La odisea de un padre espa?ol buscando Bellies, el juguete agotado estas navidades
Estantes vac¨ªos en tiendas f¨ªsicas, unidades al triple de su precio en Internet¡ Ponemos a un periodista a seguir la pista de estos beb¨¦s interactivos, presentes en muchas cartas a los Reyes estas fiestas
Soy de esa clase de personas que siempre buscan un culpable cuando algo les sale mal. Si me clavo en la pierna el pico de un aparador, maldigo inmediatamente al desalmado que lo puso ah¨ª en medio, intercept¨¢ndome el paso, y no mi contrastada torpeza, que hace que me vaya empotrando con todo lo que se me cruza por delante. Lo mismo ocurre con los Bellies: que estos juguetes est¨¦n agotados en casi todas partes tiene que ser culpa de alguien.
Curioso fen¨®meno: que los ni?os de todo un pa¨ªs se pongan de acuerdo en algo parece que requiere incluso de cierta organizaci¨®n. ?Lo hablan en el recreo? Dado que a esas edades a¨²n no tienen m¨®viles, ?se comunican de un colegio a otro con palomas mensajeras?
Podr¨ªa haberlo achacado a mi pertinaz costumbre de dejarlo todo para ¨²ltima hora, pero el primer impulso fue acusar a los truhanes que editan esos cat¨¢logos de juguetes con m¨¢s p¨¢ginas que los listines telef¨®nicos de muchas capitales de provincia. ?Te has preguntado alguna vez por qu¨¦ son de las pocas cosas que hoy uno puede conseguir gratis? Seguramente no, porque es de caj¨®n. Antes de que te des cuenta, la casa se ha llenado de ellos. Los que cogen tus hijos en sucesivas visitas a almacenes y grandes superficies, los que les endosan abuelos, t¨ªos y amigos cercanos¡, tratando de apuntarse el tanto de poner en sus manos el codiciado panfleto, ajenos (quiero pensar) al flaco favor que le est¨¢n haciendo al planeta en general y a mi hogar en particular.
S¨ª, la culpa la tienen estos folletos, porque fue en su papel satinado, y no en escaparates o anuncios de televisi¨®n, donde mis hijas descubrieron estos beb¨¦s cabezones de a 29,95 euros la unidad, los Bellies. Hab¨ªa o¨ªdo hablar de ellos un poco antes, cuando un amigo me hizo saber que su gran dilema estas fiestas no era c¨®mo meter el coche en el centro de Madrid, sino encontrar los dichosos Bellies que su hija hab¨ªa pedido a los Reyes Magos. Hab¨ªan volado de las estanter¨ªas, lo que supon¨ªa un serio contratiempo para sus infalibles majestades.
Mis hijas nunca me hab¨ªan hablado de los Bellies, y me re¨ª magn¨¢nimo del problema de mi amigo. Cuando llegu¨¦ a casa, y casi por diversi¨®n, le pregunt¨¦ a la mayor (8 a?os) si sab¨ªa qu¨¦ eran los Bellies. Me dijo que no, lo que aument¨® mi sensaci¨®n de bienestar. Acto seguido, agarr¨® uno de esos pasquines llenos de juguetes y a?adi¨®: ¡°Lo que les he pedido a los Reyes son estos beb¨¦s¡±. Despreocupado, tom¨¦ la revista para ver de qu¨¦ hablaba. De pronto, sent¨ª que la habitaci¨®n me daba vueltas, exactamente igual que la calle al t¨¦rmino de mi cena de empresa. Con todo el cari?o paterno que fui capaz de reunir, le devolv¨ª el cat¨¢logo a la ni?a. ¡°?Has le¨ªdo lo que pone arriba?¡±, le pregunt¨¦ con falsa sonrisa. ¡°Eh¡ Bellies. Ah, no me hab¨ªa fijado¡±, dijo, como si tal cosa. La parte buena es que est¨¢bamos solos y nadie pudo ver mi rictus desencajado.
Ha sido mi primera experiencia como Rey Mago explorador, o quiz¨¢ deber¨ªa decir Indiana Jones de los juguetes perdidos. Antes de que nacieran mis hijas, encontr¨¦ deleite en escuchar a frustrados padres y madres hablar de sus andanzas buscando Monster Highs, mu?ecas g¨®ticas que se agotaron hace unos a?os a inusitada velocidad. Supuse que se deb¨ªa a un fallo de stock puntual, que eso nunca me pasar¨ªa a m¨ª. Pero mira por d¨®nde, cada pocos a?os un juguete se convierte en protagonista de las navidades por ser aquel del que todo el mundo habla pero pocos ven.
