Partidario de la nada
La prosa de Jorge Edwards est¨¢ cargada de una fina iron¨ªa que da un encanto especial a todo lo que cuenta en ¡®Esclavos de la consigna¡¯, por donde desfilan personajes fascinantes como Rubem Braga o Carlos Fuentes
Partidario de la nada¡±, se declara Jorge Edwards en el segundo tomo de sus memorias, que acaba de publicar (Esclavos de la consigna, Lumen). La frase es muy bonita, pero no es cierta, porque ¨¦l tiene sus ideas pol¨ªticas y literarias bastante claras y las defiende con entereza. Pero siempre ha habido en ¨¦l una objetividad y una mesura que se reflejan muy exactamente en ese estilo sereno, demorado, claro e inteligente con el que escribe sus espl¨¦ndidas cr¨®nicas y memorias.
En los a?os que relata este libro, los de su juventud literaria hasta el instante mismo en que Salvador Allende, reci¨¦n elegido presidente de Chile, lo env¨ªa a Cuba como encargado de negocios para reabrir la embajada que hab¨ªa estado clausurada desde que se rompieron las relaciones entre ambos pa¨ªses durante el r¨¦gimen de Eduardo Frei Montalva, los sectarismos pol¨ªticos eran tan apasionados en Am¨¦rica Latina que alguien tan poco estridente, tan bien educado, tan respetuoso de las formas, pod¨ªa parecer inexistente. La buena prosa de Edwards est¨¢ cargada de una fina iron¨ªa que da un encanto especial a todo lo que cuenta en este libro.
Otros art¨ªculos del autor
Oveja negra de una antigua familia chilena por sus amistades izquierdistas, e izquierdista ¨¦l mismo de adolescente y en su temprana madurez, los primeros cap¨ªtulos de Esclavos de la consigna refieren sobre todo sus primeros pasos en el dominio de la literatura, c¨®mo esta vocaci¨®n se fue imponiendo a todo lo dem¨¢s ¡ªsus estudios de Derecho, el a?o de posgrado en Princeton que lo marc¨® con fuerza, su ingreso a la diplomacia, el entusiasmo con que ley¨® a Unamuno y a los dem¨¢s escritores de la Generaci¨®n del 98, sus primeros libros de cuentos¡ª y la bohemia pertinaz, hecha de nocturnidad, alcohol y travesuras con las chilenas, acaso las primeras en alcanzar un margen de libertad e independencia que desconoc¨ªan a¨²n el resto de las mujeres latinoamericanas.
Un personaje central en la vida de Jorge Edwards fue Pablo Neruda; se hicieron amigos desde que ¨¦l era muy joven, y esa amistad permiti¨® a Jorge conocer a un Neruda mucho m¨¢s ¨ªntimo, al que describe en estas p¨¢ginas con admiraci¨®n y cari?o por la grandeza de su poes¨ªa, pero tambi¨¦n lo muestra presa de dudas y angustias pol¨ªticas secretas que lo devoraban por momentos (¡°Me he equivocado¡±, confes¨® en los a?os finales). Tambi¨¦n relata los esfuerzos que hizo para evitar que Jorge escribiera Persona non grata, su testimonio cr¨ªtico sobre la Revoluci¨®n cubana que ser¨ªa le¨ªdo en todo el mundo y que le acarrear¨ªa ¡ªcomo le augur¨® el poeta¡ª una tempestad de cr¨ªticas de una ferocidad sin precedentes por parte de una izquierda embobada por la supuesta ¡°revoluci¨®n con pachanga¡± de Cuba. Aqu¨ª cuenta c¨®mo el propio Julio Cort¨¢zar, reci¨¦n convertido a la Revoluci¨®n en aquellos a?os, confes¨® que, pese a ser amigos, prefer¨ªa no volver a verlo por haber escrito aquella memoria.
Persona non grata, sobre la Revoluci¨®n cubana, le acarre¨® una tempestad de cr¨ªticas de una ferocidad sin precedentes
Yo conoc¨ª a Jorge en esos a?os, reci¨¦n llegado a Par¨ªs como tercer secretario de la embajada de Chile. Nos hicimos muy amigos, hac¨ªamos visitas literarias los fines de semana e intercambi¨¢bamos libros. Era entonces m¨¢s bien t¨ªmido, pero, luego de tomarse dos whiskys, saltaba sobre una mesa y, muy serio, interpretaba una endiablada ¡°danza hind¨²¡± que consist¨ªa en mover al mismo tiempo que la cabeza, las manos y los pies. Estoy seguro de que cumpl¨ªa sus funciones diplom¨¢ticas de manera cabal, pero la literatura fue siempre su primera prioridad; ya desde entonces acostumbraba levantarse al alba para escribir ¡ªsiempre a mano y en hojas blancas y con lapiceros de tinta azul¡ª y as¨ª le¨ª yo su primera novela, El peso de la noche, que est¨¢ siempre viva en mi memoria, tanto como nuestras discusiones sobre si Dostoievski o Tolst¨®i era mejor escritor (yo defend¨ªa a Tolst¨®i).
