Trabajadora
Un trabajo que nos controla, explota, deshumaniza y enferma, nos lleva a anhelar la pronta llegada de los aut¨®matas buenos, sonrientes y sumisos
Isaac Rosa, abducido por la Sibila de Cumas, vaticin¨® en La mano invisible la mutaci¨®n del trabajo en espect¨¢culo. Lo vemos cada vez que, desde el periodismo, la literatura o la pol¨ªtica, se realizan aproximaciones hacia la rob¨®tica, el c¨ªborg, la clonaci¨®n o incluso la renta b¨¢sica. Aunque las transformaciones de las ¨²ltimas d¨¦cadas est¨¢n siendo rapid¨ªsimas, todav¨ªa no vivimos dentro de la tramoya de la ciencia ficci¨®n. Miro y lo que veo son personas que empaquetan a destajo cestas de Navidad; envuelven regalos con manos habil¨ªsimas; evisceran pescado; cortan filetes finitos de ternera blanca; reparten comida con sus bicicletas; buzonean; seleccionan fruta en una cadena de producci¨®n. Veo gente que busca trabajo con desesperaci¨®n y se encuentra con que es muy mayor o muy joven; con que es mujer o con que no tiene en regla los papeles. Me tropiezo con la figura de quien trabaja y es pobre. Incluso pluriemple¨¢ndose es pobre.
Tambi¨¦n me encuentro con comedores de caridad confesionales que cobran la bolsa de alimentos a 1,20 euros. Entonces s¨¦ que a¨²n no debemos preocuparnos por los sentimientos del aut¨®mata, por Yo, robot o por el rencor destructivo de los nuevos luditas. Los peligros de la robotizaci¨®n que nos acechan son miradas optimistas, incluso triunfalistas, hacia un futuro que a¨²n no est¨¢ aqu¨ª: peque?as manos infantiles siguen cosiendo balones de f¨²tbol o recogiendo flores para elaborar perfumes. El actual Gobierno socialista quiere reformar el Estatuto de los Trabajadores para que todo el mundo fiche y se cumpla con un derecho b¨¢sico: ¡°Conocer la duraci¨®n y la distribuci¨®n de su jornada ordinaria de trabajo, as¨ª como su horario¡±. Lo que no hace mucho se entend¨ªa como mecanismo de control que, de alg¨²n modo, reflejaba la desconfianza en los empleados ¡ªlas empleadas, tambi¨¦n¡ª, se utiliza hoy para frenar la explotaci¨®n: horas extras no remuneradas, jornadas leoninas, arbitrariedades¡
Las circunstancias de quienes trabajamos por cuenta propia no son m¨¢s halag¨¹e?as. La autonom¨ªa es el para¨ªso de la autoexplotaci¨®n: no nos permitimos el lujo de acatarrarnos; no descansamos los fines de semana; el ocio se solapa con el trabajo; nuestras conversaciones giran en torno al tema laboral. Describe bien estas situaciones el montaje teatral Elogio de la pereza, de Gianina Carbunariu. En cuanto al prosumo, ese espacio intermedio entre producci¨®n y consumo en el que se ubican los cuidados o las tareas dom¨¦sticas, la mayor¨ªa de las veces no se paga. Los oficios vocacionales ¡ªprofesiones art¨ªsticas, docencia, etc¨¦tera¡ª, tal como apunta Remedios Zafra en su ensayo El entusiasmo, se precarizan porque el trabajo es castigo divino y lo que no duele ¡ªy encima agrada¡ª tendr¨ªa que ser pagado poco, mal o nunca. Parece que solo el trabajo que nos mecaniza como al Charlot de Tiempos modernos deber¨ªa ser objeto de remuneraci¨®n: el problema es que hasta los trabajos vocacionales se convierten en alienantes cuando te hacen echar el bofe y te meten en la ruedecilla infernal de conejito de Indias. Tambi¨¦n hay un ocio deshumanizador: cada vez que bajo de un avi¨®n y he jugado al Bejeweled, veo los destellos de las joyas durante d¨ªas; lo mismo ocurre cuando apago la tele y, bajo los p¨¢rpados, se me ha quedado impreso el negativo del rostro de Chabelita. Hay trabajos que destruyen y trabajos que sacan lo mejor de cada ser humano. Porque el trabajo tangible, el que controlamos y comprendemos, es consustancial a nuestra vida. El otro trabajo, el que nos controla, explota, deshumaniza y enferma, nos lleva a anhelar la pronta llegada de los aut¨®matas buenos, sonrientes y sumisos.
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