Curioso fen¨®meno: que los ni?os de todo un pa¨ªs se pongan de acuerdo en algo parece que requiere incluso de cierta organizaci¨®n. ?Lo hablan en el recreo? Dado que a esas edades a¨²n no tienen m¨®viles, ?se comunican de un colegio a otro con palomas mensajeras? ?Qui¨¦n fue el primero o la primera, qui¨¦n meti¨® el gusanillo al resto? ?El hijo del fabricante?
Que se agote un juguete precisamente en Navidad suena catastr¨®fico e inveros¨ªmil a la vez. Es como si se agotasen las papeletas justo el d¨ªa de unas elecciones, los ba?adores en julio, los disfraces en carnavales o las torrijas en Semana Santa. O sea, situaciones que no se dan. Porque hay personas que los demandan y otras personas que saben que esas personas los demandan y por eso los fabrican en cantidades suficientes para que nadie se quede sin ellos, de modo que todos quedan contentos: unos, porque consiguen lo que desean, y otros, porque ganan dinero fabricando juguetes, papeletas, ba?adores, disfraces y torrijas no aleatoriamente, sino cuando toca. Me digo que no puede ser cierto, que la gente es muy exagerada, y armado con un raro optimismo inicio la b¨²squeda.
En un v¨ªdeo del fabricante en YouTube me entero de que los Bellies son ¡°los beb¨¦s interactivos m¨¢s adorables y traviesos¡±. Hay cuatro: Muak-Muak, Pinky-Twink, Yummy-Yummi y a Bobby-Boo. La chica del v¨ªdeo, que parece sacada de un cap¨ªtulo de Lazy town, asegura que los Bellies no se compran, sino que se ¡°adoptan¡±. A diferencia de otros mu?ecos, hacen cosas: cuando se les quita la pinza del cord¨®n umbilical, su coraz¨®n empieza a latir; si juntas a dos Bellies, se ponen a hablar entre ellos (est¨¢n muy adelantados para su edad); manchan el pa?al (con pegatinas que representan distintos tipos de caca)¡ En otras palabras: es lo m¨¢s cerca que vas a estar de sentirte abuelo hasta que tus hijos sean mayores de edad.
Con todo el cari?o paterno que fui capaz de reunir, le devolv¨ª el cat¨¢logo a mi ni?a. ¡°?Has le¨ªdo lo que pone arriba?¡±, le pregunt¨¦ con falsa sonrisa. ¡°Eh¡ Bellies. Ah, no me hab¨ªa fijado¡±, dijo, como si tal cosa
Empiezo mis pesquisas peinando tiendas f¨ªsicas. En el Carrefour que tengo enfrente de casa no les quedan. Comparezco en El Corte Ingl¨¦s, Poly y Toys ¡®R¡¯ Us. Ni rastro. Entonces me paso a Internet. En Amazon las tienen¡ ?Pero a 90 euros! Se ve que hay por ah¨ª alg¨²n Melchor que domina el arte de la picaresca y, consciente de la frustraci¨®n de otros, ha decidido poner a la venta sus Bellies a un precio tres veces mayor. Localizo una web dedicada a informar d¨®nde puedes encontrar los solicitados mu?ecos; incluso te invitan a suscribirte a su canal de Telegram para enterarte en tiempo real de d¨®nde sale uno a la venta. No tengo Telegram y la petada memoria de mi ajado m¨®vil no acepta m¨¢s aplicaciones. Como ¨²ltimo recurso, miro en Wallapop: de 45 euros no bajan, eso s¨ª, ¡°nuevos, a estrenar¡±. El dato de que son nuevos es importante, porque en mi casa un solo d¨ªa de uso basta para que cualquier mu?eco aparezca totalmente cubierto de tatuajes abstractos hechos con Edding.
A ver si no era una exageraci¨®n¡ Llamo a Jos¨¦ Antonio Pastor, presidente de la Asociaci¨®n Espa?ola de Fabricantes de Juguetes, para que me explique este apocalipsis que recuerda a alguna serie de Netflix (en la que al final todos mueren). Para contextualizarlo, me ilustra acerca del comportamiento del mercado: el periodo de Navidad (los tres ¨²ltimos meses del a?o) supone en torno al 75 % del total de las ventas anuales de juguetes. En las ¨²ltimas tres semanas se venden hasta el 40 % de los de todo el a?o. Este 2018, pese a haber sido un a?o complicado (debido a la inquietud generada por las crisis de Toys ¡®R¡¯ Us y Poly, finalmente sin incidencia en Espa?a), se espera un incremento del 1 % o el 2 %, similar al del a?o anterior. El sector facturar¨¢ unos 1.700 millones de euros. ?No ser¨¢ gracias a los Bellies! ?Qu¨¦ pasa con ellos?
