Ej¨¦rcito de trolls
La l¨ªnea que separa el delirante fanatismo de la convicci¨®n de la pura idiotez improvisada es muy fina
?Qu¨¦ hacer cuando la competici¨®n por la disrupci¨®n lo justifica todo? ?Qui¨¦n gana la batalla por la atenci¨®n? Sin saber c¨®mo, nos hemos encontrado con un espacio p¨²blico repleto de resentidos lament¨¢ndose de lo mal que est¨¢ todo y hablando de¡ ?Lo adivinan? ?Su resentimiento! Luego est¨¢n los amantes de la transgresi¨®n gratuita que, sinti¨¦ndose oprimidos (?pobres!), se dicen preocupados por la libertad de expresi¨®n. Y proliferan los diletantes exc¨¦ntricos y altivos, los encargados de se?alar la v¨ªa esnob ante la odiada cultura dominante. Salirse del reba?o, de la presi¨®n moral que la paralizante tiran¨ªa de la mayor¨ªa ejerce sobre sus libres almas nutre su encarnizada lucha cotidiana. Parad¨®jicamente, el temor por la violencia intelectual que pueda ejercer el dogmatismo grupal ha terminado por configurar una tribu particular: los nuevos trolls o, en su versi¨®n ib¨¦rica, el ¡°cu?adismo¡±.
Como casi siempre, el impulso llega de EE?UU, donde una manada anta?o silenciosa que compart¨ªa un intenso amor secreto por el odio a lo pol¨ªticamente correcto estall¨®, finalmente, en los m¨¢rgenes de las redes digitales. De manera aparentemente inocua, surg¨ªa en el espacio p¨²blico un enjambre de odiadores guiados por un objetivo com¨²n: mofarse de todo lo que oliera a progresismo. Y sucedi¨® as¨ª que un ej¨¦rcito de trolls capitaneados por la rana Pepe inocul¨® con su frivolidad el modelo antipol¨ªtico a la conversaci¨®n p¨²blica. Todo fue manique¨ªsmo y polarizaci¨®n: el bien y el mal perfectamente separados. Lo curioso es que, motivados por el temor a estrechar la conversaci¨®n p¨²blica a los rancios consensos de lo pol¨ªticamente correcto, terminaron atrofiando el espacio p¨²blico, convirti¨¦ndolo en una caricatura de s¨ª mismos.
Trump fue la abeja madre que mejor encarn¨® el runr¨²n de fondo de esa cultura irreverente que explot¨® contra el establishment: la asfixiante moral de la izquierda, los ¡°blanditos¡± de la derecha. Surgi¨® as¨ª uno de nuestros grandes dilemas: ?qu¨¦ hacer cuando no hay diferencias entre un troll y un representante pol¨ªtico? ?C¨®mo combatir la apabullante presencia de la pura banalidad opinol¨®gica en nuestro Congreso de los Diputados, cuando la funci¨®n representativa se reduce a polarizar el mundo en lugar de explicar su complejidad? Lo vemos cada vez m¨¢s en algunos de nuestros j¨®venes l¨ªderes: guiados por el nuevo estilo ultra y su aparente modernidad, son capaces de negar la violencia de g¨¦nero ante la apremiante y ficticia urgencia nacional de reivindicar la prisi¨®n permanente revisable. La l¨ªnea que separa el delirante fanatismo de la convicci¨®n de la pura idiotez improvisada es muy fina. No s¨¦ ustedes, pero yo ya no s¨¦ d¨®nde estamos.
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