?Por qu¨¦ molestan tanto los ni?os en los restaurantes?
Un tuit viral del periodista Rodrigo G. F¨¢ez quej¨¢ndose de su experiencia en un local, ha vuelto a poner sobre la mesa un tema que genera opiniones polarizadas
Un tuit viral del periodista Rodrigo G. F¨¢ez quej¨¢ndose de su experiencia en un restaurante en el que le toc¨® sentarse en una mesa cercana a la de una familia con dos ni?os que no dejaban de llorar y de gritar, ha vuelto a poner sobre la mesa un tema que genera inmediatamente opiniones tremendamente polarizadas. Como todo en un pa¨ªs, vaya, dado a los bandos y a las posiciones irreconciliables. Basta darse un paseo por las reacciones generadas por el tuit para ver claramente los dos bandos. Es un Bar?a-Madrid. Los hay que defienden a ultranza la queja del periodista. Para estos, si eres padre pierdes inmediatamente todo derecho a salir a comer o cenar a cualquier sitio que no sea un parque de bolas o el restaurante del Ikea. Y si no, no haberlos tenido. Para los segundos, los que se posicionan radicalmente en contra del tuit, un ni?o es un ni?o. Es lo que hay. Y si te molesta, cenas en tu casa.
La Espa?a de los bandos ?Ay!
A m¨ª, en estos temas, y asumiendo el riesgo de que me relacionen con Ciudadanos (prometo que yo no tengo problema en calificar a VOX de partido pol¨ªtico de extrema derecha), me gusta ocupar el centro en el espectro ideol¨®gico del debate, intentar entender las dos posturas y empatizar con sus argumentos. Porque si nos paramos a pensarlo fr¨ªamente, todos tienen su parte de raz¨®n, aunque yo, como padre con dos hijos peque?os, tienda a solidarizarme m¨¢s con los interpelados por el tuit. Al final, como escrib¨ªa Javier Cercas, la verdad nunca es blanca o negra, sino ¡°de un gris con un v¨¦rtigo de matices¡±.
La culpa no es de los ni?os
Entiendo en parte la queja plasmada por el tuit. Yo mismo he estado en restaurantes con mis hijos y he pensado para mis adentros que no me extra?a que la gente se queje. Tengo una hija de cinco a?os y otro ni?o de dos. Dos peque?os movidos y escandalosos. Como el 99% de los ni?os. A m¨ª, personalmente, me preocupar¨ªa que no lo fueran.
En casa hemos ido a comer a muchos restaurantes con ellos. Tambi¨¦n a esos que se ponen de moda en Madrid y se llenan de hipsters que de tanto querer diferenciarse han acabado siendo todos iguales: j¨®venes sin hijos bastante sensibles a todo rastro de infancia. No hemos dejado de hacerlo por ser padres. Es m¨¢s, muchas veces hemos rizado el rizo y hemos ido con otras familias con hijos de edades similares. Ocho ni?os desbocados para poner a prueba la paciencia humana.
Unas veces se ha dado mejor y otras peor, esa es la verdad. A veces, las menos, nos han felicitado por tener hijos modelo, ese retrato robot ficticio que se ha creado el imaginario colectivo (c¨®mo se nota que cada vez hay menos ni?os y cada vez tenemos relaci¨®n con ellos) de ni?o jarr¨®n que no da problema alguno. ¡°No sabes lo que dices¡±, suelo contestar. Porque eso es la excepci¨®n. Hasta nosotros nos sorprendemos cuando se da un d¨ªa as¨ª.
Lo normal en los ni?os ¨Clo que nos pasa la mayor¨ªa de las veces¨C, sin embargo, es que despu¨¦s de 15 minutos sentados no aguanten m¨¢s y quieran explorar, jugar a pillar entre las sillas. O que empiecen a chillar, a cantar a voz en grito o entren en modo rabieta imparable mientras nosotros, los padres, inc¨®modos, sinti¨¦ndonos el centro de atenci¨®n, objeto de todas las miradas, intentamos calmarlos y les pedimos que bajen la voz. A veces, las menos, funciona. Porque los padres hemos aprendido a llevar las mochilas cargadas de juegos, libros, plastilina y pinturas que sacamos de la chistera como magos para capear estos temporales. Otras veces no funciona. Y no son pocas las ocasiones en que acabamos comiendo con los ni?os en brazos, paseando de su mano por el restaurante para saciar su ansia de explorar, o directamente, cuando vamos m¨¢s familias, haciendo turnos rotativos para comer, intercambiando mesa y calle, donde nos quedamos unos cuantos para que los peques desfoguen su energ¨ªa sin molestar al resto de los comensales. Lo que quiero decir es que no somos pasivos. No nos gusta molestar a la gente. No vamos a un restaurante pensando en lo bien que lo vamos a pasar incomodando al resto de comensales. La mayor¨ªa de padres intentamos actuar desde el respeto y el sentido com¨²n.
Pero entiendo a Rodrigo, porque tambi¨¦n he estado en restaurantes con mis hijos y he visto a ni?os, en la mayor¨ªa de las ocasiones beb¨¦s, llorando sin parar durante toda la comida en sus tronas ante la indiferencia de sus padres. Y estoy tan acostumbrado a los gritos y los lloros que ni siquiera me molestan, para m¨ª son ya un ruido de fondo, pero s¨ª me causa angustia el sufrimiento de esos ni?os que al final solo quieren que les cojan en brazos o les hagan caso. La culpa, en todo caso, no es de los ni?os.