El presidente de los jugueteros dice que concurren varios factores: ¡°El mercado infantil es muy caprichoso y variable. A veces nos sorprenden algunas creaciones, de las que no esper¨¢bamos mucho y se ponen de moda. Fabricar lleva un tiempo, mientras que la ventana de d¨ªas de ventas es muy escasa. Concentrar tantas ventas en tan poco tiempo tiene esa dificultad¡±. Vale, pero ?c¨®mo es posible que se agote un juguete justo en Navidad? ¡°El fabricante depende de las previsiones que le haga el distribuidor. Si la distribuci¨®n, por lo que ha pasado durante el a?o, es precavida en exceso y hace previsiones conservadoras, y el consumidor lo demanda con normalidad, faltar¨¢n juguetes. No puedes fabricar de m¨¢s y tenerlo en el almac¨¦n por si el consumidor despierta, ?y si no?¡±.
Empiezo mis pesquisas peinando tiendas f¨ªsicas. En el Carrefour que tengo enfrente de casa no les quedan. Comparezco en El Corte Ingl¨¦s, Poly y Toys ¡®R¡¯ Us. Ni rastro. Entonces me paso a Internet. En Amazon las tienen¡ ?Pero a 90 euros!
Cuando el producto se agota, al juguetero no le queda m¨¢s opci¨®n que lamentarse. Reaccionar a tiempo es muy dif¨ªcil, sostiene Pastor. ¡°No hay ning¨²n juguetero que pueda fabricar para poder abastecer al 40 % del mercado que compra en las tres ¨²ltimas semanas del a?o. Si te sorprende, te ha sorprendido. No puedes tener aprovisionamiento de material, m¨¢quinas y empleados ociosos por si acaso¡±.
Le transmito lo que me han dicho un par de amigos muy mal pensados: que todo es fruto de campa?as de marketing. Que son lances provocados: el fabricante produce menos cantidad a sabiendas de que la demanda va a ser mayor, y genera una especie de anhelo en el consumidor que da notoriedad a su juguete y lo convierte en aspiracional. Pastor se toma a broma la ocurrencia. Cuando uno puede vender 300.000 unidades de un juguete, quedarse en 100.000 ¡°no es una buena noticia¡±, asegura. ¡°Entrar en ese riesgo es como para que, si te sale mal, cierres definitivamente. No, no. Ya te digo yo que no. Cuando est¨¢s varios a?os trabajando en una creaci¨®n juguetera lo que quieres es que triunfe, no que la gente se quede con las ganas y se revenda por Internet. No tiene mucho sentido¡±.
Es d¨ªa 27 por la ma?ana, el tiempo corre y yo sin mis Bellies. Realizo otra ronda, m¨¢s rutinaria que otra cosa, por si se obra el milagro. El dependiente de El Corte Ingl¨¦s me responde toscamente. Imagino que pronunciar 50 veces al d¨ªa la frase ¡°est¨¢n agotados¡± implica un esfuerzo sobrehumano. En Poly esta vez me espetan que nunca los han despachado. En Toys ¡®R¡¯ Us llevan semanas sin noticias de ellos¡
Cariacontecido, cruzo el umbral de otra tienda de grandes dimensiones, Juguettos. Pregunto por preguntar, como cuando pido agua con gas en un bar consciente de que hay un 90 % de posibilidades de que no haya. La dependienta sonr¨ªe. ¡°Est¨¢s de suerte¡±, dice, mientras se agacha tras el mostrador. Me recorre el cuerpo una descarga el¨¦ctrica, y tomo nota mental de pedir cita con el otorrino a la vuelta de las fiestas porque cada vez oigo peor. ¡°?Perdona?¡±, inquiero. ¡°S¨ª. Acaban de hacer una devoluci¨®n. Es la ¨²nica que tengo¡±, relata, mostr¨¢ndome un lustroso Bobby-Boo. Agarro la caja, la miro y la sopeso, la estrecho contra mi pecho y, pese a todo, intento mantener la compostura, haciendo como que no estoy desesperado y me lo estoy pensando, antes de exclamar: ¡°?P¨®ngamelo para regalo!¡±.
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