hasta los que fueron aguerridos comunistas se inclinan ya por la extrema derecha.
Volviendo a Hobsbawm, la hip¨®tesis de que el pobre elija el camino de volverse burgu¨¦s es muy rara. No s¨®lo porque no resulta nada f¨¢cil hacerlo si no se arranca de una posici¨®n m¨¢s o menos saneada sino porque en ninguna parte est¨¢ escrito que el final del proceso sea para muchos realmente deseable. ¡°La introducci¨®n de un sistema individualista puramente utilitario de conducta social, la jungla an¨¢rquica de la sociedad burguesa, te¨®ricamente justificada con su divisa ¡®cada hombre para s¨ª y al ¨²ltimo que se lo lleve el diablo¡¯, parec¨ªa a los hombres criados en las sociedades tradicionales poco mejor que la maldad desenfrenada¡±, apunta el historiador. En nuestros tiempos sucede lo mismo. Cada vez hay m¨¢s gente que abomina de los excesos de la sociedad de consumo y busca otro marco de valores que dinamite aquella f¨®rmula tan extendida de que ¡°al ¨²ltimo que se lo lleve el diablo¡±.
A los pobres que se desmoralizan no suele quedarles otra, dice Hobsbawm, que ¡°la taberna y si acaso la capilla¡±. Y esos males que parece que fueran juntos: alcoholismo, infanticidio, prostituci¨®n, suicidio, desequilibrio mental. M¨¢s el crack y la hero¨ªna para los desahuciados de nuestro tiempo.
A Hobsbawm, como buen marxista, le interesaba sobre todo su tercera opci¨®n: la rebeli¨®n. ¡°El movimiento obrero proporcion¨® una respuesta al grito del hombre pobre¡±, escribe. Y, con la fe propia de un comunista convencido, tambi¨¦n afirma: ¡°Todo el que se sent¨ªa confuso por ¡®el creciente sentimiento general de que en el actual estado de cosas hay una falta de armon¨ªa interna que no puede continuar¡¯ se inclinaba al socialismo como la ¨²nica cr¨ªtica intelectualmente v¨¢lida y alternativa¡±.
Uno de los problemas que tiene la izquierda hoy es ¨¦se. No parece existir un movimiento obrero con fuerza, ni una izquierda convincente, que sepa dar respuesta al grito del pobre. Y se lo dan bocazas como Trump con la promesa de devolverles una grandeza que siempre les fue ajena.
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