Quedo a comer con unos amigos. En la mesa de al lado hay dos beb¨¦s. Tras 23.008 alaridos me da por girar la cabeza en plan ¡°oye, vale ya¡±. La madre responde a la mirada: ¡°Es un beb¨¦¡±. Recordad: el resto no tenemos por qu¨¦ aguantar a vuestros ni?os. ?Est¨¢is de acuerdo? ?O no?
— Rodrigo G. F¨¢ez ??? (@RodrigoFaez) November 25, 2018
?Por qu¨¦ los ni?os molestan tanto?
Dicho esto, tambi¨¦n es cierto que se detecta cierta corriente ni?of¨®bica en nuestras ciudades. Lo notas en las miradas cuando entras a un restaurante con ni?os. Y lo notas en los cientos de tuits y comentarios como los de Rodrigo que, sin hacerse virales, pueblan cada d¨ªa las redes sociales. Me pregunto por qu¨¦ molestan tanto los ni?os. Por qu¨¦ tenemos esa doble vara de medir con ellos.
Es posible que en el restaurante al que fue Rodrigo hubiese m¨¢s de una mesa llena de j¨®venes hablando a voz en grito, subiendo el nivel de decibelios hasta l¨ªmites intolerables, y sin embargo no reparamos en ello. Las terrazas de verano est¨¢n llenas de esas mesas. Yo mismo he sido uno de esos j¨®venes y nunca he sentido las miradas de reprobaci¨®n que veo hacia los ni?os. Es m¨¢s, a lo largo de mi vida, en mis viajes en AVE y en mis salidas a comer en restaurantes, probablemente me han molestado mucho m¨¢s los adultos (hablando a gritos por el m¨®vil, con sus conversaciones escandalosas, con sus despedidas horteras de soltero) que los ni?os. Pero no veo a nadie quejarse de eso. Poner un tuit al respecto. Es mucho m¨¢s f¨¢cil con los ni?os.
Supongo que a todo ello contribuir¨¢, como comentaba antes, el hecho de que cada vez haya menos ni?os, cada vez tengamos menos contacto con ellos y, por tanto, cada vez desconozcamos m¨¢s qu¨¦ significa ser ni?o. Como escrib¨ªa Antoine de Saint-Exup¨¦ry en El principito, ¡°todas las personas mayores fueron al principio ni?os, aunque pocas de ellas lo recuerdan¡±. Una reflexi¨®n que me hace estar cada vez m¨¢s de acuerdo con otra que escrib¨ªa Manuel Jabois en Manu: ¡°Crecer es una traici¨®n¡±.
Y es una traici¨®n porque olvidamos qu¨¦ significa ser ni?o. Eso se ve hoy a todos los niveles. Pretendemos que los beb¨¦s duerman toda la noche del tir¨®n desde el primer d¨ªa de vida y nos escandalizamos si los escuchamos llorar o gritar por las noches. Autodiagnosticamos a la primera de cambio a los peques de hiperactividad por el simple hecho de ser movidos, de no parar, de tener una energ¨ªa inagotable, de ser ni?os. Queremos que no tengan rabietas y que sepan gestionar sus emociones desde que cumplen un a?o, que ya est¨¢ bien de enfadarse por tonter¨ªas. Pretendemos que con dos, tres o cuatro a?os coman sentados y no hagan ning¨²n ruido. Que se comporten como adultos. Y si no es mucho pedir, que se coman las gambas con cuchillo y tenedor, por favor.
Y crecer es una traici¨®n porque tambi¨¦n olvidamos nuestro yo ni?o. O peor a¨²n, tendemos a idealizarlo, a recordar una versi¨®n de nosotros que solo existe en nuestra imaginaci¨®n. Y posiblemente en la de nuestros padres. Eso explica que siempre pensemos que nuestra infancia fue mejor. Y m¨¢s educada, por supuesto. Y que a los abuelos de hoy en d¨ªa les pase lo mismo al recordar su paternidad. Ellos siempre criaron hijos m¨¢s educados, con m¨¢s saber estar, no los ni?os salvajes de hoy.
Yo, sin embargo, s¨ª recuerdo las cenas familiares en bares y restaurantes. 12 primos de entre seis y diez a?os corriendo de aqu¨ª para all¨¢, armando bulla, incapaces de estar quietos. Y recuerdo las miradas censuradoras de mi padre que ten¨ªan el mismo poder que las palabras. Pero tambi¨¦n recuerdo que a nuestro alrededor hab¨ªa muchos m¨¢s ni?os, comport¨¢ndose como nosotros, siendo ni?os. No recuerdo, sin embargo, esa inquina hacia los peque?os, esa sensaci¨®n de que ¨¦ramos una molestia. Ni por para del resto de comensales, ni por parte de los due?os de los establecimientos. ?ramos bienvenidos. Quiz¨¢s porque los bares y restaurantes de entonces eran otra cosa, espacios m¨¢s abiertos a la gente, no esas r¨¦plicas supuestamente modernas, pretenciosas, pensadas para la foto de Instagram, con ¨ªnfulas y con clientes igual de supuestamente modernos, guays, pretenciosos y con ¨ªnfulas en las que hoy los ni?os no son bien recibidos.
Y esto, como suele decir mi querida amiga Mavi Villatoro, fundadora de Mammaproof, una imprescindible agenda de ocio que rastrea las ciudades en busca de espacios, comercios y restaurantes en los que las familias son bienvenidas, ¡°a m¨ª me parece que denota un problema social de convivencia¡±.
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