Por el libro desfilan una serie de personajes fascinantes como el brasile?o Rubem Braga, Carlos Fuentes ¡°con su cara de pr¨®cer de la Revoluci¨®n mexicana¡±, o Enrique Bello, un sibarita que me confes¨® una noche que estaba feliz porque hab¨ªa conseguido materializar un sue?o ep¨®nimo; le pregunt¨¦ cu¨¢l era y me respondi¨®, muy serio: ¡°Dar a la carne de res un tratamiento que la hace parecer carne de cacer¨ªa¡±. Quiz¨¢s el m¨¢s tierno de ellos es el apodado Queque Sanhueza, intelectual y erudito bibli¨®grafo que parec¨ªa como extraviado en este mundo (salvo dentro de una biblioteca), peque?ito ¨¦l mismo y enamorado de mujeres muy altas y musculosas, que se accident¨® por treparse a una bicicleta en la isla griega de Leros y muri¨® en Santiago, sin haber entendido una palabra de esta tierra y, eso s¨ª, despu¨¦s de haberse le¨ªdo miles de libros. Su di¨¢logo con el pope que descubre a su lado, luego del accidente en aquella islita griega, es memorable.
A Neruda le preguntaron si iba a votar por Allende y dijo, apesadumbrado: ¡°No tengo m¨¢s remedio¡±
Y la fugaz aparici¨®n de Pepe Bianco, el eterno secretario de Redacci¨®n de la revista Sur, en Buenos Aires, que ¡°aspiraba a ser pobre, puesto que ahora era menos que pobre, miserable¡±. Que yo recuerde, Pepe Bianco s¨®lo public¨® un par de libros ¡ªen todo caso, son los ¨²nicos que le¨ª de ¨¦l¡ª, pero era uno de esos intelectuales argentinos que hab¨ªa le¨ªdo la mejor literatura del mundo en cinco idiomas y opinaba sobre ella con un gusto literario exquisito e infalible. Garc¨ªa M¨¢rquez no aparece en persona, pero s¨ª Cien a?os de soledad, cuya ¡°fantas¨ªa excesiva¡±, dice Edwards, ¡°le aburri¨®¡±. (Sobre esto podr¨ªamos tener tambi¨¦n una de esas discusiones apasionadas de nuestra juventud). Y es perversa la aparici¨®n del poeta y escritor sueco ¡ªhispanista, por lo dem¨¢s¡ª Artur Lundqvist, ¡°que parec¨ªa convencido de un curioso axioma pol¨ªtico y literario: el escritor partidario de Fidel Castro y del castrismo era necesariamente buen escritor, y viceversa¡±. Tambi¨¦n es inolvidable la imagen, durante el Congreso Cultural de La Habana, del pintor Roberto Matta y otros surrealistas d¨¢ndole de patadas en el trasero al veterano David Alfaro Siqueiros y ¡°gritando ?por Trotski! a cada patada¡±.
Una dimensi¨®n muy especial en este libro es el testimonio pol¨ªtico. Es sorprendente saber que si alguien advirti¨® la cat¨¢strofe que podr¨ªa sobrevenir con la elecci¨®n de Salvador Allende y las reformas que promet¨ªa la Unidad Popular, fue Neruda. Le preguntaron si iba a votar por Allende y dijo, apesadumbrado: ¡°No tengo m¨¢s remedio¡±. Pero Matilde Neruda vot¨® por Radomiro Tomic. Y aqu¨ª aparece el poeta, angustiado de pesadillas por lo que podr¨ªa ocurrir en Chile ¡ªes decir, el azote ultra de Pinochet¡ª ante la perspectiva de que el radicalismo de la Unidad Popular desestabilizara la solidez democr¨¢tica de su pa¨ªs. Estas instituciones estaban muy arraigadas, en efecto. S¨®lo en el Chile democr¨¢tico de entonces hubiera podido un diplom¨¢tico, como hac¨ªa Edwards, ir conmigo a la Embajada de Cuba en Par¨ªs los 26 de julio para celebrar la Revoluci¨®n de un pa¨ªs con el que su Gobierno estaba en un entredicho encendido (tanto que hab¨ªan roto relaciones). Y, pese al izquierdismo del Edwards de entonces, el ministro de Relaciones Exteriores de Frei Montalva, el democristiano Gabriel Vald¨¦s, lo llamaba a consultarle sobre escritores y la pol¨ªtica cultural del gobierno. Buenas costumbres que, felizmente, luego de la pesadilla de la dictadura militar, han vuelto a Chile y que recrea este libro con delicadeza y humor.
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? Mario Vargas Llosa, 2018.
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